Paralelismos entre la crítica que la Escuela de Frankfurt hace a la sociedad moderna occidental a través del binomio razón instrumental-razón final y la crítica que desde la perspectiva hinduísta René Guenon hace en su libro "Estudios sobre el hinduismo" a la misma sociedad occidental:
"En aquellas de nuestras obras a las cuales hemos hecho alusión anteriormente, hemos expuesto que la contemplación es superior a la acción, como lo inmutable es superior al cambio. No siendo la acción más que una modificación transitoria y momentánea del ser, no podría tener en ella misma su principio y su razón suficiente; si no se enlaza con un principio que está más allá de su dominio contingente, no es más que una pura ilusión; y ese principio del cual saca toda la realidad de la que es susceptible, y su existencia y su posibilidad misma, no puede encontrarse sino en la contemplación o, si se prefiere, en el conocimiento."
(Estudios sobre el hinduismo, René Guenón)
Toda acción necesita un sentido al que referirse y en el que circunscribirse.
2
"Ello es precisamente lo que ignoran los occidentales modernos que, del conocimiento, no consideran más que un conocimiento racional y discursivo, luego indirecto e imperfecto, lo que se podría denominar un conocimiento por reflejo, y que, cada vez más, no aprecian incluso este conocimiento inferior sino en la medida en que puede servir directamente a fines prácticos; comprometidos en la acción hasta el punto de negar todo lo que la sobrepasa, no perciben que esta acción misma degenera así, por falta de principio, en una agitación tan vana como estéril."
(Estudios sobre el hinduismo, René Guenón)
Es el olvido de las finalidades en favor de lo instrumental.
3
"...el dominio de la acción es el mundo exterior; pero este poder no es nada sin un principio interior, puramente espiritual"
(Estudios sobre el hinduismo, René Guenón)
Lo instrumental precisa de una finalidad para tener sentido, de lo contrario se convierte en una pura mecánica técnica de consecución de objetivos que se perpetúa a sí misma en un aparente final de la historia en que sólo cuenta lo cuantitativo.
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"No es menos cierto que hay ahí un peligro que, a pesar de todo, tiene el riesgo de agravarse, al menos transitoriamente; el "peligro occidental" no es una palabra vana, y el Occidente, que es él mismo su primera víctima, parece querer arrastrar a la humanidad entera en la ruina de la cual está amenazado por sus propias faltas. Este peligro es el de la acción desordenada, por estar privada de su principio; tal acción no es en sí misma sino una pura nada, y no puede conducir más que a una catástrofe. "(Estudios sobre el hinduismo, René Guenón)
El imposible de la constante aplicación de tácticas sin que exista una auténtica estrategia de presencia en el mundo que no vaya más allá del progreso material de la sociedad.
Y esa es la gran trampa que impide un pensamiento alternativo a la sociedad en que vivimos. El mundo de la sociedad industrial es un mundo hecho a la medida del animal que todos llevamos dentro. Todo está encaminado a que la bestia esté tranquila, confortable, bien alimentada, caliente, dando rienda suelta a su inagotable deseo y cualquier planteamiento cuestionador supone la sombra de una amenaza contra ese bienestar de las cosas producidas en mayor cantidad que en ninguna época de la historia humano, un bienestar por el que los seres humanos estamos sacrificando todo aquello que no es estrictamente animal dentro de nosotros.
El resultado es una sociedad cada vez más mecánica y animalizada, una acomodada sociedad del placer en el que conceptos tan básicos como el sacrificio y el esfuerzo empiezan a tener mala prensa.
Una sociedad bajo cuya apariencia sucede la misma jungla de siempre, una jungla de imágenes y símbolos donde existen invisibles y estructurales relaciones de poder bajo las que los humillados y ofendidos son los mismos humillados y ofendidos de siempre, ciudadanos respetables con los mismos derechos hasta que las cosas se complican y la cadena siempre termina rompiéndose por el mismo lado, el suyo.
Desde el punto de vista de lo material: prestamos e hipotecas, casas y coches, tarjetas de crédito e intereses, bolsas llenas de cosas...
Desde el punto de lo final, pura ilusión de deseo interminable e infinito, constante insatisfacción con lo que se tiene y eterna intención de querer más... más rápido, más grande, más alto.
Y esa materialidad anestesia la mirada desgastando sus filos.
Sólo la espiritualidad, las ética laica o religiosa de las finalidades, puede poner límites, circunscribir el deseo dentro de una voluntad, dentro de un sentido y un plan, pero el sistema capitalista de consumo nos quiere desprovistos de finalidades, indefensos como demanda ante su incesante oferta que sin ningún sentido ni propósito que el continuar acumulando se auto perpetúa.
Y en este sentido no hay nada más importante que el sacrificio y el esfuerzo, porque la ética de las finalidades implica una ascética, una depuradora lucha que pone límites al deseo fijando en cada momento lo que de verdad somos y, como consecuencia de ello, lo que de verdad queremos... Y no al revés, cuando desordenada y proteicamente somos lo que queremos.
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