En política internacional, las agendas visibles suelen ser solo la punta del iceberg. La reunión prevista en Anchorage, Alaska, entre Donald Trump y Vladimir Putin se presenta como un intento de acercar posiciones para un alto el fuego en Ucrania. Sin embargo, la escenografía, las filtraciones y la exclusión del propio gobierno ucraniano de la mesa principal apuntan a un libreto mucho más complejo: Estados Unidos podría estar preparando el terreno para retirarse del conflicto y dejar el peso de la guerra sobre Europa.
El simbolismo de Alaska
No es casual que el encuentro se celebre en Alaska, territorio que perteneció al Imperio ruso hasta su venta a EE. UU. en 1867. Para el Kremlin, el escenario tiene un valor simbólico y narrativo que refuerza la idea de una relación especial con Washington, interrumpida y ahora susceptible de ser “restaurada”. En paralelo, el lugar transmite una imagen de neutralidad relativa: un espacio estadounidense, pero geográficamente próximo a Rusia.
La sintonía calculada
Las declaraciones recientes de Trump y Putin transmiten una sensación de entendimiento, incluso de convergencia en la necesidad de “poner fin” a la guerra. Para la opinión pública internacional, ese lenguaje suena a esperanza; para los analistas más escépticos, es una estrategia de percepción: mostrar que EE. UU. ya ha cumplido su papel de mediador y que el resto es responsabilidad de Kiev y Bruselas.
Ucrania, fuera de la sala
El elemento más inquietante para el gobierno de Volodímir Zelenski es la exclusión de Ucrania del primer nivel de negociación. El mensaje implícito es claro: las grandes potencias pueden decidir el marco de un acuerdo sin la presencia de la parte agredida. Si las condiciones filtradas incluyen concesiones territoriales —como ceder Donbás o aceptar la anexión de Crimea—, Kiev no puede aceptarlas sin violar su propia Constitución. Y ese rechazo podría ser usado por Washington como argumento para lavarse las manos: “Hicimos todo lo posible, pero Ucrania no quiso”.
Europa en el reparto
Mientras tanto, los principales líderes europeos parecen aceptar su papel en el guion que se está preparando. En sus declaraciones públicas, se alinean con la posición ucraniana y defienden su derecho a decidir, pero lo hacen desde un segundo plano, sin capacidad real para modificar la dinámica marcada por Washington y Moscú. Su apoyo, aunque firme en lo retórico, corre el riesgo de ser percibido como parte de una coreografía diplomática más que como una influencia efectiva en el resultado final; y, como buenos lacayos, parecen prepararse para el nuevo papel subordinado que se les ha reservado en esta puesta en escena geopolítica..
Un callejón diplomático
En este contexto, resulta difícil imaginar que de la reunión de Alaska surja una propuesta que Ucrania pueda aceptar. La evolución reciente de la guerra y la marcada sintonía entre los dos principales negociadores —Washington y Moscú— apuntan más a un acuerdo moldeado según sus intereses que a una fórmula que garantice la integridad territorial y la soberanía ucraniana.
Un frente debilitado
La situación militar tampoco favorece a Ucrania. La reciente ruptura en profundidad del frente norte en Pokrovsk ha debilitado aún más su posición, ya frágil antes de este revés. La combinación de presión militar rusa y aislamiento diplomático crea el marco perfecto para que el Kremlin llegue a la mesa con ventajas y para que EE. UU. justifique un repliegue.
El muerto en manos de Europa
Si la hipótesis se confirma, el objetivo real de Washington no sería tanto conseguir la paz como reconfigurar el tablero geopolítico: dejar que la Unión Europea asuma el coste político, militar y económico de sostener a Ucrania, mientras EE. UU. se concentra en sus propias prioridades internas y en el pulso estratégico con China.
Conclusión
La cumbre de Alaska puede acabar siendo mucho más que un episodio diplomático: podría marcar el principio del fin de la implicación estadounidense en la guerra. Si así fuera, la pregunta clave no sería qué se negocia en Alaska, sino quién estará dispuesto —y en qué condiciones— a sostener el peso de un conflicto que está lejos de resolverse.
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