No está entre mis películas favoritas de Eliseo Subiela esta historia que, con maneras metafóricas, pretende ser piedra de toque y catarsis de la situación crítica a la que llegó la sociedad argentina a a finales de la década de los ochentas del siglo pasado.
Un escritor que quiere serlo se topa en una estación del metro de Buenos Aires con una hermosa y extraña mujer que le introducirá en los secretos de una no menos misteriosa familia que vive como fantasmas abandonados por el padre en medio de ninguna parte.
Como siempre en el cine de Eliseo Subiela hay imágenes sugerentes e ideas emocionantes, pero, y en esta ocasión, todo resulta demasiado inconexo, farragoso, difícil de seguir... como si al espectador (que soy yo) careciera de la suficiente competencia textual como para entender llamadas al entendimiento y a la emoción que quizá estén demasiado localizadas en un tiempo y en un lugar determinados y que no terminan de prender en el entendimiento con la necesaria intensidad.
Hay personajes muy arriesgados como el hermano que olvida palabras y habla sin ellas. Hay escenas como la del boliche que no terminan de funcionar o que resultan demasiado tópicas como aquella de la construcción del avión o que no terminan de encajar bien como todas las del Cristo descendido de la cruz... Pero el talento de Subiela encuentra ocasiones y lugares para manifestarse... El encuentro de los dos personajes principales reconociéndose en la intención de saltar a las vías del metro o el cansancio del Cristo descendido de la cruz que reniega de todos aquellos malvados a los que tiene que personar mientras le hinca el diente a un bocata de mortadela o el escritor escribiendo atracos que uno de los hermanos realiza en cuanto han sido escritos.
Como en casi todo Subiela, la tristeza ante un mundo en el que los personajes no se encuentran. Un mundo cruel que les niega, con la rácana lógica de la superviviencia en la cotidianidad, la trascendencia emocional y personal que buscan, está también presente en "Últimas imágenes del naufragio".
Pero seguramente ese carácter catárquico que Subiela busca en esta película.... Convertir a sus personajes en reflejo de un estado de ánimo de toda una sociedad... No le viene bien al cine de Subiela. Un cine que es más una narrativa de las pequeñas cosas, que sucede en los márgenes descastados y perdidos, en los callejones olvidados de un mundo que se mueve en las avenidas amplias de otros valores y sentidos.
Desde la poesía, Subiela intenta construir un experimento parecido al que Ricardo Franco, y para España, desde el documental, consiguió realizar con "El desecanto".
La familia como metáfora de una sociedad sometida a los conflictos que los vaivenes del tiempo siempre producen.
El presente como desierta playa donde los seres, las emociones y los dicursos descansan abandonados sobre la arena... como restos de un naufragio.
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