Desde Renoir hasta Rohmer, pasando por Louis Malle, el cine francés tiene una relación de inmenso amor con la naturaleza.
"Un domingo en el campo", "Milou en Mayo" o "Cuento de Otoño"... Casi siempre, en ellas, el campo se trata de un lugar mágico, un escenario lleno de paz, luz y sol, en el que hombres y mujeres se sienten tranquilos, como regresados al seno materno, dispuestos para abrirse a otros como ellos en puro diálogo sobre grandes y pequeños temas.
"Conversaciones con mi jardinero" se inscribe claramente en este tronco creativo.
Un pintor veterano decide retirarse a la casa de su niñez. Allí se ve en la necesidad de contratar a un jardinero para que mantenga el jardín y le construya un huerto. El elegido será un viejo amigo de la infancia.
A lo largo de la película, jardinero y pintor, irán descubriéndose el uno al otro llegando a entablar una entrañable relación de amistad que será un hermoso puente erigido sobre la aparente distancia que separa a sus dos mundos.
Por encima de todo, "Conversaciones con mi jardinero" es una hermosa historia sobre la amistad, el diálogo y la comunicación. Entre ellos existe la posibilidad de la distancia desde varias perspectivas: campo y ciudad, obrero y burgués, culto y no culto... pero, y al final, ambos tienen la inmensa cualidad de saberse escuchar, de aceptarse. Enseguida las distancias se disuelven y ambos personajes encuentran el uno en el otro un lugar en el que descansar.
Tiene un aire mágico y muy recomendable "Conversaciones con mi jardinero".
De obligatoria visión.
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