En uno de estos imposibles debates políticos, que de cuando en cuando se nos aparecen en televisión tan ruidosos como la banda de Pancho Villa y tan inútiles como una revolución socialista en Mónaco, basados en el "y tú también" y el "y tu más" que tan bien caracteriza a la sofisticada retórica de nuestros políticos, escucho por fin algo interesante.
El momento más complicado en la vida de un partido es el momento en que se elaboran las listas electorales.
Todavía sigo preguntándome si ese momento tan trascendental no debería ser aquel en que se elabora el programa electoral y acaloradamente se discute sobre si dedicar más peso a la educación a la ayuda exterior. Si las grandes discusiones no debieran producirse porque se da demasiada importancia a un aspecto cuando en realidad se considera que debiera darse a otro que se considera más relevante.
Es cierto que la auténtica política se hace en el Congreso, pero esas políticas ¿en qué se basan?
Inocentemente supongo que en lo que se escribe en los programas electorales. Por lo tanto, deduzco, que por lo menos debiera ser igual de importante definir las políticas como definir las personas. Sin embargo, los debates que siempre traspasan a la opinión pública -y entiendo que traspasan por su intensidad- son los que se centran en las listas electorales.
No recuerdo dimisiones ni debates irreconciliables suscitados por la inclusión o no de algún tema en los programas electorales en ningún partido.
Gallardón, por ejemplo, no se siente derrotado porque Madrid no exista en elprograma electoral de su partido, sino porque él ha sido borrado de las listas.
Para nuestros políticos lo importante es aparecer, colocarse en el congreso, habitar las comisiones, ascender profesionalmente o, por lo menos, estar en disposición de hacerlo.
Salir en la foto o no salir.
Esa es la cuestión.
Y aún así lo peor no es que las cosas sean de este modo, sino que sucedan de una forma tan impune ante nuestros ciegos ojos.
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