Es una pena que Anthony Minghella haya desaparecido tan pronto. Aún podría habernos dado alguna muestra más de su talento lleno de sensibilidad para contarnos historias. Sus historias. Relatos en los que sus protagonistas viven perdidos en el interminable laberinto de sus propias emociones, de sus propios conflictos consigo mismos y con un mundo que como no puede ser de otra forma se esfuerza en negarles lo que más necesitan.
Y no hay mejor escenario para perder... y quizá terminar encontrando, que la catastrofe de una guerra.
En este sentido, Minghella utiliza el paisaje de la guerra civil norteamericana, la historia de "Cold Mountain", para situar a sus personajes ante el mayor de los retos, el de mantenerse fieles a si mismos, a sus certezas y a sus dudas en un momento en que lo más fácil pudiera ser cambiar, dejar que el corazón se endurezca con el contacto de los desastres de la guerra y terminar siendo infieles a las propias emociones.
Endurecerse, volverse escéptico y cínico con la excusa de no volver a ser heridos por unos tiempos que están hechos para herir. Pero este no es el caso, y aunque les cueste vida y hacienda, Inman (Jude Law) y Ada (Nicole Kidman) se mantienen fieles a la único hermoso que tienen y que está dentro de ellos mismos.
Y de algún modo se mantienen intactos.
De alguna manera el horror que les rodea no puede alcanzarles en el lugar más profundo e intimo donde por propia voluntad han decidido confinarse.
Son absolutamente románticos.
Asumen el riesgo de convertir la realidad en una variable dependiente.
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