Debería alegrarse de sobrevivir,
debería estar satisfecho con dar lugar al tiempo,
a la posibilidad de olvidar,
pero la melancolía por la destrucción le embarga,
por no haberse quedado hasta el final
en la desigual batalla por una causa perdida,
imposible, desesperada
como Leónidas en las Termópilas
o Gordon en Khartoum,
poniendo en valor el ideal
precisamente donde más necesario es el gesto,
bajo el silencioso sol negro de su ausencia,
en la empeñada espera hasta el último segundo de su llegada,
incluso hasta mucho después,
cuando ya es demasiado tarde
y el horizonte se colapsa.
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