La ciudad está llena de oficinistas
que con sus propias manos se abren el pecho
y se dejan las uñas buscándose un tesoro,
escarbándose dentro, muy adentro,
hasta que terminan emergiendo por la propia espalda
al mismo día que dejaron atrás
con la esperanza de no volver a ver
la manida luz láctea de todos sus siempres.

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