Había pasado el tiempo
y ya no quedaba nada,
había sucedido silencioso,
como si nada pasara,
oculto tras el cotidiano prender de los días,
disfrazado con el humear de las madrugadas,
en apariencia inofensivo, transparente,
agitando los visillos,
enredandose las copas de los árboles,
alimentando el incesante hambre de los relojes,
vaciando de palabras las bocas,
los huesos de carne
y de memoria las miradas.
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