domingo, agosto 02, 2009

CALABUCH

Es perfectamente posible sentir nostalgia por algo que jamás ha sucedido. Es más, y desde una determinada concepción del pasado, resulta bastante ajustado pensar que siempre se siente nostalgia por acontecimientos o momentos que jamás sucedieron... al menos, tal y como los recordamos. Después de todo, el pasado y la interpretación que hacemos de él sólo existe en función del presente que vivimos. Recordamos en función del presente, de lo que el momento actual nos plantea y exije... pero ésta es otra historia.

Dirigida por Luis García Berlanga en 1956, "Calabuch" nos cuenta la historia de un prestigioso científico norteamericano (Edmund Gwenn) quién, huyendo de los rigores y exigencias de su mundo moderno, termina en un pequeño pueblo de la costa mediterránea española llamado Calabuch. Allí, el científico encontrará una especie de utópica arcadia de hombres y mujeres, la magia de una comunidad que es también familia en la que el profesor Hamilton encontrará un lugar en el que encajar y descansar.

"Calabuch" tiene mucho que ver con "El hombre tranquilo" de John Ford. En ambas, sus protagonistas acaban en dos arcadias rebotados de un mundanal ruido que, como mínimo, les ha infringido el daño suficiente como para querer escapar buscando el cálido abrazo de una comunidad-familia en la que puedan reponerse de sus heridas. En ambas el sentimiento protagonista es la nostalgia por una comunidad de seres humanos en toda la extensión de la palabra sentida desde los rigores de un deshumanizado mundo moderno e industrial, un mundo donde imperan unos valores nuevos y es fácil perder el rumbo, dejar de escuchar esa voz que, como escribia Yeats, nos habla desde lo más profundo del corazón y que como una baliza nos marca el camino de regreso:

"Me levantaré y me pondré en marcha, y a Innisfree iré,
y una choza haré allí, de arcilla y espinos:
nueve surcos de habas tendré allí, un panal para la miel,
y viviré solo en el arrullo de los zumbidos.
Y tendré algo de paz allí, porque la paz viene goteando con calma,
goteando desde los velos de la mañana hasta allí donde canta el grillo;
allí la medianoche es una luz tenue, y el mediodía un brillo escarlata
y el atardecer pleno de alas de pardillo.
Me levantaré y me pondré en marcha, noche y día,
oigo el agua del lago chapotear levemente contra la orilla;
mientras permanezco quieto en la carretera o en el asfalto gris
la oigo en lo más profundo del corazón."
(La isla del lago de Innisfree, Yeats)

Si John Wayne regresa en el "El Hombre tranquilo" a un pueblo llamado Innisfree, el profesor Hamilton acaba en Calabuch, una suerte de Innisfree mediterráneo en el que encontrará la paz que busca.

Allí, donde los medios de comunicación apenas llegan, nadie reconocerá a Hamilton y todos le verán como realmente es aceptándole, sin dudar y sin dobleces, como miembro de una comunidad en la que todos sus miembros parecen expresarse de forma auténtica y directa, sin miedos ni hipocresías.

"Calabuch" reproduce esa idealizada nostalgia sentida hacia un lugar que sólo existe en el deseo, un lugar utópico y ucrónico en el que poder descansar de los rigores que nos imponen los espacios y los tiempos en los que por necesidad estamos inscritos y en el que los otros, que constantemente nos rodean, dejen de ser el infierno del que Sartre hablaba para pasar a convertirse en cielo.

Una obra menor de Luis García Berlanga llena de encanto, con grandes momentos y personajes como ese cabo de la guardia civil (Juan Calvo) que ordena a la flota norteamericana que no se mueva o ese torero (Jose Luis Ozores) preocupado por la salud fisica y estabilidad emocional de su toro.

Deliciosa.

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