lunes, octubre 06, 2008















THE KILLING

Del cine de Stanley Kubrick siempre me quedo con sus primeras películas, las de blanco y negro: "Lolita", "Senderos de Gloria", "Teléfono rojo volamos hacia Moscú" y, por supuesto, "The Killing", que quizá sea mi favorita entre las favoritas.

Ante el resto, las de color, quizá con la excepción de "Espartaco" (de la que, por cierto, Kubrick siempre renegó), siempre pienso que les sobra alrededor de media hora por la mitad, como si nadie se hubiera atrevido a contradecir al genio en el esplendor pleno de su expresión.

"The killing" cuenta en apenas noventa minutos de continuo ir y venir en el tiempo narrativo el robo de la recaudación de un hipódromo por parte de una banda de perdedores a la caza desesperada de una última oportunidad.

En general la trama es lineal, pero avanza como a trompicones. Lo contado siempre se mueve hacia delante en el tiempo, pero Kubrick se permite construir con el guión una estructura que avanza o retrocede en un complejo contexto de progresión.

El resultado, magníficamente aderezado por unos magníficos diálogos escritos por ese angel oscuro de la novela negra llamado Jim Thompson, no resulta confuso sino interesante.


Maurice: You have my sympathies, then. You have not yet learned that in this life you have to be like everyone else - the perfect mediocrity; no better, no worse. Individuality's a monster and it must be strangled in it's cradle to make our friends feel confident. You know, I've often thought that the gangster and the artist are the same in the eyes of the masses. They are admired and hero-worshipped, but there is always present underlying wish to see them destroyed at the peak of their glory


El espectador asiste en primera fila a la meticulosa urdimbre de una trama cuyos autores suponen un plan perfecto.

Ante los ojos del espectador y con una gélida frialdad de película de Jean Pierre Melville, las piezas comienzan a encajar como un perfecto mecanismo de relojería. En este sentido, The Killing es como un tren que puntualmente llega a todas las paradas definidas en su ruta y el mérito de Kubrick y de Thompson es conseguir que todos queramos subirnos en él.

Y todo hasta que interviene la adversa suerte bajo la forma de una maleta defectuosa, imposible de cerrar, como si el lento y dificultoso trabajo de construcción de ese perfecto plan pudiera ser borrado por un simple segundo de fatídico descuido, como si la perfección fuera un imposible trabajo de ficción constantemente amenazado por una realidad llena de peligrosas casualidades, coincidencias e imprevistos.

Una maleta que se abre y un taxi que no se detiene son suficientes para convertir al gangster en un romántico que no sólo lucha contra su destino sino contra un desorden establecido de las cosas que siempre termina por impedir que impere el pequeño orden de su éxito el tiempo suficiente como para escapar con el botín.

Contra la perfección moderna de la teoría, del plan perfecto, siempre se opone el inesperado nihilismo postmoderno de las circunstancias, de las excepciones, de los detalles, de los imprevistos, que a todos nos iguala en el humano fracaso.

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