BOB LE FLAMBEUR
No es cierto que a Bob le abandone la suerte, la mala suerte de Robert Montaigne es un lugar común a la hora de hablar en Internet de esta obra maestra del cineasta frances Jean Pierre Melville.
Lo cierto es que la grandeza de Bob reside precisamente en saber moverse con soltura sobre el alambre que la propia suerte tiende sobre el abismo de la incertidumbre.
Durante toda su vida, Bob ha nadado en las revueltas aguas de su destino, constantemente ha puesto a prueba su suerte tanto sobre las mesas de juego como sobre el árido tapete de la jungla de asfalto y lo ha hecho a espaldas de tiempo, hasta envejecer sin darse cuenta convirtiéndose en un joven-viejo que sigue haciendo las mismas cosas que siempre ha hecho sin reparar en el mensaje que el blanco de su pelo o las arrugas de su cara pudieran estar mandandole.
Y en este sentido hay una esencia doblemente heroica en Bob, por un lado su vida eterna a espaldas de tiempo y por otro su atribulada vida siempre en imposible equilibrio sobre la desequilibrada balanza de la suerte.
Ganar o perder no significan ya nada para Bob.
Lo importante es poder seguir jugando... tener un plan, poder llevarlo a la práctica y poner a prueba así al propio destino y a las circunstancias.
Lo fundamental de este clásico del cine negro francés es comprobar el modo en que la suerte pone a Bob sobre la pista del golpe más importante de su vida delictiva, el modo en que se lo quita y también la forma en que la brinda una inopinada posibilidad de escape.
Y todo al mismo tiempo, ante la tranquilidad de un Bob que parece haberlo visto ya todo, ante su rostro impenetrable de jugador que vive más allá de la contingencia momentánea que significa el insignificante hecho de ganar o perder .
Imprescindible.
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