El maestro Eastwood nos tenía muy mal acostumbrados.
Hasta el momento, y desde "Mystic River"(2003) se había mantenido en una pasmosa velocidad de crucero creativa... "Million Dollar Baby" (2004), "Banderas de nuestros padres" (2006), "Cartas desde Iwo Jima" (2006), "Changeling" (2008) y "Gran Torino" (2008)... Pero, y desgraciadamente, "Invictus" no es una película que esté a la altura de ese espectacular impulso final que Eastwood ha dado a su trabajo; seguramente sabiéndose a las puertas de la verdadera y auténtica vejez, una vejez cuyas demandas en principio no encajan con las duras exigencias físicas y mentales de la puesta en marcha y desarrollo de un proyecto cinematográfico.
Con motivo del debate que en nuestro país ha generado el tema del retraso de la edad de jubilación he leído opiniones de expertos que consideran que, en realidad,se puede trabajar perfectamente hasta los ochenta años. Esta edad supone realmente la verdadera frontera a partir de la cual las facultades tanto físicas como mentales empiezan a no acompañar... si es que el deseo de continuar permanece. Y en la cercanía de ese límite vital, en los últimos dos años, Eastwood se ha impuesto un ritmo que muchos directores jóvenes ni siquiera pueden permitirse. Rodó dos películas en 2008 y termina realizando esta "Invictus" en 2009.
Se trata de un importante ritmo de trabajo, como si el viejo Eastwood hubiera por fin comprendido que no dispone ya de todo el tiempo del mundo y, en el modo en que uno de esos personajes duros que como actor le encumbraron a la fama o como el Charlie Parker de su "Byrd", quisiera darlo todo al pie del cañón mientras le queden fuerzas y tiempo. Seguir tocando mientras le queden pulmones y aire.
Y en este sentido uno intuye señales de cansancio en "Invictus".
Tanto por la historia misma que nos quiere contar como por si misma como historia, "Invictus" es una película que durante todo su desarrollo está viniendo sin jamás terminar de llegar por completo.
La película no es en absoluto desdeñable.
Está llena de momentos emocionantes, la mayoría de ellos protagonizados por el genio, casi irreal, de Nelson Mandela, pero se centra demasiado en una parte de la ecuación que hace tan emocionante e inolvidable el libro de John Carlin en que se basa la película. Después de todo, Mandela realizó su magia en el mundial de rugby, pero todo lo relativo a la trayectoria del equipo sudafricano durante la competición resulta lejano y desdibujado.
En los propios partidos, lo peor con mucho de "Invictus", Eastwood se limita a mostrarnos de forma global el esfuerzo y la lucha que supone disputar un encuentro de este deporte, pero olvida que cada uno de esos partidos fue una historia en sí misma. Un emocionante relato de esfuerzo y solidaridad entre los jugadores que Eastwood desperdicia... La batalla bajo el barro y la lluvia en una semifinal en la que el equipo francés era también favorito frente al sudafricano, las generosas palabras del capitán francés tras una derrota con decisión arbitral discutible (que nadie discutió) diciendo que aquella final por la que habían luchado pertenecía a los Springboks, los esfuerzos de los enormes jugadores boers por aprender la letra del nuevo himno africano, la desgracia de que el jugador más débil físicamente del equipo Sudafricano fuera precisamente el encargado de tener que parar a Lomu durante la final, las ayudas que durante todo el partido hicieron todos los compañeros para ayudar ese lado débil incluso abandonando posiciones alejadas de la zona de influencia de juego y recuperando para que nada se notase, el modo en que todos y cada uno de ellos se encararon con Lomu... Todo ésto no está en "Invictus" y por eso la película no termina de llegar, carece de una épica que es ingrediente esencial de la historia que se está contando, una historia que se entiende pero que necesita ser sentida mucho más que entendida para ser apreciada en toda su mágica magnitud.
Y por aquí falla estrepitosamente "Invictus", donde uno menos esperara que fuera a hacerlo, en su mismo centro.
Aceptable.
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