DERBY
“En una concentración con el equipo nacional también estaban Marcial y Rexach. Tras jugar un miércoles con la selección, al domingo siguiente nos teníamos que enfrentar al Barcelona. Al despedirnos, les dije: “Llevar el DNI en la boca porque, a partir de este momento, ya no os conozco. Además ya sabéis que, cuando salgo al terreno de juego, hago una raya y aplico mi lema: o pasa el jugador contrario o el balón, pero los dos al mismo tiempo estando yo delante lo veo muy difícil. Como me conocían, Rexach y Marcial no me dijeron ni pío”
(Gregorio Benito, ex-jugador del Real Madrid)
Y Goyo Benito no miente. La verdad es que era muy difícil que pasaran los dos juntos... y vivos.
jueves, marzo 30, 2006
JOSEPH CONRAD
"He became chief mate of a fine ship, without ever having been tested by those eventos of the sea that show in the light of day the inner worth of a man, the edge of his temper, and the fibre of his stuff; that reveal the quality of his resistance and the secret truth of his pretences, not only to others but also to himself"
(Lord Jim)
Las raíces de la tragedia de Jim están así escritas, en las primeras páginas de esta esplendida novela que ya me gustó cuando la leí a los 14 años -y el mundo era un inmenso jardin de inagotables senderos que se bifurcaban- y que aún me sigue fascinando ahora, a mis 40 años -cuando a la luz pálida de mis ojos empieza a componerse el fantasma de un insondable abismo-.
Las raíces de su tragedia, que es un abandono y un fracaso, son las mismas de siempre.
Ir lejos, muy lejos, todo lo lejos que se pueda, tan lejos que uno acaba atravesando el mismísimo filo de su carácter (the edge of his temper) -qué hermosa forma de describirlo-.
El contacto con ese filo corta y aunque se siga más allá, internándose en el oscuro e insondable territorio del personal fracaso ya se está herido de muerte.
La eterna herida abierta por cuya boca nuestra alma sangra y se abisma en un llanto de tiempo perdido vivido por los labios de un otro distinto al que solíamos ser.
La muerte siempre empieza allí.
El hecho físico de dejar de respirar es sólo la culminación de un lento proceso de pérdida de esperanza en el que la redención no es imprescindible, porque sería demasiado pedir.
La redención sólo es posible en el mágico territorio del arte, de la literatura.
Por eso es grande Tuan Jim.
"He became chief mate of a fine ship, without ever having been tested by those eventos of the sea that show in the light of day the inner worth of a man, the edge of his temper, and the fibre of his stuff; that reveal the quality of his resistance and the secret truth of his pretences, not only to others but also to himself"
(Lord Jim)
Las raíces de la tragedia de Jim están así escritas, en las primeras páginas de esta esplendida novela que ya me gustó cuando la leí a los 14 años -y el mundo era un inmenso jardin de inagotables senderos que se bifurcaban- y que aún me sigue fascinando ahora, a mis 40 años -cuando a la luz pálida de mis ojos empieza a componerse el fantasma de un insondable abismo-.
Las raíces de su tragedia, que es un abandono y un fracaso, son las mismas de siempre.
Ir lejos, muy lejos, todo lo lejos que se pueda, tan lejos que uno acaba atravesando el mismísimo filo de su carácter (the edge of his temper) -qué hermosa forma de describirlo-.
El contacto con ese filo corta y aunque se siga más allá, internándose en el oscuro e insondable territorio del personal fracaso ya se está herido de muerte.
La eterna herida abierta por cuya boca nuestra alma sangra y se abisma en un llanto de tiempo perdido vivido por los labios de un otro distinto al que solíamos ser.
La muerte siempre empieza allí.
El hecho físico de dejar de respirar es sólo la culminación de un lento proceso de pérdida de esperanza en el que la redención no es imprescindible, porque sería demasiado pedir.
La redención sólo es posible en el mágico territorio del arte, de la literatura.
Por eso es grande Tuan Jim.
martes, marzo 28, 2006
OLIVER REED
En los últimos capítulos de "Happiness", el libro que actualmente estoy leyendo, me encuentro por sorpresa con la presencia de Oliver Reed.
"Don't drink. Don't smoke. Don't eat meat... Die anyway". El autor apunta que ese era el secreto de la vida -relativamente corta- del actor británico.
Me faltan datos. No se si es verdad o literatura, pero desde luego es Oliver Reed en estado puro.
Sobre él y su vida no hay acuerdo. Unos dicen que fue un gran talento desperdiciado, otros que utilizo su talento en las dosis precisas como para poder permitirse el lujo de vivir.
Esta falta de sintonía en la opinión me gusta.
Las personas especiales siempre generan opiniones contradictorias.
Una cierta complejidad nos impide arrojar la suficiente luz sobre ellos y sus vidas como para comprenderlos, hacerlos nuestros, domesticarlos haciendo que se desvanezcan todos los secretos que les hacían especiales y distintos.
Es en esa oscuridad radica esencialmente la especial fascinación que ejercen sobre nosotros, esos de los que nadie hablará cuando hayamos muerto.
Había algo profundo y triste en Oliver Reed, un algo sombrío y duro que le convertía en una presencia interesante, en el malvado de muchas películas que ya no recordamos -y que seguramente él propio Reed olvidó la noche del último día de rodaje, en una de sus famosas y excesivas juergas que le llevaron -por ejemplo- a aparecer dormido en pleno aeropuerto de Heathrow-.
La catarsis permanente.
La constante presencia de lo dionisiaco.
La diaria lucha por el pleno disfrute de cada segundo de una vida que se sabe leve... y por supuesto el lento desgaste que eso supone con la muerte como eterna y segura compañera de juergas.
Algo de éso quiero pensar que había en la presencia de Oliver Reed, en sus carcajadas brutales y desencajadas, sinceras y abiertas como ventanas.
Una visión heterodoxa de la vida surgida del eterno conflicto del instinto animal con la inteligencia que su dislexia insinuaba y el valor de ser consecuente, de atreverse al exceso de llevar esa visión hasta el extremo.
Ojos de perro azul.
El desvalimiento de una inteligencia ilimitada ante el absurdo de su propia existencia limitada por la muerte y la rebeldía contra el propio destino buscando la huella más indeleble en una atestada playa desierta.
La leyenda dice que Oliver Reed murió un 2 de mayo, en su última juerga, al pie del cañón, rodeado de marineros de la sexta flota -con algunos de los cuales se había peleado- y de botellas vacías, en pleno rodaje de "Gladiator", cagandose en los chupatintas y en las compañías de seguros y con tres botellas de ron en el cuerpo, riendose del miedo que seguramente tenía a todas las mismas cosas que a todos nos asustan.
¿Por qué no?
Más
En los últimos capítulos de "Happiness", el libro que actualmente estoy leyendo, me encuentro por sorpresa con la presencia de Oliver Reed.
"Don't drink. Don't smoke. Don't eat meat... Die anyway". El autor apunta que ese era el secreto de la vida -relativamente corta- del actor británico.
Me faltan datos. No se si es verdad o literatura, pero desde luego es Oliver Reed en estado puro.
Sobre él y su vida no hay acuerdo. Unos dicen que fue un gran talento desperdiciado, otros que utilizo su talento en las dosis precisas como para poder permitirse el lujo de vivir.
Esta falta de sintonía en la opinión me gusta.
Las personas especiales siempre generan opiniones contradictorias.
Una cierta complejidad nos impide arrojar la suficiente luz sobre ellos y sus vidas como para comprenderlos, hacerlos nuestros, domesticarlos haciendo que se desvanezcan todos los secretos que les hacían especiales y distintos.
Es en esa oscuridad radica esencialmente la especial fascinación que ejercen sobre nosotros, esos de los que nadie hablará cuando hayamos muerto.
Había algo profundo y triste en Oliver Reed, un algo sombrío y duro que le convertía en una presencia interesante, en el malvado de muchas películas que ya no recordamos -y que seguramente él propio Reed olvidó la noche del último día de rodaje, en una de sus famosas y excesivas juergas que le llevaron -por ejemplo- a aparecer dormido en pleno aeropuerto de Heathrow-.
La catarsis permanente.
La constante presencia de lo dionisiaco.
La diaria lucha por el pleno disfrute de cada segundo de una vida que se sabe leve... y por supuesto el lento desgaste que eso supone con la muerte como eterna y segura compañera de juergas.
Algo de éso quiero pensar que había en la presencia de Oliver Reed, en sus carcajadas brutales y desencajadas, sinceras y abiertas como ventanas.
Una visión heterodoxa de la vida surgida del eterno conflicto del instinto animal con la inteligencia que su dislexia insinuaba y el valor de ser consecuente, de atreverse al exceso de llevar esa visión hasta el extremo.
Ojos de perro azul.
El desvalimiento de una inteligencia ilimitada ante el absurdo de su propia existencia limitada por la muerte y la rebeldía contra el propio destino buscando la huella más indeleble en una atestada playa desierta.
La leyenda dice que Oliver Reed murió un 2 de mayo, en su última juerga, al pie del cañón, rodeado de marineros de la sexta flota -con algunos de los cuales se había peleado- y de botellas vacías, en pleno rodaje de "Gladiator", cagandose en los chupatintas y en las compañías de seguros y con tres botellas de ron en el cuerpo, riendose del miedo que seguramente tenía a todas las mismas cosas que a todos nos asustan.
¿Por qué no?
Más
jueves, marzo 23, 2006
E.T.A
Apostillas politicamente incorrectas a una tregua:
1.- ETA no deja de matar ahora... Dejó de matar hace tres años y seguramente lo ha estado intentando hasta ahora... pero no ha podido hacerlo.
Ahora mismo, el alto el fuego permanente supone que la banda dejará de poner bombas en polígonos industriales de Castilla- León.
2.- La ETA real, la de ahora mismo, la que declara la tregua no coincide con la ETA que todos tenemos en la cabeza, que es la ETA de la década de los 80, la del coche bomba indiscriminado y el tiro en la nuca selectivo.
3.- El Gobierno necesita a ETA, necesita la paz, para convertirla en una de sus principales armas de comunicación y por eso no hablará de y con esta ETA, la débil y acorralada, sino de la antigua, la del coche boma y el tiro en la nuca.
Sistemáticamente se ignora esa realidad de ETA.
4.- La disolución de ETA no soluciona ningún problema vasco, sólo solucionará la vida de los asesinos que se han hechado al monte.
El problema ya se ha trasladado a la política:
- Plan Ibarreche
- Reconocimiento de Cataluña como nación.
La paz social no empieza con el fin de ETA.
Así, la lucha armada ya no es necesaria. Los cabecillas de ETA han tardado años en darse cuenta.
En este sentido, los principales artífices de esta tregua son:
- el cerco policial iniciado en la epoca de González y continuado con Aznar
- la colaboración francesa en la lucha policial, mérito de los gobiernos de González.
- el cerco social iniciado por el Espíritu de Ermua
A esta ETA débil, le ha sacudido el destino dos golpes más:
- la actitud beligerante y centrífuga de los partidos nacionalistas que ha encontrado en el gobierno de Zapatero un perfecto eco, proceso que culmina en la aprobación por parte de las cortes españolas de un texto que relaciona el concepto Cataluña con el concepto nación.
- La masacre del 11-M fue una vuelta de tuerca al terror que ensombreció cualquier posible esfuerzo de aterrorizar llevado a cabo por una débil ETA.
Hasta un tonto que no le guste el cine de Peckinpah se daría cuenta que no hay mucho que hacer.
5.- Tregua no significa paz.
La tregua es una situación de no conflicto que se plantea dentro de una situación más larga de conflicto armado.
Hablar de paz es confundir realidad con deseo.
Olvidamos que la paz ya existe y es de facto.
La violencia etarra ahora vive en el ámbito de la posibilidad, alimentada por el delirio de los propios etarras en un lado y de la memoria historia de todos los españoles en el otro.
Otra cosa es la violencia social.
La disolución de ETA no garantiza al 100% su final, porque después de todo hay en el País Vasco cientos de miles de personas que, cada día, cuando se levantan no se sienten españoles... y están en su derecho.
Apostillas politicamente incorrectas a una tregua:
1.- ETA no deja de matar ahora... Dejó de matar hace tres años y seguramente lo ha estado intentando hasta ahora... pero no ha podido hacerlo.
Ahora mismo, el alto el fuego permanente supone que la banda dejará de poner bombas en polígonos industriales de Castilla- León.
2.- La ETA real, la de ahora mismo, la que declara la tregua no coincide con la ETA que todos tenemos en la cabeza, que es la ETA de la década de los 80, la del coche bomba indiscriminado y el tiro en la nuca selectivo.
3.- El Gobierno necesita a ETA, necesita la paz, para convertirla en una de sus principales armas de comunicación y por eso no hablará de y con esta ETA, la débil y acorralada, sino de la antigua, la del coche boma y el tiro en la nuca.
Sistemáticamente se ignora esa realidad de ETA.
4.- La disolución de ETA no soluciona ningún problema vasco, sólo solucionará la vida de los asesinos que se han hechado al monte.
El problema ya se ha trasladado a la política:
- Plan Ibarreche
- Reconocimiento de Cataluña como nación.
La paz social no empieza con el fin de ETA.
Así, la lucha armada ya no es necesaria. Los cabecillas de ETA han tardado años en darse cuenta.
En este sentido, los principales artífices de esta tregua son:
- el cerco policial iniciado en la epoca de González y continuado con Aznar
- la colaboración francesa en la lucha policial, mérito de los gobiernos de González.
- el cerco social iniciado por el Espíritu de Ermua
A esta ETA débil, le ha sacudido el destino dos golpes más:
- la actitud beligerante y centrífuga de los partidos nacionalistas que ha encontrado en el gobierno de Zapatero un perfecto eco, proceso que culmina en la aprobación por parte de las cortes españolas de un texto que relaciona el concepto Cataluña con el concepto nación.
- La masacre del 11-M fue una vuelta de tuerca al terror que ensombreció cualquier posible esfuerzo de aterrorizar llevado a cabo por una débil ETA.
Hasta un tonto que no le guste el cine de Peckinpah se daría cuenta que no hay mucho que hacer.
5.- Tregua no significa paz.
La tregua es una situación de no conflicto que se plantea dentro de una situación más larga de conflicto armado.
Hablar de paz es confundir realidad con deseo.
Olvidamos que la paz ya existe y es de facto.
La violencia etarra ahora vive en el ámbito de la posibilidad, alimentada por el delirio de los propios etarras en un lado y de la memoria historia de todos los españoles en el otro.
Otra cosa es la violencia social.
La disolución de ETA no garantiza al 100% su final, porque después de todo hay en el País Vasco cientos de miles de personas que, cada día, cuando se levantan no se sienten españoles... y están en su derecho.
jueves, marzo 16, 2006
John Hurt
Leo una maravillosa entrevista en The Guardian al genial actor británico John Hurt.
Nunca hago planes, dice. Los planes son lo que hace reir a Dios, termina.
John Hurt no sólo es un gran actor, sino también una persona interesante. Aquí van dos pildoras:
'When you get into the emotional areas, the animal areas, I think you'll find it's the one area where it doesn't seem to matter what intellect you have. Some of the most highly intelligent people I know have got just the same problems when it comes to sexuality, mistakes and things. They're brought to their knees by it, you see it in newspapers every day.'
'You know,' he says. 'I've never guided my life . I've just been whipped along by the waves I'm sitting in.' You don't make plans? 'I don't make plans at all. Plans are what make God laugh.' Hurt gives another of his barking laughs. 'You can make plans, you can make so many plans, but they never go right, do they?'
Lo de no hacer planes quizá sea una pose., porque -estoy convencido- todos hacemos planes. Estamos hechos para eso. No podemos dejar de hacerlos.
Nuestros planes determinan nuestra percepción de la realidad, quienes fuimos, quienes somos y quienes seremos.
Pero, desde luego, y en eso está en lo cierto, nuestros planes harían siempre reir a Dios en el caso de que existiera... o quizás Dios sea como el gato de Chesire y al final lo único que exista de él sea su sonrisa.
Toda la entrevista
Leo una maravillosa entrevista en The Guardian al genial actor británico John Hurt.
Nunca hago planes, dice. Los planes son lo que hace reir a Dios, termina.
John Hurt no sólo es un gran actor, sino también una persona interesante. Aquí van dos pildoras:
'When you get into the emotional areas, the animal areas, I think you'll find it's the one area where it doesn't seem to matter what intellect you have. Some of the most highly intelligent people I know have got just the same problems when it comes to sexuality, mistakes and things. They're brought to their knees by it, you see it in newspapers every day.'
'You know,' he says. 'I've never guided my life . I've just been whipped along by the waves I'm sitting in.' You don't make plans? 'I don't make plans at all. Plans are what make God laugh.' Hurt gives another of his barking laughs. 'You can make plans, you can make so many plans, but they never go right, do they?'
Lo de no hacer planes quizá sea una pose., porque -estoy convencido- todos hacemos planes. Estamos hechos para eso. No podemos dejar de hacerlos.
Nuestros planes determinan nuestra percepción de la realidad, quienes fuimos, quienes somos y quienes seremos.
Pero, desde luego, y en eso está en lo cierto, nuestros planes harían siempre reir a Dios en el caso de que existiera... o quizás Dios sea como el gato de Chesire y al final lo único que exista de él sea su sonrisa.
Toda la entrevista
"May, our entire economy is built on human weaknesses, on bad habits and insecurities. Fashion. Fast food. Sport cars. Techno-gadgets. Sex toys. Diet centres. Hair clubs for men. Personal ads. Fringe religious sects... Our entire way of life is built on self-doubt and dissatisfaction. Think what would happen if people were ever really, truly happy"
("Happiness" de Will Ferguson)
("Happiness" de Will Ferguson)
miércoles, marzo 01, 2006
CAPOTE
La película tiene dos cosas buenas:
- La interpretación de Phillip Seymour Hoffman componiendo un personaje total, redondo, sin resquicios... introspección, análisis y concentración absoluta... consistente en su constante contradicción, delicado en la enumeración de todos y cada uno de los egoísmos que componen sus emociones.
Espectacular por el fondo y también por la forma... Hay que ver cómo se sienta y cómo se mueve
- el planteamiento... aunque no lo parezca la película nos cuenta la vida de Truman Capote partiendo de un momento esencial dentro de su vida (todo lo relativo al proceso de producción de "A sangre fría")... uno sale del cine con una idea bastante clara del ser humano, cosa que no tiene ningún mérito si se compara con el hecho de que también sales con una idea clara del pasado y el futuro que roedeará a ese presente .
La inteligencia viperina y sagaz de Capote merecía una película así.
La película tiene dos cosas buenas:
- La interpretación de Phillip Seymour Hoffman componiendo un personaje total, redondo, sin resquicios... introspección, análisis y concentración absoluta... consistente en su constante contradicción, delicado en la enumeración de todos y cada uno de los egoísmos que componen sus emociones.
Espectacular por el fondo y también por la forma... Hay que ver cómo se sienta y cómo se mueve
- el planteamiento... aunque no lo parezca la película nos cuenta la vida de Truman Capote partiendo de un momento esencial dentro de su vida (todo lo relativo al proceso de producción de "A sangre fría")... uno sale del cine con una idea bastante clara del ser humano, cosa que no tiene ningún mérito si se compara con el hecho de que también sales con una idea clara del pasado y el futuro que roedeará a ese presente .
La inteligencia viperina y sagaz de Capote merecía una película así.
"Porque ya falta muy poco en este país nuestro para que, si alguien dice que son las 14.30 y otro sostiene que son las 15.00, los dos se líen a guantazos, jaleados por su correspondiente turba de fanáticos.
Las voces que llaman a la calma y al entendimiento están quedando definitivamente ahogadas por el fragor de los insultos.
Reflexión se oye poca. Gritos muchísimos y cada vez más altos."
(Victoria Prego)
Las voces que llaman a la calma y al entendimiento están quedando definitivamente ahogadas por el fragor de los insultos.
Reflexión se oye poca. Gritos muchísimos y cada vez más altos."
(Victoria Prego)
lunes, febrero 27, 2006
Las partículas elementales
Es cierto que, al final, la vida no tiene la menor gracia.
Después de todo uno termina muriendo, volviendo a la ninguna parte de donde vino.
Nadie te pide permiso para venir ni -en la mayoría de los casos- para marcharse.
Uno viene y va.
Es una hoja puesta en la corriente de un extraño y transparente viento.
Es cierto que, al final, se experimenta una gran pérdida, la de uno mismo. Ese ente transitorio con ínfulas de permanencia, que en cuanto se descuida olvida absolutamente su condición mortal para sumergirse en un eterno presente materializado en un propio y determinado afán... El sisífico trabajo de tener un yo, para más tarde o temprano perderlo.
Tanta desorientación en el presunto rey de la cración resulta divertida.
Toda una broma que a nosotros, los únicos implicados capaces de ser conscientes de semejante absurdo, jamás nos hará reir... aunque quizá sea la risa lo único que pueda salvarnos.
La risa brutal y nerviosa que exhiben algunos de los personajes de Sam Peckinpah durante su personal e intransferible camino de autodestrucción.
Resumiendo un tanto espúreamente a Freud en "El chiste y su relación con el inconsciente", sólo lo que verdaderamente nos duele, verdaderamente nos hace reir.
Es cierto que, al final, la vida no tiene la menor gracia.
Después de todo uno termina muriendo, volviendo a la ninguna parte de donde vino.
Nadie te pide permiso para venir ni -en la mayoría de los casos- para marcharse.
Uno viene y va.
Es una hoja puesta en la corriente de un extraño y transparente viento.
Es cierto que, al final, se experimenta una gran pérdida, la de uno mismo. Ese ente transitorio con ínfulas de permanencia, que en cuanto se descuida olvida absolutamente su condición mortal para sumergirse en un eterno presente materializado en un propio y determinado afán... El sisífico trabajo de tener un yo, para más tarde o temprano perderlo.
Tanta desorientación en el presunto rey de la cración resulta divertida.
Toda una broma que a nosotros, los únicos implicados capaces de ser conscientes de semejante absurdo, jamás nos hará reir... aunque quizá sea la risa lo único que pueda salvarnos.
La risa brutal y nerviosa que exhiben algunos de los personajes de Sam Peckinpah durante su personal e intransferible camino de autodestrucción.
Resumiendo un tanto espúreamente a Freud en "El chiste y su relación con el inconsciente", sólo lo que verdaderamente nos duele, verdaderamente nos hace reir.
miércoles, febrero 22, 2006
MUNICH
Es una buena película.
Steven Spielberg nos tiene mal acostumbrados. Siempre o casi siempre hace buenas películas... y ésta quizá sea una de sus mejores realizaciones.
La película arranca con el desafortunado incidente de los rehenes sucedido en las Olimpiadas celebradas en la ciudad Bávara el año 1972, pero la historia viene de mucho antes y desde mucho antes el enfrentamiento entre israelíes y palestinos ha generado un entramado de encuentros y desencuentros que, en la europa de los 70, se entrecruza con otros entramados de intereses: los de la guerra fría, los de ciertos estados con ciertas organizaciones terroristas y finalmente con los intereses de los profesionales de la muerte y de la información.
El resultado es un peligroso juego de rol en el que la información es lo más importante.
La vida o la muerte depende de la calidad de una información que se compra o vende al mejor postor. Información que revela situaciones y posiciones dentro de ese tablero, que genera ventajas, que produce trampas.
En este laberinto se introduce el protagonista (más que correctamente interpretado por Eric Bana) y su comando de idealistas guerreros de la causa sionista. El objetivo es la venganza. Golpear a quiénes han golpeado.
Pero el resultado será un viaje hacia el corazón de las sombras para encontrar allí la verdadera esencia de la naturaleza humana, un espacio altamente semiotizado donde todos se reconocen a todos el lugar que ocupan y en el que nadie puede salirse del rol que él mismo se ha asignado.
De hecho, la accidental muerte -ni deseada ni prevista y por supuesto no permitida- de un agente del KGB en Atenas transformará la exitosa trayectoria del comando en fracaso. La penalización supondrá la muerte de la mayoría de los miembros del comando y la imposibilidad de conseguir los objetivos previstos
De hecho, lo único que los superiores del servicio secreto israelí no aprueban es el ajusticiamiento de la asesina a sueldo que mata a uno de los miembros del comando. Esa venganza, resuelta con una brutalidad poco frecuente en Spielberg, no estaba prevista.
Todo irá bien siempre y cuando seas lo suficientemente bueno como para derrotar a tu enemigo sobre el tablero y esa derrota no implique que te salgas de tu rol afectando negativamente a los intereses de otros jugadores o tu victoria perjudique a los intereses de otro jugador (como es el caso del intento de asesinato de un miembro de Septiembre Negro abortado por la CIA en Londres).
Las ideas, las causas no importan tanto.
La bondad o maldad de las mismas tienen menos peso que la pragmática eficacia y el respeto de las reglas del juego.
Interesante puesta por obra de un juego que aproxima el contenido de la película a las novelas de John Le Carré, donde la muerte y la información forman parte de una profesión que tiene unas reglas muy definidas.
Pero Avner no es Smiley. No entiende que la defensa de las ideas es algo demasiado serio como para dejarlo a los idealistas
Y por éso este mundo se convertirá en la pared donde Avner estrellará sus ideales de joven aristócrata sionista como tomates maduros y rojos.
La película se convierte así en un viaje hacia las sombras, Mekong arriba, hasta que Avner se transforma en su propio Coronel Kurtz.
Avner se pierde a sí mismo por ganar una causa, una causa que poco a poco deja de ser la suya, porque no es posible ser bueno todo el rato, no es tan sencillo... y perdiendo la perspectiva de esa causa, Avner acaba por perderse a si mismo.
Pero hay una salvación en el amor y la familia.
Un salvación muy coherente con las claves del mundo que convierte a Spielberg en un autor.
La parte pura aún no tocada.
Una parte tan pura que, en el final de la película, ni siquiera Efraim, el personaje que interpreta Geoffrey Rush, en un momento muy John Le Carré, se atreve a tocar para corromperlo con unas manos que él sabe sucias.
Interesante, muy interesante.
Munich ofrece un texto rico, lleno de posibilidades a quién quiera, además de mirar, ver.
Spielberg se hace viejo.
Sus soñadores e idealistas personajes protagónicos empiezan a buscar un lugar donde ocultarse de un mundo incapaz de hablar su lenguaje.
Es una buena película.
Steven Spielberg nos tiene mal acostumbrados. Siempre o casi siempre hace buenas películas... y ésta quizá sea una de sus mejores realizaciones.
La película arranca con el desafortunado incidente de los rehenes sucedido en las Olimpiadas celebradas en la ciudad Bávara el año 1972, pero la historia viene de mucho antes y desde mucho antes el enfrentamiento entre israelíes y palestinos ha generado un entramado de encuentros y desencuentros que, en la europa de los 70, se entrecruza con otros entramados de intereses: los de la guerra fría, los de ciertos estados con ciertas organizaciones terroristas y finalmente con los intereses de los profesionales de la muerte y de la información.
El resultado es un peligroso juego de rol en el que la información es lo más importante.
La vida o la muerte depende de la calidad de una información que se compra o vende al mejor postor. Información que revela situaciones y posiciones dentro de ese tablero, que genera ventajas, que produce trampas.
En este laberinto se introduce el protagonista (más que correctamente interpretado por Eric Bana) y su comando de idealistas guerreros de la causa sionista. El objetivo es la venganza. Golpear a quiénes han golpeado.
Pero el resultado será un viaje hacia el corazón de las sombras para encontrar allí la verdadera esencia de la naturaleza humana, un espacio altamente semiotizado donde todos se reconocen a todos el lugar que ocupan y en el que nadie puede salirse del rol que él mismo se ha asignado.
De hecho, la accidental muerte -ni deseada ni prevista y por supuesto no permitida- de un agente del KGB en Atenas transformará la exitosa trayectoria del comando en fracaso. La penalización supondrá la muerte de la mayoría de los miembros del comando y la imposibilidad de conseguir los objetivos previstos
De hecho, lo único que los superiores del servicio secreto israelí no aprueban es el ajusticiamiento de la asesina a sueldo que mata a uno de los miembros del comando. Esa venganza, resuelta con una brutalidad poco frecuente en Spielberg, no estaba prevista.
Todo irá bien siempre y cuando seas lo suficientemente bueno como para derrotar a tu enemigo sobre el tablero y esa derrota no implique que te salgas de tu rol afectando negativamente a los intereses de otros jugadores o tu victoria perjudique a los intereses de otro jugador (como es el caso del intento de asesinato de un miembro de Septiembre Negro abortado por la CIA en Londres).
Las ideas, las causas no importan tanto.
La bondad o maldad de las mismas tienen menos peso que la pragmática eficacia y el respeto de las reglas del juego.
Interesante puesta por obra de un juego que aproxima el contenido de la película a las novelas de John Le Carré, donde la muerte y la información forman parte de una profesión que tiene unas reglas muy definidas.
Pero Avner no es Smiley. No entiende que la defensa de las ideas es algo demasiado serio como para dejarlo a los idealistas
Y por éso este mundo se convertirá en la pared donde Avner estrellará sus ideales de joven aristócrata sionista como tomates maduros y rojos.
La película se convierte así en un viaje hacia las sombras, Mekong arriba, hasta que Avner se transforma en su propio Coronel Kurtz.
Avner se pierde a sí mismo por ganar una causa, una causa que poco a poco deja de ser la suya, porque no es posible ser bueno todo el rato, no es tan sencillo... y perdiendo la perspectiva de esa causa, Avner acaba por perderse a si mismo.
Pero hay una salvación en el amor y la familia.
Un salvación muy coherente con las claves del mundo que convierte a Spielberg en un autor.
La parte pura aún no tocada.
Una parte tan pura que, en el final de la película, ni siquiera Efraim, el personaje que interpreta Geoffrey Rush, en un momento muy John Le Carré, se atreve a tocar para corromperlo con unas manos que él sabe sucias.
Interesante, muy interesante.
Munich ofrece un texto rico, lleno de posibilidades a quién quiera, además de mirar, ver.
Spielberg se hace viejo.
Sus soñadores e idealistas personajes protagónicos empiezan a buscar un lugar donde ocultarse de un mundo incapaz de hablar su lenguaje.
lunes, febrero 20, 2006
miércoles, febrero 08, 2006
"No sólo el fútbol, la sociedad", responde, antes de mentar a Francisco Franco. "Hubo un dictador por muchos años, e incluso cuando él murió la mentalidad sobrevivió. En Estados Unidos asumimos todos los desafíos. En España, un desafío genera ansiedad".
Y añade: "En Estados Unidos, si terminas último, piensas: 'El año próximo seremos primeros'. En España terminan últimos y piensan: 'El proximo año podríamos desaparecer'. La gente se pone nerviosa, pierde la cabeza y comete errores aún más grandes".
(Extracto de una entrevista a Dimitri Piterman, showman y presidente del Alavés, SAD)
La verdad es la verdad. No importa si la dice Agamenón o su porquero.
El dictador sigue vivo en cada uno de nosotros.
El primer paso para curarse es reconocerse enfermo: En este sentido, Aznar lo tiene más fácil que Zapatero.
Cada español tiene que matar siempre a dos padres y al final, en el fragor de la confusión, acabamos matándonos los unos a los otros ya sea de forma simbólica o de forma real.
Y añade: "En Estados Unidos, si terminas último, piensas: 'El año próximo seremos primeros'. En España terminan últimos y piensan: 'El proximo año podríamos desaparecer'. La gente se pone nerviosa, pierde la cabeza y comete errores aún más grandes".
(Extracto de una entrevista a Dimitri Piterman, showman y presidente del Alavés, SAD)
La verdad es la verdad. No importa si la dice Agamenón o su porquero.
El dictador sigue vivo en cada uno de nosotros.
El primer paso para curarse es reconocerse enfermo: En este sentido, Aznar lo tiene más fácil que Zapatero.
Cada español tiene que matar siempre a dos padres y al final, en el fragor de la confusión, acabamos matándonos los unos a los otros ya sea de forma simbólica o de forma real.
viernes, enero 20, 2006
viernes, diciembre 23, 2005
miércoles, diciembre 21, 2005
"In our gradually shrinking world, everyone is in need of all the others. We must look for man wherever we can find him. When on his way to Thebes Oedipus encountered the Sphinx, his answer to its riddle was: «Man». That simple word destroyed the monster. We have many monsters to destroy. Let us think of the answer of Oedipus."
(Giorgos Seferis' speech at the Nobel Banquet at the City Hall in Stockholm, December 10, 1963)
(Giorgos Seferis' speech at the Nobel Banquet at the City Hall in Stockholm, December 10, 1963)
martes, diciembre 20, 2005
La leyenda de Martin O'Leary
A ciertas edades es difícil que uno pueda cambiar su forma de ser y conforme más viejo me hago más tiendo a pensar que debe ser así. Después de todo nos ha costado toda una vida forjarnos el carácter que tenemos y, como mínimo, debemos hacer ostentación de él antes de que los gusanos se lo coman con el resto del kit.
La leyenda de Martin O'leary ilustra perfectamente esta resistencia al cambio de la que hacemos gala a ciertas edades.
Martín O'Leary fue un legendario jugador de futbol irlandés. Defendió la camiseta verde en más de 50 ocasiones formando un muro infranqueable (todo lo infranqueable que podía ser el equipo irlandés en aquella época -que no era mucho-) con el no menos mítico Sean Thornton.
Tras jugar en diversos equipos de mitad de la tabla de la Primera división inglesa, O'Leary regresó a su Irlanda natal para dar sus últimas patadas alevosas a los delanteros incautos en el Limerick. Allí, y en su última temporada en activo, fue convocado por el seleccionador irlandés Norman Blackwell para un partido amistoso contra la Hungría de Kubala y Kocsis.
Blackwell, que había compartido vestuario y terreno de juego con O'Leary en la escuadra inglesa del Southtampton, decidió que ese podría ser el mejor homenaje a casi 19 años de carrera deportiva: el duro tallo de O'Leary (más duro que nunca entonces a sus 37 años) enfrentado a los finos estilistas húngaros, la espada contra la pluma.
El día del partido las cosas fueron de acuerdo con el guión.... húngaro.
Los voluntariosos futbolistas irlandeses corrían como pollos descabezados tras las camisetas rojas y ya estaban dos goles por debajo en el marcador.
Puskas, Csibor, Kocsis, ... escondían el balón y lo depositaban en la red de cuando en cuando ante la rabia callada de O'Leary que manchado de barro hasta en el blanco de los ojos no paraba de maldecir a diestro y siniestro entre constante amenaza de tarjeta roja y fulminante expulsión.
En un momento determinado, el veloz extremo Mike Finley recibió el balón y se internó por la banda ante la sorpresa del público y de sus propios compañeros. Con fortuna, el central húngaro Garaba desvió su envenenado centro a corner.
¡Cormer!
Palabra mágica en el fútbol británico de aquella época.
La auténtica proximidad del gol.
La democratización de la oportunidad marcar.
Su olor.
El público ya gritaba invocándolo.
En un momento dado, Blackwell salió del banquillo y ordenó a los centrales que subieran a rematar... y hacia allí fue O'Leary escupiendo enormes gargajos espesos de saliva sobre el cesped.
Los gritos se redoblaron a su llegada al área rival.
O'Leary se retiraba y jamás había marcado un gol para su querida Irlanda.
El propio Finley lanzó el corner.
En el área la pelea por una posición era encarnizada mientras el balón llegaba bien tocado en busca del punto de penalty... de pronto, como un titán, emergió la figura de O'Leary en majestuoso salto (que más parecía vuelo).
Los más viejos del lugar, entre pinta y pinta, aún recuerdan que algún infortunado jugador húngaro subía con él arrastrado por el poderoso impulso, enganchado en uno de sus brazos.
Se hizo el silencio en el estadio.
La cabeza de O'Leary buscaba la pelota y ésta iba hacia su cabeza.
Algunos rezaban, otros intentaban cerrar su boca abierta de par en par. El viejo O'Leary estaba a punto de hacer su parte por Irlanda.
El encuentro era inevitable y el cabezazo se produjo.
El balón salió despejado a la altura del medio campo.
Los húngaros no salían de su asombro.
Blackwell fue el primero en aplaudir.
Una vez más O'Leary había despejado la pelota. 19 años sacando balones era demasiado tiempo, tanto que ya era demasiado tarde para cambiar.
Entre aplausos O'Leary regresó a su posición. Lo hizo sonriendo, encojiéndose de hombros, mientras Hungría recuperaba la posesión del balón de nuevo.
La selección húngara aún anotó dos goles más. Tampoco pudieron dejar de ser ellos mismos.
A ciertas edades es difícil que uno pueda cambiar su forma de ser y conforme más viejo me hago más tiendo a pensar que debe ser así. Después de todo nos ha costado toda una vida forjarnos el carácter que tenemos y, como mínimo, debemos hacer ostentación de él antes de que los gusanos se lo coman con el resto del kit.
La leyenda de Martin O'leary ilustra perfectamente esta resistencia al cambio de la que hacemos gala a ciertas edades.
Martín O'Leary fue un legendario jugador de futbol irlandés. Defendió la camiseta verde en más de 50 ocasiones formando un muro infranqueable (todo lo infranqueable que podía ser el equipo irlandés en aquella época -que no era mucho-) con el no menos mítico Sean Thornton.
Tras jugar en diversos equipos de mitad de la tabla de la Primera división inglesa, O'Leary regresó a su Irlanda natal para dar sus últimas patadas alevosas a los delanteros incautos en el Limerick. Allí, y en su última temporada en activo, fue convocado por el seleccionador irlandés Norman Blackwell para un partido amistoso contra la Hungría de Kubala y Kocsis.
Blackwell, que había compartido vestuario y terreno de juego con O'Leary en la escuadra inglesa del Southtampton, decidió que ese podría ser el mejor homenaje a casi 19 años de carrera deportiva: el duro tallo de O'Leary (más duro que nunca entonces a sus 37 años) enfrentado a los finos estilistas húngaros, la espada contra la pluma.
El día del partido las cosas fueron de acuerdo con el guión.... húngaro.
Los voluntariosos futbolistas irlandeses corrían como pollos descabezados tras las camisetas rojas y ya estaban dos goles por debajo en el marcador.
Puskas, Csibor, Kocsis, ... escondían el balón y lo depositaban en la red de cuando en cuando ante la rabia callada de O'Leary que manchado de barro hasta en el blanco de los ojos no paraba de maldecir a diestro y siniestro entre constante amenaza de tarjeta roja y fulminante expulsión.
En un momento determinado, el veloz extremo Mike Finley recibió el balón y se internó por la banda ante la sorpresa del público y de sus propios compañeros. Con fortuna, el central húngaro Garaba desvió su envenenado centro a corner.
¡Cormer!
Palabra mágica en el fútbol británico de aquella época.
La auténtica proximidad del gol.
La democratización de la oportunidad marcar.
Su olor.
El público ya gritaba invocándolo.
En un momento dado, Blackwell salió del banquillo y ordenó a los centrales que subieran a rematar... y hacia allí fue O'Leary escupiendo enormes gargajos espesos de saliva sobre el cesped.
Los gritos se redoblaron a su llegada al área rival.
O'Leary se retiraba y jamás había marcado un gol para su querida Irlanda.
El propio Finley lanzó el corner.
En el área la pelea por una posición era encarnizada mientras el balón llegaba bien tocado en busca del punto de penalty... de pronto, como un titán, emergió la figura de O'Leary en majestuoso salto (que más parecía vuelo).
Los más viejos del lugar, entre pinta y pinta, aún recuerdan que algún infortunado jugador húngaro subía con él arrastrado por el poderoso impulso, enganchado en uno de sus brazos.
Se hizo el silencio en el estadio.
La cabeza de O'Leary buscaba la pelota y ésta iba hacia su cabeza.
Algunos rezaban, otros intentaban cerrar su boca abierta de par en par. El viejo O'Leary estaba a punto de hacer su parte por Irlanda.
El encuentro era inevitable y el cabezazo se produjo.
El balón salió despejado a la altura del medio campo.
Los húngaros no salían de su asombro.
Blackwell fue el primero en aplaudir.
Una vez más O'Leary había despejado la pelota. 19 años sacando balones era demasiado tiempo, tanto que ya era demasiado tarde para cambiar.
Entre aplausos O'Leary regresó a su posición. Lo hizo sonriendo, encojiéndose de hombros, mientras Hungría recuperaba la posesión del balón de nuevo.
La selección húngara aún anotó dos goles más. Tampoco pudieron dejar de ser ellos mismos.
jueves, diciembre 15, 2005
martes, diciembre 13, 2005
No deja de mirarlos a todos mientras se apoya en la pared.
Paciente o impacientemente, según la circunstancia vital que a cada uno de ellos les ha tocado vivir en esa concreta hora del día, aguardan la inminente y ruidosa entrada del tren en la atestada estación.
Después de todo son seres humanos igual que él... o por lo menos así lo parecen.
Se plantea que quizá debiera sentir algo por ellos,
compartir alguna especie de sentimiento solidario,
una cierta simpatía procedente de un animoso esfuerzo empático
pero no siente nada.
El esfuerzo de sentir se le escapa de entre las manos como si fuera agua.
Los labios de su corazón permanecen callados.
Sólo les observa con descuido,
sin realmente ver los árboles.
Ante el bosque.
Paciente o impacientemente, según la circunstancia vital que a cada uno de ellos les ha tocado vivir en esa concreta hora del día, aguardan la inminente y ruidosa entrada del tren en la atestada estación.
Después de todo son seres humanos igual que él... o por lo menos así lo parecen.
Se plantea que quizá debiera sentir algo por ellos,
compartir alguna especie de sentimiento solidario,
una cierta simpatía procedente de un animoso esfuerzo empático
pero no siente nada.
El esfuerzo de sentir se le escapa de entre las manos como si fuera agua.
Los labios de su corazón permanecen callados.
Sólo les observa con descuido,
sin realmente ver los árboles.
Ante el bosque.
domingo, diciembre 04, 2005
Veo en Canal Historia un documental muy interesante sobre la Rumanía de Ceaucescu.
Con imágenes inéditas filmadas por los medios de comunicación del dictador, el programa reconstruye el largo viaje hacia la locura emprendido por Ceaucescu, llevando consigo al propio pueblo rumano hasta casi la destrucción.
Hay muchas cosas interesantes dentro del documental: la megalómana construcción del palacio presidencial, la exposición de frutas y verduras hechas de madera que el dictador pasa revista como si fueran reales, el loco culto a la personalidad de la primera dama, .... pero lo que más me ha atraído es el momento en que se produce el motín que supuso la caída y posterior muerte de Ceaucescu.
La sorpresa que muestra su rostro ante los crecientes abucheos.
No sabría decir si Ceaucescu se sorprende de que el pueblo de Bucarest abuchee a su Conducator o de que se atreva hacerlo.
Me pregunto si el dictador pensaba que tenían motivos, si conocía la realidad cruel sobre la que se imponía su poder total o la ignoraba viviendo en el mejor de los mundos que producía su propio aparato de comunicación.
No lo tengo claro.
Me pregunto si los propios tiranos son víctimas también de sus propias mentiras y, después de ver el rostro de Ceaucescu no lo muy tengo claro... Aunque, y en cualquier caso, seguro que no se lo esperaba.
Con imágenes inéditas filmadas por los medios de comunicación del dictador, el programa reconstruye el largo viaje hacia la locura emprendido por Ceaucescu, llevando consigo al propio pueblo rumano hasta casi la destrucción.
Hay muchas cosas interesantes dentro del documental: la megalómana construcción del palacio presidencial, la exposición de frutas y verduras hechas de madera que el dictador pasa revista como si fueran reales, el loco culto a la personalidad de la primera dama, .... pero lo que más me ha atraído es el momento en que se produce el motín que supuso la caída y posterior muerte de Ceaucescu.
La sorpresa que muestra su rostro ante los crecientes abucheos.
No sabría decir si Ceaucescu se sorprende de que el pueblo de Bucarest abuchee a su Conducator o de que se atreva hacerlo.
Me pregunto si el dictador pensaba que tenían motivos, si conocía la realidad cruel sobre la que se imponía su poder total o la ignoraba viviendo en el mejor de los mundos que producía su propio aparato de comunicación.
No lo tengo claro.
Me pregunto si los propios tiranos son víctimas también de sus propias mentiras y, después de ver el rostro de Ceaucescu no lo muy tengo claro... Aunque, y en cualquier caso, seguro que no se lo esperaba.
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