Y llega un día extraño.

De pronto existe el tiempo.
Su desvanecida materia se concreta
y como por arte de inevitable magia
cuaja en asombroso peso,
una incómoda gravedad que se siente de forma súbita
al abrir y cerrar los ojos,
respirando,
contando las olas
o señalando las nubes con el dedo;
en todo caso vistiendo
los más modestos actos de la propia existencia
con un escaso y ceñido traje de apremio.

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