jueves, agosto 18, 2011

JORNADAS DE LA JUVENTUD

El anterior inquilino del Vaticano entendió muy bien que la Iglesia Católica tenía que salir de las sacristías si quería sobrevivir en el mundo moderno; un mundo de imagen, de comunicación y de medios en el que a veces no es necesario ser, basta con parecer.

Seguramente lo tenía claro antes de llegar al pontificado. La iglesia no estaba presente en ese zoco virtual. Aparecía como una institución distante, anquilosada y, por lo tanto, ajena a la realidad de un mundo moderno.

No comparto el modo de pensar de aquel Papa conservador pero si admiro su esfuerzo por hacer presente a la institución en la cambiante y difícil arena de los medios y de la imagen. Y todo a través de convertir la figura de la propia institución papal en un referente mediático para los unos, los suyos, pero también para los otros.

Lo de ser un Papa viajero no fue original. Ya lo fue Pablo VI.

El aspecto diferencial que aportó Juan Pablo II es la construcción de una figura pública mediante la comunicación. Aprovechando el importante papel desempeñado en el nivel local de la realidad de su Polonia natal, Juan Pablo II edificó una figura en la que se pudiera hacer efectiva la virtualidad de toda una institución, de toda un modo de estar y ser en el mundo a través de una ética; una figura en torno a la cual las desmoralizadas filas de los creyentes pudieran organizarse para dar una batalla de presencia social que estaba totalmente perdida.

Así, Juan Pablo II se convirtió también en un producto más, un poster que colgar en una habitación, un punto a través del cual focalizar la entrada a todo un modo de pensar y de sentir. Y la cosa ha salido bien, tan satisfactoriamente que los detractores podemos hablar de culto a la personalidad e incluso de idolatría.

No obstante, la Iglesia como institución necesitaba ese banderín de enganche para entrar en el siglo XXI con nuevas armas y modos de actuar, unas maneras acordes con el nuevo zeitgeist de la época.

Y parte de ese proceso es la apuesta por la juventud. La imagen de la "intelligentsia" eclesial recordaba en su paisaje de senectud al viejo Poliburó de la URSS. No sólo era necesario generar un interlocutor que representase tanto para dentro como para fuera a la institución sino de dotar a esa figura de frescura, de renovación. Y nada mejor para producir esa imagen que incluir como parte de la comunicación la sintonía de un viejo Papa con una juventud que, sigo sin entender por qué, le adoraba incluso hasta el punto de tratarle como una estrella del pop.

Lo cierto es que un día, de pronto, el Papa estaba con los jóvenes. Se presentó a un hombre sano, deportista, jovial, con sentido del humor; un hombre cercano, que abrazaba, que besaba, que bromeaba, que parecía estar en el mundo y que por todo ello conectaba con la juventud... seguramente, y en argumento de circulo concéntrico, precisamente por esa manera de ser.

La juventud está en el alma... Debe ser eso.

Pero conectar con la juventud era la gran prueba del algodón del esfuerzo por contemporaneizar la figura del papado y por extensión de la iglesia.

Y no le ha ido mal a la Iglesia con esta estrategia, por lo menos de puertas para dentro ha suministrado suficiente munición para que muchos se sientan orgullosos de mostrarse públicamente católicos.

Y seguramente por eso su sucesor, Benedicto XVI, está dispuesto a continuar con esta estrategia, aunque sea un hombre que tiene un perfil diferente y que en absoluto es el macho alfa que el rol de Papa precisa para continuar desplegando esa estrategia icónica.

A Benedicto XVI me lo creo mucho menos que Juan Pablo II, pero aquí le tenemos por Madrid, con su mirada taimada, sus mocasines de Gucci, sus maneras suaves de Gran Visir, absolutamente opuesto a que nos pongamos el condón, intransigente con el aborto y sin haber excomulgado a unos cuantos banqueros...

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