Hay buenos planteamientos en Neverwas.
Por un lado, el de un hijo indagando en el trágico misterio de un padre, escritor de éxito de libros infantiles. Un misterio que esconde un secreto relacionado con su obra. Por otro, el de un psiquiatra que también indaga en el misterio de la locura de uno de sus pacientes.
En algún momento, el protagonista descubre que ambas líneas coinciden de forma que lo que es realidad para un loco se convierte en la fuente de una ficción que el escritor traslada a sus lectores para que se convierta en un mundo alternativo y no menos real y el circulo se cierre.
El terreno de la narración es propicio para plantear algún discurso interesante sobre el sentido de la realidad y la necesidad de la ficción o sobre el momento en que se decide la línea que separa la locura de la cordura en la humana necesidad de esa ficción... pero el propósito de la historia se detiene mucho antes, como con diez mil kilómetros de antelación, en el territorio del almibarado drama que apenas consigue traspasar la pantalla con su perceptible aroma a cliché.
En este sentido, "Neverwas" nos proporciona en cucharilla de plata una ración no especialmente bien cocinada de las mismas imágenes de siempre para que encontremos consolador refugio en las mismas emociones de siempre.
"Si miras durante mucho tiempo al fondo del abismo, el abismo terminará por entrar en tí" escribió Nieztsche cansado de mirar hacia ese profundo oscuro que nos desdobla y que llevamos dentro. En este sentido, el concepto de locura siempre ha encerrado un mucho de indagación extrema en uno mismo, de individualidad visionaria hasta el punto de que en Shakespeare son los locos y los bufones quienes en bastantes ocasiones son vehículo verbalizador de una verdad que los demás se obstinan en dar la espalda.
Mediante el concepto clínico de locura la sociedad siempre puede estigmatizar a sus heterodoxos como locos y encerrarlos junto con los otros, los que ya no pueden soportar más la mentira que los ortodoxos escenifican cada día y s ehan roto en mil pedazos de manías, neurosis y paranoias.
Como escribía Dostoyevsky: "Sólo enfermando al vecino es como uno se convence de su propia salud". Y así, los derrotados y los visionarios terminan siempre compartiendo la misma celda... mientras afuera impera la normalidad. Se escenifica el medido espectáculo de la cotidianidad en tanto lentamente se apaga el brillo adolescente de las miradas en unos personajes cómodamente sentados en la tranquilidad asesina de su propia hacienda.
Hasta que un día en el lugar que ahora ocupa un inmenso vacío la sombra de algo que estuvo se echa en falta.
Quizá debiera Ud. optar por la comedias estos días... Dicen que el cine inspirado inspira...
ResponderEliminarMe ha leído usted el pensamiento, mi buen marqués.
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