domingo, febrero 15, 2009

CAPTURING THE FRIEDMANS

Hay algo terrible en las imágenes que vierten esos super 8 a través de los cuales los Friedman qusieron dejar constancia de la brutal y total descomposición de su propia familia.

A lo largo del documental esas imágenes van apareciéndose como impacables fantasmas de las navidades pasadas para situar las cosas en su justo lugar: el ruido y la furia de un idílico estereotipo que por todas partes se resquebraja atacada tanto por sus contradicciones internas (modo de ser de sus integrantes) como externas (la acusación de pederastia de la que el padre y el hijo mayor han de dar cuenta.

Sobrecoge ser el espectador de semejante intimidad delicada. Un poco es como estar leyendo el destino de los Friedmans en el calor de sus entrañas desplegadas sobre un mediático altar de sacrificios.

Pero también hay un algo inconfesable... aquella fascinación a la que Georges Bataille se refería cuando hablaba de todo aquello que nos está prohibido ver, tocar y probar y que probamos, vemos y tocamos cuando casi nadie nos ve.

El dios familiar contemplado en su humana intimidad.

Esto por un lado, pero por otra existe una no menos interesante vertiente que tiene que ver con el hecho de que, al final, y con el paso del tiempo, el pasado se convierte en un material moldeable cuyo objetivo es justificarnos en nuestro presente. 

En este sentido, todos los que de alguna forma tuvieron algo que ver en esta terrible historia tienen su propio relato, su propio sentido que en muchos casos contradice al de otros actores.

La vida misma.

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