domingo, noviembre 09, 2008













EL RESULTADO DEL AMOR


Los personajes de Eliseo Subiela se mueven en los márgenes de nuestra sociedad. Viven en las orillas, en los rincones, en el leve instante que sucede entre un parpadeo y otro. Son transparentes, invisibles, perdidos en el eterno laberinto de las emociones intentando pactar una salida negociada con su destino en tanto en cuanto no encuentran un igual al que amar... y salvarse entregándose de una forma totalmente altruista a ese otro que, en reciprocidad, hace lo mismo... y así terminan salvándose los dos.

La mentira de salvarse uno mismo no va con ellos. Prefieren la otra mentira, la más difícil, la de salvarse salvando.

Su apuesta es absolutamente heterodoxa y por eso la sociedad de los ortodoxos les condena al ostracismo de los rincones, las orillas y los márgenes.

Son outsiders, extraños forasteros cuyo mundo es otro. Payasos, poetas, vagabundos, locos, ... Y todos viviendo con la lucidez de los elegidos, lejos de cinismos, egoismos, carreras y grandes superficies comerciales

La vanguardia de una clase obrera emocional que busca el camino de la revolución por otros cauces, por otras infraestructuras más profundas y esenciales que las económicas.

La impostura de las emociones y el cinismo del egosimo emocional como una forma de suicidio tan lento o rápido como el fumar.

Por todo ésto, y por más cosas, me ha emocionado mucho su penúltima película: "El resultado del amor". Una historia de redención y salvación, llena de pureza y sencillez en la que él le dice a ella que puede llorar tranquila y ella cuenta los besos que, convaleciente en el hospital, y recibiendo la visita de la muerte algunas noches, ha dejado de darle a él.

Hay mucha poesía en el mundo de Eliseo Subiela y muy poca en las cobardes calles del mundo real en donde la alargada sombra de las horas en punto y de las cuadradas sumas inflexiblemente sobrellevadas con la negra seriedad de una enfermedad crónica hacen crecer en cada uno de nosotros lo peor de cuanto podemos ofrecer y dar.

Porque, y aunque consigamos tener de todo, siempre nos perseguirá la humana maldición de jamás terminar de querer tener.

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