COLOMBIA
Me produce mucho mal rollo pasar por la madrileña plaza de Colombia.
Lo que hace apenas un mes era un templo destinado al recuerdo de las víctimas del terrorismo, se asemeja ahora a una especie de cementerio abandonado.
Es como si de repente el velo del recuerdo se hubiera retirado y sólo quedara polvo, restos. Una verdad cuya formula matemática es la diferencia entre la mentira y el tiempo.
Mi conciencia -o lo que queda de ella- pasa factura a todos aquellos que en su momento hicieron una casi pagana ostentación del recuerdo hacia las víctimas. No soporta el panorama que ofrece esta actual Plaza de Colombia convertida en un total y absoluto monumento a la hipocresía y a la politización.
En esa plaza ahora mismo hay olvido... el mismo que se reprochaba a aquellos que adoptan una estrategia diferente con respecto al terrorismo.
Reclamar el monopolio del recuerdo, mejor dicho, de la forma correcta de recordar, exige alguna que otra responsabilidad y una de ellas -creo- es no dejar la Plaza de Colombia tal y como actualmente está, como si alguien hubiera salido corriendo rápidamente en busca del olvido.
Allí, ahora mismo y bajo los primeros calores del Verano, la memoria de los muertos recuperados lentamente vuelve a pudrirse en un nuevo e innecesario cementerio abandonado.
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