No quiere que le den las gracias.

Lo ha decidido.

Que le den un beso, que le hagan un guiño,
que le administren una caricia,
que le sonrían
o que, simplemente, no le digan nada...
pero que no le den las gracias.

Nunca más.

Es una palabra maldita.

Proyecta a millones de kilómetros de distancia
a las personas que la pronuncian...
aunque sigan estando a su lado.

Hace que se sienta sólo y extraño.

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