los pedazos más aceptables y comestibles de los días,
para reunirlos sobre la mesa,
al anochecer
y contemplarlos todos juntos,
en desordenado montón,
mientras pacientemente esperamos
que la ausencia nuestra de cada día
vuelva, puntual e irremediablemente,
a darse hoy.
Corriendo,
como perseguidos por los relojes.
No queriendo llegar tarde a ninguna parte...
(quizá por evitar descubrir que,
en todas ellas, la prevista mecánica de las cosas
puede empezar puntualmente sin nosotros.)
Rodeados de espejismos...
(y el primero y principal de todos ellos
es aquel que no se atreve a mirarnos
desde el otro lado del espejo.)
Desesperadamente insulares,
persiguiendo sombras,
sin saber exactamente,
probablemente intuyendo.
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