Un pequeño momento absurdo es suficiente. Se basta para abrasar todo el sentido, para pulverizarlo y convertirlo en el polvo que todos terminamos siendo.
Son pocos los finos hilos que nos atan a esa ficción compartida que llamamos realidad (mientras de soslayo nos miramos desconfiados los unos a los otros deseando que no surjan heterodoxas disensiones inoportunas).
Es más. Ni siquiera sabemos cuáles.
La respuesta siempre esa posteriori.
Cuando de un preciso parpadeo se cortan en un sólo momento de absurdo.
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