No debería hacerlo, pero de cuando en cuando lo hago.
Como aquel personaje de Bataille que se tapaba la cara de forma que uno de sus ojos pudiera ver aquello que en las exigencias del gesto parecía prohibirse, a veces me asomo al horror, a los comentarios que escribe la gente al respecto de noticias que publican los periódicos digitales.
Y la barbarie sigue ahí, sobrecogedora, en el opinar de las personas comunes y corrientes.
No importan los hechos sino quién los protagoniza, si es de los suyos o de los nuestros. Y ese aspecto, el de la posición ideológica es relevante para valorar acciones y comportamientos, como si el reconocimiento de un error fuera una imperdonable exhibición de debilidad dentro de las lógicas estratégicas que desarrollan un eterno enfrentamiento de siglos en la lucha por la conquista de la verdad absoluta, como si nadie pudiera parar y juzgar las cosas por sí mismas porque la victoria sobre el otro nunca está lo suficientemente garantizada ni tampoco lo suficientemente cerca.
El argumento tribal de encontrar siempre una excusa para los míos y un reproche para los que no lo son.
El móvil de última tecnología metido en el bolsillo y el taparrabos de salvaje puesto dentro de la cabeza.
Me cansa mogollón esta españa minúscula y en minúscula.
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