LA MALA EDUCACIÓN
Me resulta difícil hablar de esta película de Almodóvar. Y esta dificultad no procede de un presunto síndrome cinematográfico de Stendhal producido por las abundantes y variadas calidades de la película, sino de todo lo contrario... No se qué es lo que me gusta menos de "La mala educación"... Innecesariamente compleja, la historia no necesitaba dar tantas vueltas para conducirnos a un tópico final de verdad, mentira y ambición, propio del cine negro, trasladado al mundo cinematográfico de la España de la década de los ochentas del pasado siglo.
Al final, Juan (un frío y descolocado Gael García Bernal) consigue ser el actor que desea ser y todo a costa de la vieja historia de amor que Enrique Goded (un nimio y transparente Fele Martinez) vivió con su hermano cuando aún ambos eran unos niños.
Por en medio, hay un largo e intrincado viaje por diferentes líneas argumentales, algunas evidentemente contradictorias, y niveles narrativos que lastran y distraen, que el espacio que ocupan en la película no se corresponde con su aportación al significado real de una historia que, en un principio, gira en torno a Goded para terminar convirtiendo a éste en sujeto paciente de Juan, dentro de su red pacientemente tejida.
Hay demasiados árboles que impiden al espectador ver el bosque de la verdadera trama, como si el director estuviera tan sólo en la cima de su éxito como para no haber tenido a nadie que le hubiera recomendado eliminar, como mínimo, unas veinte o treinta páginas del guión.
No quisiera caer en lo personal, pero me disgusta la pretensión de genialidad y excelencia que para mi supura esta historia tan innecesariamente compleja y alambicada... porque en ella hay personajes interesantes, entregados a la pasión y pulverizados por ella, desesperadamente perdidos en su laberinto pero, sin duda, sepultados bajo el inmenso ego de su creador que los hace ir y venir, transformarse ensombrecidos por una barroca estructura narrativa de la que son resignados esclavos... En "La mala educación" los personajes y la historia no son un fin en si mismos, sino un medio, actantes portadores de las esencias de un autor que por encima de todo busca ser el principal protagonista de sus propias obras, un Dios Mayor que sólo busca poner en evidencia ante sus fieles las mieles de sus presuntos atributos como creador.
Prescindible... por soberbia.
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