La línea del horizonte permanece a la misma distancia.
Lejana, inalcanzable, intacta.
Duerme a ojos abiertos.
Imagina que habrá carretera hasta el final,
allá en donde el sol se esconde cada atardecer.
Las luces de los faros apenas penetran
unas decenas de metros en la oscura oscuridad.
Brillan mucho menos que su mirada,
clavada como una lanza en alguna parte
que su imaginación todavía no alcanza.
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