Falta alguien que no sólo se vea a si mismo perdido en el inmenso desierto de su necesidad, sino también que tenga presente la posición que ocupan sus contrincantes y la imagen que están dando todos ellos ante un público que quizá sea inexistente, que seguramente se dedica a otras cosas... curiosamente, las mismas a las que se dedican nuestros políticos, esos que deberían ser los mejores de nosotros... a trapichear, a sobrevivir en un mundo cada vez más complicado y difícil.
Y si hay mejores, que lo dudo, estos deben dar ejemplo.
Es importante saber que existen otros mundos en éste, como aquel soldado alemán que en la novela "Vida y destino" cantaba opera cuando cesaban los alaridos de las armas. Alguien tiene que encargarse de recordarnos a todos que la vida es algo más que ésto: la servidumbre de la máquina, la tiranía de los relojes, la nostalgia del espejismo de las vacaciones terminadas...
Necesitamos gestos.
Políticos que rechacen relojes y coches caros, que no se pasen en masa al grupo mixto para conseguir un cambio en la alcaldía, que no les importe lo que piensen los demás y, principalmente, que no les importe perder... que prefieran perder a perderse, que si las cosas no van a ser como ellos creen que deben ser estén dispuestos a volverse a casa.
Pedagogía del fracaso y de la coherencia.
En algo tiene que notarse que son los mejores de nosotros... pero nada de eso sucede. En lugar de ese retablo de las maravillas tenemos este espectáculo triste y vil el que forman políticos y periodistas agrupándose en torno a diferentes banderas según conveniencias que en absoluto son inalterables, disparándose los unos a los otros, produciendo constantemente argumentos basados en medias verdades y medias mentiras.
El espectáculo triste y vil del animal humano satisfaciendo sus necesidades más básicas, perdido en el interminable sinsentido de la satisfacción inmediata de sus necesidades, evitando el fracaso, la carencia, el dolor y el sacrificio.
No nos damos cuenta todavía pero necesitamos esperanza, la posibilidad de creer en nosotros como grupo.
Hacen falta gestos máximos, extremos que nos devuelvan la autoestima que lentamente nos estamos arrebatando los unos a los otros.
Hombres imposibles que tengan en la cabeza la visión general y total de las cosas, que prefieran decirnos la verdad a mentirnos, que prefieran decirnos la verdad a esperar a que las mentiras acaben con su contrincante.
Nuestra decadencia es total y absoluta y lo más curioso de todo es que inesperadamente nos sucede en plena abundancia, libres de las dificultades materiales e inmateriales que asolaron la entereza vital de nuestros ancestros. Una abundancia en la que ya tenemos que pagar casi para todo, en la que todo está o estará en el mercado y en la que vivimos para pagar y pagar todo lo que, sin poder parar, compramos y compramos.
Tantos siglos de evolución para descubrirnos como el animal codicioso y temeroso del futuro que nunca hemos dejado de ser, perdiéndonos por un reloj o por una casa más grande y esperando que cada nueva cosa nos llene el vacío que conseguir la cosa anterior nos ha dejado.
Constantemente pagando y debiendo en un mundo en el que absolutamente todo empieza a tener precio.
Estrangulados por nuestro propio Frankenstein.
Perdidos en el gran sueño del paraíso.
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