Y, después de todo, quizá existiera el futuro
en aquel ya perdido entonces,
cuando las cosas empezaban en silencio
y todo era posible
porque el deseo lo impregnaba todo
con su fulgurante textura de fuego.
No diré que no.
Transcurrían los días suaves y leves,
casi sin sentirlos,
como los amores que de verdad nos quieren
y era cosa fácil perder la seria gravedad adulta del sentido
a la vuelta de cualquier mirada,
en el arrollador abrazo de cualquier cuerpo.
Desembarazarse de su incomprensible peso
ignorando la impaciente sombra de las palabras
murmurando en el agujereado final de los bolsillos,
queriendo llegar más alto o más lejos.
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