Si no fuera por la piratería, con toda seguridad no vería películas como ésta, poligonera donde las haya, llamada "Sucker Punch".
Intuyo una historia de superación, de solidaridad, de altruismo, que quizá pudiera interesarme o quizá no, pero esa historia esta sepultada bajo quintales métricos de música estridente y de efectos digitales que parecen creados por un diseñador de interiores mariquita de Beverly Hills. Porque si hay algo que caracteriza a Sucker Punch es el "horror vacui". La música, los efectos especiales, los efectismos de cámara se acumulan los unos encima de los otros para producir una barrera sonora y visual que cae sobre el espectador con el efecto del plomo. Sepultando de paso la posibilidad de una historia y de unos personajes que, como digo, pudieran ser interesantes o no. Nunca lo sabremos. Porque el particular guateque que se monta Zach Snyder lo devora todo. Y las cosas, como casi siempre en este tipo de películas, suceden porque sí, entre mensajes fuerza marquetinianos que reemplazan a los diálogos y porque los protagonistas se lo merecen.
La historia, la esencia es reemplazada por la acumulación de secuencias, de cosas, de efectos, de palabras como en una de esas bacanales romanas que tan bien recreó Fellini en su "Satyricon"; bacanales en las que los platos se van sucediendo uno detrás de otro, sin dar tiempo material a los invitados a comerlos y convirtiendo el acto social de comer en otra cosa muy diferente, más enloquecida, más inquietante.
Me hago viejo... pero eso no es lo peor. Lo peor es que Clint Eastwood ya lo es.
Por cierto... "Incendies" todavía sigue en cartel.
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