La historia que Sturges nos cuenta en "El milagro de Morgan Creek" no es una historia habitual, al uso de lo que uno espera ver en una comedia norteamericana de los años 40.
En primer lugar, la trama es contemporánea al año 1944, apogeo de la segunda guerra mundial, y su protagonista masculino no es un apolíneo héroe matador de alemanes y japoneses sino un apocado empleado de banco que es continuamente rechazado por el servicio reclutamiento del gobierno norteamericano.
En segundo lugar, la protagonista femenina no es una abnegada señora Miniver sacrificandose por aquellos que luchan en el frente sino una alocada joven que pierde la cabeza, y la virginidad, en una fiesta de despedida de los reemplazos que marchan al frente.
Y es sobre la inesperada consecuencia de esa pérdida de cabeza sobre la que gira una alocada trama en la que la línea recta jamás es la distancia más corta entre dos puntos.
Planeando como un albatros baudeleriano sobre los rígidos códigos de censura de la época, el genio de Sturges brilla dando a luz este "milagro" cinematográfico que hace temblar a los mismisimos jerarcas fascistas.
Situaciones hilarantes, réplicas brillantes y mucha inteligencia dentro de una trama bien hurdida y mejor narrada que obra el pequeño gran milagro de seguir haciendo reir medio siglo después, a los nuevos ojos que la miran desde otro tiempo.
Inolvidable.
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