Esta película póstuma de Anthony Minghella podría considerarse, dentro de su filmografía, como un film menor. Carente de la grandiosidad de superproducciones como "El paciente inglés" o "Cold Mountain", "Braking and entering" sucede en un Londres cotidiano, muy alejado de las postales para turistas para contarnos una historia intimista de preguntas que no tienen respuesta.
Si por algo se reconoce el cine de Minghella, además de por el pulido y perfecto acabado de todos sus trabajos, es por las emociones. Las películas de Minghella rebosan de sentimientos vehiculados através de palabras y miradas captadas en el momento preciso y en este sentido "Breaking and entering" ofrece al espectador el mismo emocionante y palpitante corazón de trabajos anteriores... sólo que carente del grandilocuente envoltorio de superproducción al que minghella parecía abonado desde "El paciente inglés" (salvo la excepción que supuso "Play" en el 2000).
En este sentido, hay algo del fantasma de David Lean en la capacidad de Anthony Minghella para pasar del espacio "micro" de las emociones individuales al escenario "macro" de los grandes momentos, propios de las grandes historias. La capacidad de Minghella para insertar los sentimientos en una exhuberante retórica cinemascópica y hacerlos destacar es una cualidad similar a la, en mayor medida, poseída por el cineasta británico.
"Breaking and Entering" nos cuenta un conflicto casi geométrico. Las trayectorias que los humanos trazamos en el espacio de nuestra vida práctica (familia, trabajo, relaciones,....) no siempre coinciden con las que puede trazar nuestro corazón, sobre ese mismo espacio, si le permitimos tomar el control. El resultado será siempre el conflicto, el melodrama, las preguntas sin respuesta y las decisiones entre opciones, por diferentes motivos, igualmente dolorosas.
Seguramente llega un momento en nuestras vidas, en las de todos y cada uno, en que dejarse llevar por los sentimientos se convierte en una pura y absoluta heterodoxia, una acción tanática y destructiva que socava los en mayor o menor medida firmes cimientos del edificio de nuestra vida... nuestro trabajo real de cada día, que no es otro que tener una vida sobre cuyos brazos confortables descansar cada noche.
A veces, el corazón nos susurra constantemente al oído que no estamos contentos, que algo nos falta, que hay otros mundos y que debemos salir como piratas, banderas al viento, a abordar la belleza que envidiamos en algunos de ellos y éso es lo que Will Francis (Jude Law), su protagonista, termina haciendo casi y de alguna forma rechazado por determinados aspectos de su propia vida que le resultan insatisfactorios, especialmente el cerrado núcleo que forman su pareja (Robin Wright Penn) y su hija autista.
Persiguiendo a un ladrón adolescente terminará encontrando en su madre (Juliette Binoche) aquello que cree le falta para ser feliz... pero las cosas nunca son tan fáciles.
Eternamente instisfechos, porque hemos nacido para desear, siempre perseguimos fantasmas que nos miran desde el otro lado del espejo en el que desesperadamente nos reflejamos.
Esa es parte de nuestra conflictiva naturaleza.
Transferimos a lo que deseamos un valor de realidad que no se corresponde con el justo valor de aquella cosa o persona a la que nos acercamos o, lo que es lo mismo, nos queremos por lo que no somos y nos dejamos por lo que en realidad somos, porque, y hasta cierto punto, caminamos por la vida como sonámbulos viviendo el sueño de nuestro deseo.
De todo ésto creo que habla "Breaking and entering" y por eso, también creo, se trata de una espléndida película.
Hecharemos de menos el talento de Minghella para construir y contar historias sobre las rojas tinieblas del humano corazón.
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