El vientre de las calles
revienta bajo el plumbeo pesar incesante del sol
mientras asoma silenciosa la parálisis del sueño
enredada entre las quemadas alas del tiempo
eternamente consumiéndose en el inmenso desierto
de un cielo quieto, interminablemente azul.
A los pasos que se dejan ir,
que inconscientemente se empeñan
en la inflexible naturaleza de su querer seguir,
la incómoda insistencia del momento
se agarra como un derretido asfalto
que lo dificulta todo
a modo de incómoda ceguera sobrevenida.
Es mejor detenerse,
esperar el seguro regresar de todas las cosas,
más adelante,
con la oscuridad.
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