sábado, marzo 08, 2008

EL DORADO

Howard Hawks es uno de los grandes de la época clásica del cine norteamericano que es casi como decir de la historia del cine.

Su mundo es un espacio para la acción, eminentemente masculino, donde las palabras que se pronuncian son las justas y la amistad acompañada del fiel seguimiento a un propio código moral es el principal valor que orienta a los personajes en sus andanzas y peripecias.

El cine de Hawks muchas veces se sostiene sobre episodios de vida cotidiana que resultan anecdóticos, pero que ayudan a construir las relaciones entre los personajes. Las historias no son complejas, apenas una excusa para poner en marcha las psicologías y las acciones que los puntos de vista generados por esa visión del mundo producen.

Hay un cierto sentido de documentalidad traducido en la pequeña química de las pequeñas cosas, mientras las grandes, las que determinan el avance de la historia van sucediendo. En "El Dorado" se suceden las conversaciones y las situaciones aparentemente intrascedentes que permiten el desarrollo de los personajes principales y que son lo mejor de la película.

En este sentido, la acción principal se convierte en un mero soporte vertebrador de esa sucesión de escenas en donde reside el verdadero encanto de la película.

"Eldorado" es un estupendo ejemplo de la mirada de Howard Hawks.

La película se construye en torno a la relación de amistad que mantienen el pistolero Cole Thornton (John Wayne) y el sherif J.P. Hannah (Robert Mitchum), más en concreto sobre el constante y generoso esfuerzo que el primero desarrolla para evitar que el segundo se pierda definitivamente en las tinieblas de sí mismo.

Hay mucha generosidad en el primero, pero también mucha autoestima y firme creencia en el propio código de valores que llevará a Hannah a la superación de su pequeño drama. Es memorable la escena en que éste asume sus responsabilidades como sheriff al mismo tiempo que lucha contra su cuerpo y los efectos d elos mil y un whiskies que ha bebido.

Las mujeres en Hawks son siempre seres secundarios. Presencias seductoras que pervierten ese pequeño orden establecido o pacientes compañeras que abrazan sin comprender del todo al hombre que quieren. En cualquier caso, quedan fuera de ese centro dramático que establecen los hombres relacionandose entre sí mismos y con sus propias contradicciones.

Todo ésto está presente en "El Dorado", una de las obras cumbre de Hawks que en el año 1966 se encontraba ya cercano al final de su carrera y en el punto más alto de su talento.

La poética de Hawks descansa en, como escribía el poeta, la erótica secreta de los iguales.

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