Quizá le pedimos demasiado a la vida.
Seguramente es mejor hacer caso a nuestro abogado,
a nuestro médico,
y quedarnos donde estamos,
sin alterar minimamente el gesto.
No discrepar
ni aullar a la luna.
No saltarse el calendario establecido
ni las previsiones correspondientes
de la correspondiente oficina de gobierno.
Durar en un mar tranquilo de tiempo,
soportando las previstas frustraciones,
los usuales problemas de siempre
para los que aplicaremos las medidas de rigor
en espacios especialmente acotados para la tristeza.
Pertenecer a la gran máquina,
ser un eslabón más en su cadena.
Y funcionar soportando el negro zarpazo del vacío,
ese hermano gemelo que nos crece y crece como un tumor en el alma,
pidiendo a la vida
lo que nos corresponde
según el sistema de recompensas y castigos
que designan las tablas y baremos
definidos para nuestro bien
por quienes más nos quieren
y más se desviven por nuestro sueño.
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