con las manitas juntitas,
con los labios cerrados,
en el silencio ensimismado,
a un Cristo mudo y crucificado.
Y pide por sus padres
y pide por sus hermanos
y pide por el mundo entero,
por no ser egoísta,
por no ser malo.
No hay más que esperanza
en el luminoso granate
de su corazón recién estrenado.
Afuera la ciudad aguarda,
ruge impaciente,
se relame.
Huele la carne fresca,
imagina su sabor dulce, tierno...
Se desespera.
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