Le pregunto a G. si sabe el nombre del árbitro que nos va a pitar el partido que vamos a jugar contra el Barcelona.
G. no lo sabe. No tiene una respuesta clara para mí. Lo único puede ofrecerme es su absoluta certeza de que será un auténtico hijo de puta.
Puede sonar fuerte, pero la verdad es que una las mayores diferencias que he notado entre los partidos del Real Madrid y del Atlético de Madrid es la actuación de los árbitros.
Mientras en los partidos del equipo blanco la figura del árbitro es una presencia secundaria que apenas se limita a regular el tráfico del partido con mayor o menos acierto, en los partidos del Atlético la figura del árbitro es una alargada sombra que se extiende amenazadora por todo el verde campo.
El árbitro importa mucho en los partidos del Atlético de Madrid. Puede dar, pero sobre todo puede quitar.
Hay que estar encima de él, vigilándole, anotando mentalmente en un cuaderno imaginario la invisible contabilidad de sus decisiones... una contabilidad que casi siempre arrojará un saldo deudor.
No es un capricho.
Me ha bastado un partido como el de hoy para empezar a sospechar... y éso que nos ha pitado un penalty... pero lo cierto es que su comportamiento ha sido extraño, como caprichoso. Generoso con las tarjetas para los jugadores del atlético y rácano para con los jugadores del Barcelona en situaciones que desde la grada parecían similares.
Entiendo perfectamente a G.
Quedando apenas un par de minutos para la finalización del partido y con una diferencia de dos goles en el marcador, el trencilla saca una tarjeta al portero atlético por presunta pérdida de tiempo. Corre a saltitos, como una gacela entrada en kilos, con la tarjeta en la mano, desplazando consigo la apestosa nube de no haber expulsado el jugador del Barcelona en el penalty.
Es verdad.
Algo pasa con los árbitros y el Atlético de Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario