Dice el poeta que nada hay más profundo que la propia piel y, si a alguien le cabe alguna duda de la esencial verdad que encierra esta afirmación, debería ver enseguida esta pequeña y modesta joya de la animación que se llama "Mi vecino Totoro"
En su luminosa solaridad que desborda a deslumbrantes chorros, "Mi vecino Totoro" ofrece al espectador la insólita posibilidad de experimentar por si mismo la alegría con mayúsculas, esa alegría intangible de la que tanto hablan algunos poetas.
No hay ideas ni conceptos, apenas una historia, la de una familia que se traslada al campo para estar más cerca de la madre enferma, la de las dos niñas de esa familia entrando en contacto con un mundo agreste y milenario, una naturaleza encantadora y encantada, llena de una magia suave y modesta que rebosa silencios, de mil y un sonidos que son el sonar de la verdadera vida y también de genios como Totoro que sólo será accesible a la pureza del mirar encantador y encantado de las dos protagonistas, eternamente divertidas en un interminable paseo bajo el sol.
No hay ideas ni conceptos... Tampoco hacen mucha falta.
Llegar a sentir sobre la piel esa alegría que transmite esta pequeña obra maestra de la animación es recompensa más que suficiente para quién les escribe.
Como no puede ser de otra forma (porque los poetas están en lo cierto y nada hay más profundo que la propia piel), sus ecos terminan por resonar muy adentro.
Amo esta película.
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