SUPER 8
En las entrevistas, J.J. Abrams se ha hartado de decir que en buena medida la razón de existir de "Super 8" tiene que ver con la admiración que el director y guionista siente por el cine de Steven Spielberg.
No necesitaba decirlo.
En el entramado narrativo de "Super 8" hay claros puntos de fuga que llevan al Spielberg que dominó el cine comercial durante los últimos 25 años del siglo pasado y, en concreto, al Spielberg nostálgico que se presenta a través de niños que son todo mirada y sueño, niños que pueden ser pequeños (el protagonista de "E.T.") o grandes (el personaje que interpreta Richard Dreyfuus en "Encuentros en la tercera fase") y que son incapaces de ver las cosas sin las gafas de la fantasía y lo aspiracional, que se acercan al mundo mediante las historiasque ven o leen.
A través de ellos Spielberg realiza el inconfesable deseo de que esas fantasías se realizen ante la incredulidad del más escéptico y realista entorno. Lo que parece lastrarles se convierte en capacidad que les hace absolutamente capaces de creer y comprender la magia que está sucediendo, convirtiéndoles en agente transmisor de esa magia a todos los que le rodean.
El defecto se convierte en virtud y el incomprendido geek se vuelve héroe aceptado y respetado por su entorno.
Y "Super 8" extiende sus raíces sobre ese terreno que en buena medida es una transformación de la ideología disneyana que, a su vez, en buena medida es una parte importante de la cara amable del sueño americano: Si lo deseas con fuerza, de verdad (la letra pequeña del contrato), los sueños siempre se cumplen.
Su historia se sitúa en un nostálgico verano de mediados de los setentas. Un grupo de adolescentes ocupa su tiempo rodando una película de zombies y esa pasión les pondrá en contacto con otra trama de extraterrestres en la tierra a través de un accidente de tren que sucede cerca de su ciudad.
Pero desgraciadamente Abrams no es Spielberg.
"Super 8" va perdiendo interés conforme avanza, si bien mantiene un interés aceptable dentro de lo previsible de un desarrollo que en un momento determinado deja de sorprender. Principalmente carece de ese lirismo Spielberiano en buena parte debido al talento de ese gran compositor de bandas sonoras que fue John Williams que se aliaba perfectamente con la talentosa capacidad técnica que el director norteamericano tenía a la hora de planificar secuencias desde una perspectiva emocional.
Salta a la vista que Abrams es sobre todo un guionista que dirige, desaprovechando situaciones que sin duda alguna el maestro Spielberg habría convertido en lacrimógenas y/o emocionantes, especialmente la historia de amor adolescente entre Joe y Alice quedándose demasiado fuera y en la que uno echa en falta primeros planos de gestos y miradas (cosa cada vez más habitual en el cine y que va en su contra de su capacidad como medio artístico de expresión, porque la profundidad emocional siempre está en los rostros de los actores que encarnan a los personajes).
No obstante, y por si misma, "Super 8" es una película entretenida, con algún buen momento y algún otro claramente desaprovechado si lo que has querido es poner por obra tu admiración hacia el talento de Steven Spielberg... y eso que en teoría es el productor.
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