En el japón feudal del siglo XVI las luchas entre los diferentes señores son una constante. Y el inevitable conflicto termina llegando a una pequeña aldea y a las vidas del alfarero Genjuro y su cuñado Tobei.
La aparición de la guerra en las vidas de ambos supone una ruptura en la rutina de sus humildes vidas de campesinos. De algún modo, implica la apertura de una grieta en la superficie de la normalidad de su vida campesina por la que emerge lo irracional y lo fantástico de un modo arrollador.
Como contagiados por la desenfrenada locura del momento, tanto Genjuro como Tobei abandonaran a sus familias perdidos en la loca persecución de un afán, el del primero será enriquecerse vendiendo en las ciudades próximas sus platos y vasos mientras el del segundo será convertirse en samurai, en un respetado y valeroso guerrero. Ambos vagarán por un país en llamas cegados por el humo de su propósito y llegarán a conseguirlo, pero un mundo en el que el azar y lo fantástico parecen haberse apoderado de la lógica y el devenir de los acontecimientos terminará por devolverles a lugar de donde salieron... si bien lo sucedido no lo habrá hecho en balde y determinadas consecuencias de su locura terminarán por resultar inevitables.
"Cuentos de la luna pálida" o "Ugetsu monogatari" fue rodado por el maestro japonés Kenji Mizogouchi en 1953 y es una de las obras cumbres del cine japonés y, por extensión, del cine mundial.
La precisa imbricación de lo real con lo fantástico, de lo casual con lo necesario es presentado por Mizoguchi con una pasmosa y precisa caligrafía visual que genera con naturalidad un entorno de realismo mágico lleno de belleza, pureza y sensibilidad. Un paisaje donde los hombres se dejan llevar por la locura de sus propios instintos perdiéndose en la desconsiderada persecución de las propias ilusiones, fantasmas tan reales como los otros fantasmas que les salen al paso, para terminar encontrándose en la tranquila cordura del hogar abandonado.
Por encima de todo, "Cuentos de la luna pálida" es una lúcida reflexión... en el sentido literal de la palabra, porque la pantalla parece un espejo... Es una lúcida reflexión sobre la realidad y el deseo en la que este último, como siempre y no sin razón, queda en el distorsionante lugar peligroso de la tentación. Como escribía Shakespeare, "en nuestros locos intentos, renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser".
Bajo la luna pálida los cuentos que se cuentan nos hablan de esos locos intentos... Y al final, pasada la tormenta, la calma restante es el hombre mismo, un conmovedor y frágil "ecce homo" que ha sobrevivido a su propia locura y a quién en esta ocasión los caprichos del destino no han sido adversos.
Imprescindible.
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