España como caso de éxito económico de la inmigración

España como caso de éxito económico de la inmigración

Sin inmigración, el PIB español sería menor, el empleo estaría estancado y las pensiones en crisis. Los datos son claros, pero el debate público prefiere hablar de fronteras y seguridad. ¿Por qué casi nadie quiere reconocer lo obvio?

España es uno de los países europeos donde la inmigración está más claramente integrada en el funcionamiento de la economía. Entre 2019 y 2024, la población activa creció 1,3 millones: mientras los activos nativos caían, los nacidos fuera aumentaban en 1,4 millones. Tres de cada cuatro nuevos empleos los ocupan migrantes. La ventaja española está en la composición de los flujos: gran parte llega hispanohablante, lo que reduce costes de integración. Pero el éxito es funcional, no estratégico: la inmigración sostiene un modelo productivo de baja productividad sin transformarlo. España usa la inmigración para evitar que el deterioro sea más rápido, no para cambiar de escalón económico.

La tesis en un vistazo: España es uno de los casos más claros de éxito económico en el uso de la inmigración dentro de Europa. Sin ella, el PIB, el empleo y las pensiones estarían en peor situación. La inmigración mantiene el tamaño de la fuerza de trabajo, sostiene sectores clave y aporta más al Estado de lo que recibe. La ventaja española está en la composición de los flujos: gran parte llega hispanohablante, lo que reduce costes de integración económica. Pero el éxito es funcional, no estratégico: la inmigración llena agujeros de un modelo productivo de baja productividad sin transformarlo. España usa la inmigración para evitar que el deterioro sea más rápido, no para cambiar de escalón económico.

En Europa el debate sobre inmigración se formula siempre igual: fronteras, identidades, seguridad, "efecto llamada". Todo gira en torno al miedo o la compasión, pero casi nunca alrededor de la única pregunta mínimamente seria si hablamos de política económica:

¿Qué hace la inmigración con la economía de un país como España?

Si respondemos solo con reflejos ideológicos, da igual el signo, acabamos en lo de siempre: o "nos quitan el trabajo" o "nos salvan las pensiones". Pero si uno mira los datos con un mínimo de disciplina, la conclusión es difícil de esquivar:

España es, hoy, uno de los casos más claros de éxito económico en el uso de la inmigración dentro de Europa.

Éxito funcional, no milagro. Éxito macro, no cuento de hadas. Pero éxito, al fin y al cabo.


1. Qué significa "éxito" si solo hablamos de economía

Conviene fijar las reglas antes de discutir.

Aquí no estamos hablando de racismo, barrios, discriminación, violencia, ni derechos políticos. Eso es otra discusión, necesaria pero distinta.

Si hablamos solo de economía, la pregunta es mucho más fría:

¿La inmigración contribuye positivamente a estos cuatro frentes?

  • Empleo: ¿ayuda a crear y cubrir puestos de trabajo?
  • PIB: ¿aumenta la producción y el tamaño de la economía?
  • Pensiones y cuentas públicas: ¿aporta cotizaciones e impuestos netos?
  • Demografía económica: ¿evita que la población en edad de trabajar se hunda?

Si la respuesta es "sí" en esos cuatro puntos, entonces, desde el punto de vista económico, la inmigración está integrada y es funcional al modelo. Otra cosa es que nos guste o no ese modelo.


2. Lo obvio que casi nadie quiere decir: sin inmigración, los números españoles serían peores

En España, la inmigración no es una nota a pie de página: está metida en el corazón de la máquina.

Empleo. Una parte muy grande de los nuevos puestos de trabajo creados en los últimos años los ocupan personas nacidas fuera de España. Donde hay escasez de mano de obra —campo, cuidados, hostelería, logística, construcción— aparecen ellos. Sin ese flujo, muchos sectores tendrían problemas de oferta de trabajo y eso se traduciría en menos actividad o en más costes.

Demografía económica. España tiene uno de los niveles de fertilidad más bajos de Europa y una población envejecida. Si solo contásemos con nacimientos "autóctonos", la población en edad de trabajar estaría estancada o cayendo. La inmigración es, de facto, lo que mantiene el tamaño de la fuerza de trabajo. Sin eso, el potencial de crecimiento del PIB sería claramente menor.

Cotizaciones y pensiones. En un sistema de reparto no hay misterio: cuantos más trabajadores, más cotizaciones. Los inmigrantes que trabajan y cotizan contribuyen directamente a sostener el sistema de pensiones y el resto del Estado social. No son una categoría metafísica; son líneas en las cuentas de la Seguridad Social.

Entre 2019 y 2024, la población activa en España creció en torno a 1,3 millones de personas. Toda esa expansión —el 100%— se explica por personas no nacidas en España: mientras los activos nativos caían, los activos nacidos fuera aumentaban en casi 1,4 millones. Tres de cada cuatro nuevos empleos creados en este periodo los han ocupado migrantes, y la afiliación de extranjeros a la Seguridad Social ha superado la barrera de los tres millones, con cientos de miles de cotizantes foráneos añadidos desde 2020.

Ocho de cada diez personas llegadas a España desde comienzos de siglo han acabado incorporándose a la población activa. No es un fenómeno marginal: es la base demográfica de todo el ciclo reciente.

A esto se suma el efecto fiscal, que casi nunca entra en el debate público. Los estudios más recientes convergen en una idea incómoda para el relato del "coste": los inmigrantes aportan al Estado bastante más de lo que reciben en prestaciones y servicios. Su contribución neta per cápita es superior a la de los nacidos en España, justo porque son, en promedio, más jóvenes, trabajan más años antes de jubilarse y consumen menos gasto sanitario y de pensiones durante buena parte de su vida en el país.

En un Estado con deuda pública por encima del 100% del PIB, esa aportación neta actúa como una especie de ancla fiscal: más gente joven trabajando y cotizando, menos presión estructural sobre déficit y Seguridad Social.

Además, la inmigración no solo aporta volumen, sino flexibilidad. En los años de recuperación tras la pandemia, la combinación de crecimiento rápido y fuerte demanda podría haber generado cuellos de botella serios en sectores intensivos en trabajo. La oferta laboral elástica que proporcionan los flujos migratorios ha evitado parte de esa estrangulación, ha permitido mantener la producción y ha contenido presiones salariales desbocadas en los segmentos de baja y media cualificación.

Y hay un detalle que casi nunca se menciona: la mayor movilidad geográfica. La proporción de ocupados extranjeros que cambia de municipio de residencia en un año multiplica por varias veces la de los españoles. Es mano de obra que no solo llega, sino que se mueve allí donde hace falta.

Es decir: si quitamos a la inmigración de la ecuación, lo que cae no es solo la foto de los barrios, sino el PIB, el empleo y la capacidad del Estado para recaudar. Desde el punto de vista estrictamente macroeconómico, España utiliza la inmigración para sostener su crecimiento y amortiguar su propio invierno demográfico.


3. La ventaja específica de España: quién viene y con qué viene

Hasta aquí, España se parece a otros grandes receptores europeos: Alemania, Francia, Italia también dependen de la migración para que no se les hunda la fuerza de trabajo.

La diferencia española está en la composición de los flujos.

Una parte enorme de la inmigración es latinoamericana. Llegan ya hablando español. Eso reduce al mínimo el coste de integración económica: no hay que esperar años a que aprendan la lengua para poder trabajar de cara al público, entender instrucciones, manejar documentación básica. Pueden ser productivos mucho antes.

Marruecos añade un matiz interesante. No todo Marruecos habla español, pero sí hay zonas del norte con fuerte exposición al castellano, gente que ha estudiado español como lengua extranjera en el sistema educativo, y redes familiares que ya viven en España. Resultado: una fracción nada despreciable de ese flujo llega con un castellano funcional o, al menos, con una base escolar.

La combinación es importante: un porcentaje muy alto de la inmigración que recibe España no empieza la integración económica desde cero en el idioma. Eso no pasa en Alemania con sus flujos mixtos, ni en los nórdicos, ni en Italia en esa escala. Es más parecido al caso de Francia con el francés en el Magreb y parte de África, o al de Portugal con Brasil, pero con mucho más peso latinoamericano en el conjunto.

Desde el punto de vista económico, esa ventaja lingüística significa una cosa: tiempo de integración más corto → menos costes → antes se convierten en trabajadores y contribuyentes plenos.

La literatura empírica sobre lengua y migraciones refuerza esta intuición: compartir idioma no solo influye en la elección del país de destino, también mejora la inserción laboral y el nivel retributivo alcanzado. En el caso español, la enorme proporción de inmigración hispanohablante convierte estos flujos en una migración de "bajo coste de entrada y alta rentabilidad inmediata" para el Estado: casi no hay inversión lingüística que hacer y la contribución fiscal comienza mucho antes que en otros países europeos cuyos flujos mayoritarios no comparten lengua con la sociedad de llegada.


4. En qué sentido España es un "caso de éxito" económico dentro de Europa

Si cruzas los dos elementos —dependencia macro + ventaja lingüística—, el cuadro es claro:

España utiliza la inmigración para mantener el tamaño de su fuerza de trabajo, sostener sectores clave del PIB y llenar huecos en el mercado laboral. Al mismo tiempo, lo hace con una composición de orígenes que abarata el coste económico de la integración, gracias al idioma compartido con la mayoría de los recién llegados y a una fracción marroquí con castellano básico.

En clave europea, eso coloca a España en una posición peculiar:

  • No es de los países más ricos de la UE.
  • Pero sí es uno de los que más ha conseguido enganchar la inmigración al funcionamiento ordinario de su economía.

Agro, turismo, hostelería, logística, cuidados, construcción… el mapa de la economía española está lleno de sectores que, si quitases a la población extranjera, simplemente no podrían operar al volumen actual.

¿Es eso un "modelo"?

Si por modelo entendemos un dispositivo que, en la práctica, consigue el resultado económico que persigue —crecer, sostener empleo, aguantar las pensiones—, la respuesta es sí:

España es un modelo de éxito funcional en el uso económico de la inmigración dentro de Europa.


5. Los límites del éxito: economía sí, estrategia no

Reconocer el éxito económico no implica idealizarlo.

Que la inmigración sostenga PIB, empleo y cotizaciones no significa que España esté haciendo algo especialmente inteligente con ese recurso.

Más bien está ocurriendo esto:

La inmigración llena los agujeros de mano de obra de un modelo productivo que, en gran medida, se basa en sectores de baja productividad (turismo, agricultura, hostelería, servicios de cuidados). Actúa como un amortiguador: permite que la máquina siga funcionando sin ahogarse del todo y sin generar grandes presiones salariales en esos sectores.

Los datos del mercado de trabajo lo confirman: la mayor parte del aumento de la ocupación migrante se concentra en puestos de baja cualificación, mientras que el grueso del aumento del empleo nativo se da en ocupaciones de alta cualificación. España está importando capacidad de trabajo para cubrir necesidades esenciales en la base del sistema productivo, pero no está capitalizando de forma sistemática el nivel educativo real de muchos migrantes. Es un éxito cuantitativo que esconde un fracaso cualitativo en gestión del talento.

Al mismo tiempo, empiezan a verse señales de cambio: la presencia extranjera no se limita ya a la hostelería, el campo y la construcción. La ocupación inmigrante ha crecido con fuerza en otros servicios, y desde 2018 se registran aumentos significativos en sectores de media y alta cualificación, con incrementos notables de trabajadores nacidos fuera en Información y Comunicaciones o en profesiones científicas y técnicas. Es decir: la realidad económica se mueve algo más rápido que los clichés con los que se la describe.

El problema radica precisamente en el punto anterior. Al cubrir la demanda de trabajo en sectores de bajo valor añadido con mano de obra disponible, la llegada de población extranjera reduce el incentivo a invertir en capital y tecnología para mejorar los procesos. En el fondo, la disponibilidad de mano de obra a costes relativamente bajos retrasa la necesidad de una transformación productiva.

Y hay un reverso menos visible del éxito fiscal: el trabajador inmigrante cobra, de media, bastante menos que el nacido en España. Una parte del superávit per cápita que la comunidad migrante aporta a las cuentas públicas descansa sobre esa infrarremuneración estructural: el Estado recauda más de quienes, en el mercado laboral, cobran menos y ocupan de forma desproporcionada los puestos más duros y peor pagados. El éxito de las cuentas públicas se sostiene sobre una distribución muy desigual de costes y beneficios dentro de la propia economía.

Económicamente hablando: la inmigración en España se está usando sobre todo para evitar que el deterioro sea más rápido, no para cambiar de escalón en valor añadido y productividad.

Dicho de otro modo: éxito económico hay; proyecto económico estratégico, mucho menos.


6. Conclusión: lo que no se discute

Si limpiamos todo el ruido y miramos solo economía, la frase es sencilla:

España es, hoy, uno de los países europeos donde la inmigración está más claramente integrada en el funcionamiento de la economía: sin ella, el PIB, el empleo y las pensiones estarían en peor situación.

Lo que falta no es su contribución económica, sino una discusión honesta sobre qué tipo de economía estamos sosteniendo con ellos.

Mientras el debate público siga girando en torno a "ellos" como problema cultural, no se formulará la única pregunta incómoda que importa de verdad para el futuro del país:

No es qué hace la inmigración con España, sino qué hace España con la inmigración.

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