AL FINAL DE LA ESCAPADA
Aunque el tiempo ha pasado sobre ella, "Al final de la escapada" sigue conservando el dudoso encanto de una obra eminentemente adolescente, rebosante de una intensa locura.
La locura de apoderarse del mundo y de todos y cada uno de los momentos que componen la propia vida.
La locura de habitar soñados clichés, atractivos iconos con los que dotar de sentido a una personalidad todavía no del todo cuajada.
La locura del presente interpretado en y por sí mismo, sin la madura consciencia de los riesgos y consecuencias, una consciencia que sólo se consigue con la supervivencia a uno mismo y a esa misma loca fiebre de existir sentida como una epifanía reveladora del propio destino.
La locura de la vida sentida antes del desgaste de los años, cuando todo está sucediendo por primera vez y encierra la embriagadora magia de lo ignoto.
Tantas locuras a cuyos tentadores márgenes nuestros labios ya no se pueden acercar puros e intactos.
En todos estos sentidos, y también -sobre todo- por la misteriosa belleza de Jean Seberg, "Al final de la escapada" sigue siendo una película potente, de obligatoria visión a mi entender.
El reencuentro con el paraíso perdido antes de que, si sobrevivimos, terminemos cayendo en los artificiales... que tampoco estan mal, por cierto.
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