No tiene prisa.
No quiere tenerla.

Deja que el tiempo se le caiga de las manos, como arena, como agua, en un consciente acto de autodestrucción.

Por lo menos le queda éso.
La libertad en el empleo de esos minutos y segundos que, después de todo y al final, se traducirán en irrecuperables latidos de su cansado corazón.

No tiene prisa.
No quiere tenerla.

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