AVA
Son las 22:12 y sigo en mi puesto de trabajo.
Lo tengo claro.
Saldré por la puerta después del diseñador visual.
Hay que hacer una entrega de visuals para algunas aplicaciones. Es una historia muy larga, pero resumiendo puede decirse que una vez más todo el peso del caos organizativo se convierte en una inmensa pirámide de ancha base cuyo vértice superior apunta a la nuca de una sóla persona.
Y no la voy a dejar sola ante el peligro.
Puede que dentro de una ahora tenga una duda y quizá le ponga las cosas más difíciles el hecho de no querer llamarme.
Nunca dejo a nadie atrás.
Como decía... Son las 22:14 y sigo en mi puesto de trabajo que curiosamente está en un chalet que fue la residencia de Ava Gardner en Madrid.
Bajo a recoger mockups a la impresora y en la oscuridad imagino que me cruzo con su fantasma, que su vaporosa presencia me roza con la refrescante estela de sus brillantes ojos de un color verde amazónico, como cuando la brisa apenas agita unos visillos en la quietud anaranjada de un atardecer de verano.
Quizá en uno de esos viajes escaleras abajo me ofrezca desde la inmensa distancia que nos separa un fantasmal y helado dry martini.
Quizá me de la espalda y se dirija hacia lo que fue el salón sin esperarme, confiando en que sus encantos bastarán para que la siga... Y seguro que estará en lo cierto.
Después de todo no saldré de la casa.
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