sábado, julio 28, 2007

GERÓNIMO

Una vez más, y como casi siempre, escribo desde la ignorancia.

Desconozco si dos talentos tan grandes del negocio del cine como John Millius y Walter Hill habían aunado sus virtudes antes o después de generar esta elegíaca historia sobre una derrota, pero lo cierto es que el resultado no termina de estar a la altura de lo que uno cabría esperar de una colaboración semejante.

Aunque encierra buenos momentos, Gerónimo se me antoja una película desigual, que parece nadar entre varias aguas sin decantarse definitivamente por ninguna y en la que, sobre todo, fallan los actores principales. Ni el blando Jason Patric ni el desdibujado Wes Studi tienen la fuerza suficiente como para dar entidad y trascendencia arquetípica a sus desencantados personajes.
Uno tiene la impresión de que ninguno de los dos ha sido capaz de captar la trágica dimensión poética de sus personajes limitándose a poner la cara y decir los diálogos con la corrección y cansada vaciedad de una "private dancer"... dancing for money. Sin duda alguna la película habría ganado mucho con un par de actores de mayor entidad que hubieran sido capaces de aportar ese indefinido e intenso extra emocional que precisamente les hace tener esa mayor entidad.

Los veteranos Robert Duvall y Gene Hackman hacen lo que pueden, pero la historia, centrada en encarnar el fin de toda una época en un determinado episodio histórico, no les permite demasiados alardes. Los protagonistas son ellos, el rebelde indio Gerónimo y el desencantado capitán de caballería Charles Gatewood, alcanzados por la historia en el fin de las Guerras Indias.
Ese final hace innecesario por supuesto a Gerónimo, pero también revela prescindible a aquel eternamente destinado a perseguirle por las praderas.

El siglo XX se acerca, ya no hay lugar para un cierto tipo de vida y ese es para mi el principal atractivo de esta película, un atractivo que se encarna en el discurso final que Gerónimo pronuncia ante los suyos en uno de los vagones del tren que les lleva a su confinamiento en la lejana Florida:

"¿Por qué el Dios Único permitió al Ojo-Blanco robarnos la tierra? ¿Por qué tenía que haber tántos de ellos? ¿Por qué tenía tántas armas, tántos caballos? Durante muchos años, el Dios Único hizo de mi un guerrero. Ningún arma, ninguna bala pudo matarme jamás. Ese era mi poder... Ahora mi tiempo ha terminado. Ahora, quizá, el tiempo de nuestro pueblo ha terminado."

Son otros tiempos que están gobernados por otros dioses. La propia derrota es la del Dios o el Espíritu que les inspira. Les hace ser lo que son y, en virtud de esa derrota, les convierte en un pasado que sucede en el presente.

Ambos, Gerónimo y Gatewood, son confinados en lejanos y apartados lugares. Cuánto más lejanos, más rápidamente llegerá el olvido.

Ambos encierran en su derrota la grandeza de reconocer el propio fin. No mueren dormidos.
Tienen el valor de reconocer y asumir su final.

Ya no son otra cosa que sombras al lento compás que marca un nuevo amanecer.

Los personajes de Peckinpah tienen también la capacidad de reconocer ese mismo final, pero su sadismo les lleva a pelear hasta el final, a provocar su propia muerte en una orgía de sangre y violencia mientras intentan infringir el mayor daño posible en las filas de los vencedores.

A diferencia de aquellos, Gerónimo y Gatewood, nacidos del talentoso imaginario de Milius, son masoquistas. Hay un momento en que dejan de resistirse y luchar. Bajan los brazos. Se rinden. De algún modo comprenden lo inevitable de la situación y aceptan con resignación la derrota muriendo en vida. Ponen su arquetípica figura contra el viento y se dejan golpear una y otra vez por los nuevos tiempos.
Resisten como viejas y desgastadas estatuas de dioses abandonados, pero jamás vencerán.

Frente al espíritu brutal y dionisiaco de Peckinpah, se erige la propuesta apolínea y racional de Milius. Gerónimo y Gatewood intuyen de alguna forma las razones de su derrota. Hay reflexión y una resignada aceptación de algo que por la propia reflexión se les aparece como inevitable.

Dos estilos diferentes de perder.
El mismo tipo de sombras.

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