Es muy sencilla la propuesta de "La silla de Fernando": Poner la cámara delante de un ser humano, preguntarle de cuando en cuando y, por encima de todo, dejarle hablar. Y exactamente éso, expresarse, es lo que hace el ya desaparecido Fernando Fernán Gómez a lo largo de unos escasos 80 minutos, que terminan por hacerse cortos.
Y lo que expresa Fernán Gómez es su peculiar, por especial y por suya, manera de ser, de ver la vida a través de un relato que empieza queriéndose autobiográfico y que termina extendiéndose hacia lo metafísico y esencial: amor, vida, muerte, religión...
Y si algo queda claro tras la visión de esta película-documental, tal y como sus autores con acierto la denominan, es que el mayor patrimonio con que cuenta el ser humano es su capacidad para la palabra. Porque a través de ella es posible transmitir de manera directa e inmediata el propio modo de ser, de estar, de pensar. Después siempre vienen otras formas más elaboradas de expresión, pero siempre está primero la palabra como instrumento con que el ser humano cuenta para, de primera mano, expresarse y expresar la propia visión. Pero nada posterior es posible si previamente no hay palabra, algo que decir.
Fernando Fernán Gómez se expresa, se muestra. Tiene algo que decir y tiene talento para expresarlo... Y el que les escribe tiene la impresión de que no hubiera pasado nada si el documental hubiese durado un día entero.
Magnífica.
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