Y discurriendo paralelamente a las vidas de los adultos,
el inmenso y caudaloso río de la infancia,
un inmenso Missisipi
navegable desde las montañas que rozan el cielo
hasta lo más profundo del mar.
La eternidad y la inmortalidad,
sin quererlo,
sin saberlo,
en la palma de la mano.
Alas blancas, manchadas de tiza y barro,
condenadas un día cierto a volar.
"Y entonces, con los ojos enrojecidos y resacoso, en calzoncillos junto a la ventana del dormitorio de mi infancia, confuso y sumido en una inexplicable tristeza, me pregunté cuando ocurrió exactamente el momento de catastrófica falta de atención en que se me cayó la copa dorada de mi vida y dejé que se hiciera añicos".
ResponderEliminarJohn Banville. Eclipse. Editorial Anagrama. pág 48
Exactamente,carlos, paralela, irrecuperable
Desde luego, se empieza a imponer en mi la absoluta necesidad de leer a John Banville.
ResponderEliminarEs pura ley de la gravedad.
No me queda otro remedio, anónimo.
"La copa dorada de mi vida" es una imagen preciosa.
¿En qué rincón andarán perdidos los pedazos de la mía?
Gracias por enseñarme un nuevo sendero en este jardín de senderos que constantemente me bifurcan.
I owe you one, partner.
me alegro muchísimo. Permite una sugerencia, empieza por "El Mar"
ResponderEliminarSugerencia aceptada.
ResponderEliminar"El mar" me espera.
Preferiríamos unas alas limpias,sin manchas de tiza incluso,pero entonces no podríamos decir que vivimos intensamente.
ResponderEliminarHermoso texto,Carlos.
Mis saludos..