domingo, mayo 29, 2016

Santa Derrota

Hubiera estado bien... qué digo bien... Hubiera sido perfecto que el niño hubiera oficiado de dios menor y hubiese marcado el gol decisivo en la final.
Pero, no.
No ha sucedido.
Las cosas han devenido imperfectas y lo han hecho justo en la forma en que suelen suceder.  Porque para expresar la perfección, lo que las cosas debieran ser, está la ficción, pero esa es otra historia.
Lo cierto, lo que nos ocupa es que hemos hablado mucho de lo que somos, nosotros, los atléticos y ahora ha llegado el momento de actuar, el momento de llevarlo a la práctica, y actuar es estar, por activa, orgulloso del equipo y de los jugadores.
No se les puede pedir más.
Si hubiesen sido capaces de hacer las cosas mejor, no estarían jugando en el Atlético sino en el equipo que nos ha vuelto a ganar una final o en alguno de los otros que hemos eliminado para llegar a perder esta final.
Nuestros rivales entendieron que para ganarnos sólo tenían que mejorar en lo único que les ganábamos.
Entendieron que debían ser disciplinados, que debían ser un equipo, que debían correr por lo menos igual que nosotros y lo hicieron.
Ese es su mérito.
El resto ya es historia.
Podría llegar a pensar que hemos probado todas las maneras de perder una final, pero no, no es así.
Nadie nos ha goleado.
No hemos sido inferiores.
Lo hemos puesto difícil.
Han luchado hasta el final, hasta el último hombre.
Se ha vendido cara la derrota.
Y nuestros rivales saben perfectamente lo que significa jugar contra nosotros, lo mal que se lo hacemos pasar.
Porque no todo es ganar.
Como la Santa Muerte de los mejicanos adoran, l Santa Derrota empieza a existir para nosotros, los atléticos.
Como aquella, a derrota forma parte de la ley natural y como tal es algo que se debe aceptar.
Del mismo modo que todos terminamos muriendo, todos terminamos perdiendo alguna vez y nadie pierde tan bien como nosotros.

sábado, mayo 28, 2016

Dioses menores

J
No importa lo que suceda durante el partido.

Seguramente lo dará todo como siempre ha hecho, correrá hasta no poder más cada balón como hizo con apenas veinte años de edad por todos los campos de segunda división, encimará a los defensas, buscará hacer cosas que ya no puede hacer y su entusiasmo de caballo noble de pura raza le perderá, fallará alguna pared, devolverá mal algún buen pase, hará algún que otro mal control, quizá falle algún gol clarísimo, recibirá algún que otro codazo de algún defensa que estará hasta los cojones de su entusiasmo sin fin....

Seguramente nos echaremos las manos a la cabeza y pensaremos "vamos, niño; vamos chaval", pero aparecerá y lo hará a la manera en que lo hacen los héroes: en el último momento, cuando ya nadie lo espere, quizá cuando veamos que todo está perdido.

Y ojalá lo haga cabalgando hacia la portería como en aquel gol que nos dio la primera eurocopa en color.

Olvidándose de todo como hace un niño cuando persigue un balón.

Dejando detrás también todo: a sí mismo y a los latidos de su corazón, a los defensas y a las cosas buenas y malas de su pasado, errores y aciertos, cosas que le convierten en un jugador especial y nos hace a nosotros, los que le vemos correr como sino hubiera un mañana, también especiales... y especiales por verle correr como hay que correr: como si no hubiera un mañana.

Y ojalá marque ese gol que siempre ha marcado: desmarcandose en potencia y velocidad, colocando el balón por encima del portero haciendo gala de un toque sutil y talentoso del que no habrá hecho gala en otros momentos del partido.

Pero el es así, un dios imperfecto, como todos y cada uno de nosotros, un dios menor como son todos y cada uno de los niños.

Está escrito y será así.

Ya apareció para dar ese pase fino y preciso, a lo Laudrup, para Griezmann.

Si se piensa bien, un pase inexplicable a tenor de su manera de jugar, pero el niño es así: capaz de lo mejor y de lo peor, como casi todos los niños.

Por eso se les quiere.

Es la hora de los dioses menores, los que no viven en el olimpo del tener que ganar siempre y habitan en el día a día de todos y cada uno de nosotros, un día a día en el que las victorias y las derrotas inevitablemente se suceden.

Hoy es su hora.

La nuestra.

La bruja

Fondo y forma deben coincidir siempre.

No tengo la menor duda de que haber filmado "La Bruja" en un poderoso y rotundo blanco y negro... A todo lo que da la gama de grises (que es mucho)... Rollo Gabriel Figueroa, Gregg Toland o Sven Nykvist hubiera servido para ahuyentar a todos los que, ante la visión de la película, esperaban encontrar un sangrante viaje de sustos y muertes violentas.

Seguro que hubiera ayudado a su éxito... sin duda moderado, porque además "La Bruja" es una película a contracorriente, casi nihilista que encierra un contenido bastante perturbador sobre todo si todavía esperas que llamando al todopoderoso este venga y te proteja (aunque exista y solo porque tu se lo pides)

Y sin duda esto es lo que más me gusta de "La Bruja", que es una película enamorada de su propio fracaso porque hace todo lo necesario para que el espectador mainstream se sienta incómodo viéndola.

Hay bastante en "La Bruja" de ese poderoso cine nórdico que encabezan nombres como Dreyer y Bergman.

Porque en sus imágenes hermosas se ventilan eternos temas como la necesidad del bien como relato generador de sentido, su esforzada búsqueda y la constante e inalterable presencia del mal, bien a través del diablo pero también a través de las plegarias no atendidas y del fracaso entendido como el silencio arrasador de ese dios al que se reza.

En este sentido, la escena de uno de los hijos caminando por el bosque y pidiendo que su dios le proteja resulta entre enternecedora y triste, desasosegadora e incómoda teniendo en cuenta el destino final del protagonista

Y al final ese sentido que habla de dios y que aspira a ser el sentido total se convierte en uno más, una hoguera encendida en medio de una inmensa noche para combatir una oscuridad inmensa, en la que otros sentidos se mueven confundidos con esa nada indiferenciada que en realidad no estal.

Después de todo la idea de dios no es otra cosa que una herramienta, seguramente una de las primeras de las que el ser humano se ha servido para entender y vivir en el mundo.

La mejor y más eficiente manera de lidiar con todo aquello que está más allá del alcance de nuestro entendimiento.

Nuestra ignorancia y miedo reificados.

La abstracción humanizada.

Frente a ésto, todo lo demás queda confinado en una oscuridad amenazante, una oscuridad que en realidad es una otredad en la que se expresan otras voces, otros ámbitos que quedan resumidos de manera peyorativa en conceptos como la brujería.

Otros dioses, otros cultos, otros sentidos, siempre exagerados en su barbarie, siempre minimizados en sus valores positivos.

Y en el caso de la brujería, sin duda está el papel de la mujer no como esclava del hombre sino como diosa.

Porque quizá desde la época medieval la brujería como concepto expresa un lapsus psicoanalitico de nuestra civilizada sociedad patriarcal respecto de la mujer.

En este sentido, Thomasin la protagonista en la pureza que muestra frente al desastre que vive su familia producido por el fanatismo religioso del padre no es otra cosa que una diosa.

"La bruja" se presenta como un cuento de Nueva Inglaterra y hay una relación directa de estos con las leyendas y los mitos, con la expresión de todo ese misterio, de toda esa oscuridad que rodea el radio de acción que ilumina la precaria llama de eso que llamamos sentido.

Nuestra insoportable levedad también tiene que ver con toda esa oscuridad sobre la que prendemos la luz del sentido.

Y como buena heroína de un cuento, Thomasin va más allá, internándose en ese bosque milenario que es la perfecta metáfora de la oscuridad a la luz del día, una oscuridad ante cuya presencia inquietante la familia protagonista intenta construir el sentido de una granja.

Brillante.


sábado, mayo 21, 2016

El olivo

No da puntadas sin hilo Paul Laverty escogiendo el olivo como elemento en torno al que construir una historia ambiciosa pese a su aparente modestia.

Porque lo que en "El olivo" se ventila es una reflexión sobre el fracaso y la posibilidad de ilusión de la izquierda en esta dura época de victoria rotunda y arrasadora del neoliberalismo.

Y empezaré diciendo que el olivo no es un árbol cualquiera.

La paloma que Noe envió buscando tierra después del diluvio regresó llevando en su pico la esperanza expresada por una rama de olivo.

Pero, y además de expresar de manera milenaria la posibilidad de la esperanza y la vida, el olivo es un árbol que entiende aquellas a través del tiempo.

No se trata de un árbol que de sus frutos inmediatamente.

Un olivo puede tardar 30 o 40 años en alcanzar su madurez productiva y por lo tanto expresa en sí mismo la necesidad y la importancia del trabajo y el esfuerzo para que las cosas cristalicen, para construir.

No en vano, y durante las Guerras del Peloponeso, los persas practicaban política de tierra quemada en su retirada arrancando y talando estos árboles sobre los que las polis griegas basaban su sustento.

Arrancar un olivo supone arrancar pasado, pero también arrancar futuro porque no se reemplaza de un día para otro,

En este sentido, no hay nada más opuesto a nuestra consumista manera de ser que un olivo quién a su vez representa la incómoda obstinación de las cosas esenciales por requerir tiempo y esfuerzo de nosotros.

Sobre todo esto, sobre el olivo,  Laverty construye una historia de desposesión en la que un milenario olivo valenciano termina adornando el hall de una empresa del norte.

Y este planteamiento recoge en sí mismo un proceso de desposesión y derrota que resulta inevitable para Alma, su protagonista, cuya memoria sentimental e infantil se encuentra indeleblemente asociada a ese árbol y también  a su abuelo, un campesino que en el final de su vida no puede evitar que esa perdida le rompa el corazón.

La película nos cuenta el enloquecido esfuerzo que Alma lleva a cabo por recuperar ese árbol para su abuelo, pero también la radical imposibilidad de conseguirlo enfrentándola a las limitaciones de su deseo dentro de una realidad que ya pertenece a otros, los que han comprado el olivo y con él todo lo que significa, el esfuerzo de generaciones y generaciones de campesinos

Sabiamente, Laverty enfrenta a la inevitabilidad de un fracaso, a la imposibilidad de pensar las cosas como siempre se han pensado, a la necesidad de reinventar la esperanza para los que buscan un mundo mejor una vez que la suerte está echada.

Si pensabas que Alma podría recuperar el árbol asi porque sí, porque ella lo quiere y es lo justo eres de la vieja izquierda y vives en un mundo que ya no existe.

Ya es demasiado tarde para cambiar las cosas como siempre han intentado cambiarse,el que la causa sea justa y uno quiera ya no es suficiente.

De semejante nivel es la carga de profundidad que Laverty lanza a quien quiera escucharle.

Hay que volver a empezar.

Dejar ir el viejo olivo y plantar uno nuevo.

Brillante.



lunes, mayo 16, 2016

Discrepancia y sentido de la responsabilidad

Nadie como Pier Paolo Pasolini supo ver la tragedia que para la izquierda supuso el entregarse con armas y bagajes desde la década de los sesentas del siglo pasado a un proceso de aburguesamiento a su vez basado en el capitalismo de consumo y el estado del bienestar.

Siempre fue una mosca cojonera, una opinión minoritaria que aguaba esa fiesta de las cosas a la que el capital invitó a la clase obrera mediante un trasvase de renta motivado por la necesidad de evitar que se pasara realmente al bloque sovietico.

Pero lo cierto es que sus palabras iban en contra de aquella realidad.

Porque a estas alturas no cabe la menor duda de que los principales beneficiarios de la existencia del bloque soviético fueron los trabajadores occidentales, y no quienes padecieron la progresiva esclerotización y muerte de un régimen cuyo fracaso en mucha y bastante medida ganado a pulso es un desastre para la historia de la humanidad.

Y lo es porque la tristeza asesina del otro lado del telón de acero contrastaba con la paz opulenta del otro lado.

Fue haciéndose progresivamente imposible hablar en favor del lado sovietico y en contra del otro.

Y lo era porque efectivamente había muerte y desesperanza de un lado mientras que en el otro era cierto que había una fiesta a la que la izquierda se sumó.

Pasolini tiene grandes y hermosas líneas valientes hablando del desastre espiritual que para los humillados y ofendidos supone pensar que han dejado de serlo sólo porque pueden comprar y vender.

En cualquier caso es cierto que hubo una fiesta y no es menos cierto que esa fiesta termina con la caída del telón de acero y la desaparición de esa alternativa real que podía competir como opción política real, competencia que sucedió desde el final de la segunda guerra mundial fundamentalmente en el tercer mundo aunque se inició en la Europa del Sur con la guerra civil griega y esas brutales elecciones italianas de 1948.

Pero, y desde la caída del muro de Berlín, el competidor desaparece y es entonces cuando el ganador inicia un lento proceso de recuperación del terreno cedido, un proceso que inicialmente es ideológico con teorías estratégicas y globales como el neoliberalismo y el final de la historia o teorías más tácticas, destinadas a ganar determinadas batallas como la teoría de la gobernanza.

Los últimos en abandonar esa fiesta fueron los partidos de la izquierda tradicional porque los liberales hacía tiempo que se habían retirado a la biblioteca a planificar cómo recuperar ese terreno cedido.

Privatizaciones, desregulación, financierizacion de la economía... pero lo peor ha sido la configuración de un nuevo imaginario simbólico, esa gran teta de la que nuestra sociedad extrae las herramientas de significación con lo que construir y, lo que es más importante, entender la realidad de cada día.

Y es aquí donde el capital consigue la definitiva victoria que convierte su victoria en total.

Y todo a espaldas de una izquierda incapaz de desligarse del horror sovietico, demasiado ocupada en ser el capataz de la plantación, en hacer la fiesta lo más placentera posible para los suyos.

Porque lo cierto es que nuestra realidad de hoy en día se construye con elementos simbólicos e ideológicos que son de parte.

Esa realidad que tan incuestionable ve Rajoy lo es porque es suya, está tramada con elementos que constituyen su propia manera de pensar.

Y uno de esos elementos ideológicos es la gobernanza.

La gobernanza sustenta la percepción de unidad social, de ausencia de visiones contradictorias que no pueden ser conciliadas y reduce a la política a la mera gestión tecnocrática de los recursos dado que ya no son posibles las discrepancias estratégicas, la discrepancia en lo esencial.

El concepto se despliega en dos direcciones.

Por un lado, rebaja el nivel del estado a la posición de un interlocutor más (su plasmación definitva son los tratados como el TTIP) y por otro reduce la política a la posición del administrador de una sociedad detenida en el mismo final de la historia.

Una vez que la historia termina con la caida del muro de Berlin, desaparecen los grandes relatos alternativos. Sólo queda uno, el capitalista-liberal y por lo tanto todos debemos estar de acuerdo en lo esencial.

Y por eso mismo el acuerdo político para la gestión de la sociedad es siempre posible y la responsabilidad de un político es buscarlo para garantizar la gobernabilidad de una maquinaria que por si misma ya funciona sola.

No obstante, el ir demasiado lejos del capital en sus reclamaciones en este proceso de recuperación del terreno perdido está devolviendo a nuestras sociedades a situaciones previas a las dos guerras mundiales desde el punto de vista de la precariedad y la desigualdad.

Este proceso está conduciendo a una sociedad peligrosa y desigual en la que todos los dias se juega una siniestra lotería de la exclusión que en muchos casos puede ser definitiva y mortal.

Este proceso nos está llevando a descubrir que también hay muerte y horror de este lado, una muerte y un horror diferentes, desde la riqueza y mucho más azaroso y descontrolado que la sovietica planificación del horror que a todos afectaba.

Así, y desde la responsabilidad con los tuyos, es imposible estar de acuerdo con alguien que propone políticas económicas que pueden producir este tipo de situaciones, mortales de necesidad para las personas.

La responsabilidad implica precisamente no estar de acuerdo, discrepar.

Lo irresponsable es coincidir en lo que te mata con tu verdugo.

Pero, y sin embargo, la maquinaria de los medios de comunicación social no examina la posibilidad de ese sentido de la responsabilidad.

Usando la gobernanza como herramienta de sentido reproducen la ideología neoliberal y legitiman el acuerdo  a cualquier precio... que siempre se paga,

La idea de las diferencias irreconciliables dentro de una sociedad es imposible.

La historia ha terminado.

Es intolerable la idea de una sociedad quebrada entre perjudicadores y perjudicados, la idea de una ruptura inevitable en el seno de la comunidad, en el hogar común en esa visión tan burguesa de las cosas

Pero mucho más intolerable es la posibilidad de que ese desacuerdo pueda ser entendido no desde la locura del que se queja de manera intencionada y exagerada, sino desde el exceso del que está yendo demasiado lejos en sus reclamaciones territoriales simbólicas y materiales.

Sólo las victimas van demasiado lejos.

Y la fantasía tecnocrática de la gobernanza, del eterno acuerdo perpetuo, está al servicio de su represión.

La historia no puede volver a arrancar.

Y esta obsesión por el acuerdo, por mantener viva por lo civil o lo penal, la fantasía de esa arcadia opulenta y consumista, desplaza el debate de lo que es para mi un punto esencial: la necesidad imperiosa de expresar la discrepancia sobre modelos de sociedad.

Porque cuando el capitalismo va demasiado lejos siempre hay victimas y forma parte de ese ir demasiado lejos exigir a esas victimas la invisibilidad entre otras formas a través de negarles la posibilidad de querer un mundo distinto expresando el desacuerdo.

No construir mayorías a cualquier precio es un acto de responsabilidad.

Discrepar y no pactar según con quién también.

No se si hay que asaltar los cielos, pero esta realidad incuestionable desde luego debe ser asaltada y una de las primeras fases de ese asalto es reconocer que empiezan a existir políticas que trazan líneas en el suelo, líneas que por dignidad y responsabilidad no se pueden cruzar y que definen a unos unos y a unos otros.

domingo, mayo 15, 2016

Attack the block

No me extraña que Steven Spielberg eligiera a Joe Cornish, responsable de la dirección y el guión de esta curiosa "Attack the block", para que le escribiera el guion de su película con Tintín.

Sin duda alguna, Cornish ha tenido que ver muchas películas directamente participadas por Sspielberg o inpiradas por su criterio en la competencia que durante la década de los ochentas llenaron las pantallas de los cines comerciales.

En todas ellas  hay una relación directa entre sus protagonistas adolescentes, convertidos en proyección aspiracional de los propios espectadores y ciertos géneros como el fantástico y la ciencia-ficción que proporcionan terreno suficiente para el lucimiento.

Cornish ha tenido que ver películas como "Gremlins", "Exploradores" o "The Goonies".

En todas ellas, y en otras muchas más, grupos de chavales se convierten en protagonistas de historias que bien debieran protagonizar sus hermanos mayores o sus padres, tramas en las que enfrentan poderes o situaciones que en principio, en el imaginario simbólico de las historias, rebasan con mucho el nivel de aventura que su propia condición dependiente les tiene reservados.

Nada de acampadas y primeros besos.

Contactos con extraterrestres, bandas de contrabandistas y criaturas misteriosas.

Y es en todo este imaginario simbólico donde Cornish ancla su "Attack the block", pero, y si solo fuera esto, su historia quizá se habría quedado en nada, una más o menos atractiva propuesta de masturbación sentimental de cinéfilo enamorado de si mismo viendo cine, a lo Jose Luis Garci.

No señor.

Cornish es algo más y lo demuestra aplicando una o dos talentosas vueltas de tuerca a su historia.

Y lo hace situando su historia en uno de los barrios más chungos de Londres y convitiendo a sus protagonistas en unos peligrosos pandilleros que, al principio de la película, no tienen el menor escrúpulo de robar y quitárselo todo a una cándida muchachita.

Así, la historia pierde la blandura insoportable de ese cine spilberiano y adquiere un interesante punto diferencial, más canalla, que Cornish desarrolla además con acierto y que emparenta a su película con el maravilloso cine de comedia hooligan que protagonizan Simon Pegg y Nick Frost, quién aparece también en la película para que no quede la menor duda.

El resultado es una divertida y curiosa historia que enfrenta a pandilleros chungos con una raza alienigena bastante chunga también.

Algo distinto, tan difícil de ver en una industria que basa su éxito en la repetición.

Pero además "Attack the block" podría ser una de esas películas bien intencionadas que al final se quedan en nada.

Algo entre la idea y la puesta en práctica podría haber salido mal por falta de talento de alguiedn o de todos, pero no es este el caso.

Cornish sabe contar una historia.

"Attack the block" fluye con naturalidad y nada en ella dura más de lo necesario, sucediendo además entre diálogos precisos, llenos de astucia e ironía, pronunciados por personajes perfilados con inteligencia y sentido del humor, cada uno de ellos dotados del suficiente interés.

No se puede pedir más si lo que se busca es cine como entretenimiento.

"Attack the block" es una de esas películas entretenidas que, una vez vista y disfrutada, siempre apetece ver.

Inner city vs. Outer space.

Casi nada.

Lo siguiente debería ser aliens contra gangs de Baltimore.

Me gusta.

sábado, mayo 14, 2016

La parte maldita. Georges Bataille

"En este sentido, el capitalismo es un abandono sin reserva a la cosa, pero indiferente a las consecuencias y sin mirar más allá"

Hacia el Eden

Me resulta muy interesante el giro social que ha dado el cine de Costa-Gavras en sus últimas películas.

Seguramente "Amen", realizada en 2002 tras su claramente decepcionante e incomprensible -para mi- fase americana, conecta con su cine político anterior. "Estado de sitio", "La Confesión", "Z".... todas son películas en el que la lucha tiene lugar en el territorio de lo político.

Sus protagonistas se enfrentan a estructuras políticas totalitarias y represoras que generan situaciones injustas que deben ser combatidas desde planteamientos políticos de izquierda.

Sin embargo, lo social forma parte del contexto.

Se da por descontado.

Seguramente porque por aquel entonces se tenía muy claro por qué se luchaba y así lo esencial de la historia se centraba en la lucha política.

Sin embargo, y desde la estupenda "Arcadia" filmada en 2005, el mundo simbólico de Gavras experimenta un cambio copernicano.

Lo político deja de estar presente y sus historias parecen poner el pie en la tierra de lo social.

Gavras nos muestra quizá las consecuencias de lo político, el sufrimiento de la injusticia en entornos y contextos de vida cotidiana convertida en un espectáculo de normalidad perversa que el director greco-frances se limita a mostrar.

Seguramente para que tengamos claro aquello por lo que ahora hay que luchar.

Y si en "Arcadia" lo que se nos muestra es la tragedia del desempleo, en esta "Hacia el Eden" Gavras nos habla de la inmigración.

Y me resulta interesante porque con este cambio copernicano Gavras reconoce la importancia de lo social frente a la política.

Ya no se puede hacer política desde la politica, ahora la política se hace desde lo social.

Hay un orden de prioridades y la autenticidad de un posicionamiento político sólo puede proceder de su profundo enraizamiento en lo social.

Ese es el secreto de lo que algunos llaman "nueva política" y no otro.

Todo lo demás es pura semiótica, discursos que remiten a discursos, palabras que remiten a palabras, en un continuo juego sofistico en el que la realidad, las cosas están al servicio de lo que se dice limitándose a prestar un oportuno de valor de verdad en el que se busca la primacia de la palabra propia sobre la del adversario.

Así, la política ya no es el lugar donde las cosas pasan.

Gavras lo sabe y vuelve su mirada a lo social, a la presentación de los efectos de la injusticia y lo hace, en el caso de la inmigración, con esta historia sencilla, con maneras de cuento alegórico, que nos cuenta el viaje de un inmigrante desde las europeas costas griegas hasta el parisino corazón de europa en pos de un promesa de trabajo que un misterioso mago le ha hecho.

En sí misma, y como obra, "Hacia el Edén" no es una película del todo redonda y, por supuesto, en absoluto está a la altura de las grandes obras de Gavras, pero tampoco es desdeñable.

"Hacia el Eden" nos muestra imágenes tomadas desde una perspectiva que no es habitual: nuestra europa vista a través de los ojos entre asustados e ilusionados de un inmigrante.

Ya sólo por eso merece la pena verla, pero además exhibe de manera muy conseguida el encanto de las "road movies" que es el encanto de la vida misma: moverse hacia delante, hacia un destino y las personas, buenas o malas, que salen al paso del protagonista, influyendo de una manera u otra sobre su trayecto.

A mi me gusta mucho este cine que el alemán Wim Wenders ha elevado a la categoría de arte y por lo tanto no puedo tener otra opinión que una favorable sobre esta "Hacia el Edén"

Interesante.


The Spectacle of skill. Robert Hughes

"Son esos espacios existentes entre las personas los que Hopper pinta tan bien... Su mezcla peculiar de voyeurismo (poniendo nuestra mirada en el interior de la habitación) y de discreción (no revelándonos lo que las personas están haciendo o pensando) son el gancho del cuadro. Hopper ofrece rebanadas de una vida misteriosa, momentos de una narrativa que no está cerrada"

domingo, mayo 08, 2016

Julieta

Después de tantos años viendo películas de Almodovar no tengo la menor duda de que el director manchego lleva décadas encerrado en un circuito cerrado.

Los personajes, lo que les pasa, incluso lo que dicen se repite una y otra vez, de manera constante.

Algunos elementos quedan fuera, no son usados en esta ocasión, pero sin duda volverán a aparecer. Quién sabe. Quizá en la próxima edición de su misma historia de siempre. Esa en el que las consecuencias de un pasado trágico producen personajes complicados enfrentados a un presente complejo, personajes solitarios y heridos, convertidos en peligrosos misterios para todos aquellos que se acercan atraídos por la aparente belleza de su trauma.

Y no es que Almodovar no sepa contar una historia.

Su capacidad de emocionar está ahí, en lo táctico de algún momento narrativo, pero, y en general, el enorme ego del autor siempre termina colocándose entre el espectador y lo que mira.

Continuando con la diferenciación Rohmeriana entre el decir y el mostrar, Almodovar no está entre los directores que muestran sino entre los que dicen.

Y es precisamente en esa repetición de elementos narrativos absolutamente evidente donde el autor, necesitando ser reconocido por el espectador como tal, se muestra.

En su cine, Almodovar es el protagonista,

Y si hay algo que detesto no es la inevitable transparencia del ego del autor sino la absoluta evidencia de esa intención que convierte a todo su cine en un acto impostado de locución, un más que evidente espectáculo de cartón piedra que aspira a esa "qualité" tan falsa, basada en el decir, contra la que los directores de la "nouvelle vague" francesa se levantaron.

Almodovar quiere ser el protagonista de sus propias películas y personalmente encuentro insoportable sentir que me haga sentir que esto es así.

Esta "Julieta" es un nuevo y magnífico ejemplo de la impúdica exhibición de necesidad de reconocimiento que Almodovar ejecuta de manera consciente y voluntaria, a mi entender, en todas sus películas.

Además, y para hacer peor las cosas, no puedo con esa vocación por la tristeza y el drama que hacen de Almodovar, para mi gusto, el Sergio Leone del melodrama, de la tragedia cinematográfica.

Todo es solemne, impostado, esclerótico, pedante, enfático y el objetivo es hacer llorar por lo civil o por lo penal.

Con el tiempo, el cine de Almodovar ha devenido en un acto de desnudez autoral bastante triste.

Una tristeza que quisiera ser triste de verdad, como una canción de Chavela Vargas, pero que casi siempre se queda en falsa mueca exagerada.

sábado, mayo 07, 2016

Capitán América: Civil War

Debería haber un límite al número de superhéroes por película.

Ahora que lo pienso, seguramente una de las cosas que más me gustó de "Batman vs. Superman" es que hubiese un número aceptable, dos o tres, con su correspondiente villano.

Así, todo resulta más manejable.

Pero en esta "Capitán América: Civil War" los superhéroes literalmente desbordan la pantalla, como arena cogida en un puño.

Madre de dios"

Es como el cuerno de la abundancia de las criaturas con poderes especiales.

Y con independencia de los valores intrinsecos de la película, que son aceptables aunque la película se vaya olvidando conforme se ve, producto perfecto como siempre digo, encuentro algo desagradable, por poco inteligente y sutil, en esta acumulación loca de personajes que por no caber no caben ni en el cartel.

Como si el peso de la historia consistiese en el kilo de superhéroe acumulado en canal.

No se.

Temo muy pronto ver películas de tres horas con decenas de personajes resolviendo sus diferentes diferencias con las mismas patadas voladoras de siempre.

En fin.

Seguramente esa pasión por la acumulación cuantitativa es sintomática.

Nos retrata como cultura.

Cuanto más, mejor.

Importa poco el absurdo de la procedencia de ese "más".

No se si el cine copia a Jose Luis Moreno o este al primero... Bueno... Lo más razonable es la opción dos: la película convertida en un artefacto narrativo contenedor de superhéroes, la película convertida en un eterno especial de nochevieja.

En cualquier caso, "Capitan America: Civil War" tiene bastante de rebosante bandeja de marisquería de extraradio.



lunes, mayo 02, 2016

Toro

"Toro" es una de esas películas que están hechas con trozos de otras películas.

Como si se tratase de un frankenstein sus creadores las construyen con pedazos, momentos, personajes y situaciones que han quedado grabados de manera indeleble en su memoria sentimental de espectador enamorado del cine.

El héroe trágico que intenta un imposible giro hacia la luz, el villano retorcido y malvado, el efecto que tiene la maldad cuando entra en contacto con la mirada supuestamente inocente de la infancia, las cuentas del pasado que regresan y otros tantos fragmentos, pedazos narrativos valisosos en sí mismos que en "Toro" aparecen cosidos con desigual fortuna, siendo el resultado en absoluto desdeñable, pero, y esto es lo peor, tampoco loable.

Transitando entre lo familiar y lo directamente previsible, "Toro" es un thriller trágico y fatalista en el que el protagonista arrastrado por la responsabilidad que siente hacia un desastroso y corrupto hermano se verá atrapado en las sombras de un pasado que se encargará de pulverizar todo el esfuerzo del protagonista por encontrar la salvación.

Y sobre el papel tiene buena pinta, pero lo resultados no terminan de estar a la altura de la idea, quedando "Toro", como escribo, en un territorio que linda peligrosamente con la mera copia.

Porque si algo hace "Toro" es constantemente, y como comento, remitir a un original, a diferentes modelos narrativos que aparecen constantemente y de manera más o menos evidente a lo largo de su metraje.

Sin duda, el principal defecto de "Toro" es carecer de esa frescura que nos permite escuchar la misma historia una nueva vez. Porque, y no nos engañemos, no hay tantas historia diferentes y más si el terreno que transitas es el de un concreto género.

En la mayor parte de los casos no se trata de lo que cuentas sino de la manera en que lo cuentas, el valor diferencial que aporta la mirada que procesa con una cierta originalidad los lugares comunes del consabido y formulario chico busca chica o malo busca a bueno.

Aquí es donde falla "Toro" y, por cierto, muchas películas a las que puede su vocación de producto.

Teniendo bastantes mimbres para haber sido algo mucho más especial, mucho más inolvidable para la mirada del espectador, se queda en un tampoco desdeñable divertimento que se olvida al mismo tiempo que se consume.

Porque "Toro" encierra esa poderosa belleza romántica de los héroes del cine francés de por ejemplo Marcel Carné que enfrentados contra su destino, derrotados y heridos de muerte se pierden en la noche.

Pero sólo consigue reproducir esa belleza trágica de manera sumaria, convirtiéndose en el merp gatillo que dispara a quien escribe las ganas de volver a ver "Le quai des brumes" o "Hotel du Nord" por ejemplo... los verdaderos originales, mandanga de la buena.

No obstante, y como digo, "Toro" tiene cosas buenas, fundamentalmente el personaje del malo que (un poco declamatorio) interpreta José Sacristan. Un señor muy jodido pero, y al mismo tiempo, muy creyente en dios nuestro señor.

Todo lo que tiene que ver con este personaje mola y mucho. Siendo un muy acertadisimo cruce entre un personaje de Almodovar y otro de David Lynch que a nadie puede dejar indiferente con su casposa maldad de carbonero.

Aceptable.




domingo, mayo 01, 2016

La isla bonita

A sus casi 70 años, Fernando Colomo está dispuesto a empezar de nuevo.

Y lo hace con esta "La isla bonita"; una película ligera y libre que por contar no cuenta ni con un guion previo ni con maquillaje, peluquería, vestuario o iluminación.

"La isla bonita" está construida con ilusión, ganas, un guión cuajado a posteriori, sobre las propias improvisaciones de los actores y, lo que es más importante, apenas 70.000 euros.

El protagonista interpretado por el propio Colomo es un ejecutivo publicitario arruinado, recién divorciado y en crisis; un personaje que, por lo visto, es un trasunto del propio Colomo y que agobiado por sus circunstancias decide volar a Menorca donde encontrará espacio para encontrar paz, descanso y quizá una nueva oportunidad.

Por encima de todo, "La isla bonita" es una película muy rohmeriana, lo cual ya es un cumplido en sí mismo.

Eric Rohmer decía que su cine no consistía en decir sino en mostrar y en ese mostrar se encuentra, para mi gusto, la capacidad mágica del cine para generar mundos con vocación de realidad.

Y no es tan fácil que el cine parezca real aunque su materia prima sea algo tan inmediato como las imágenes de las cosas.

No es tan fácil que el espectador deje de pensar que le cuentan para empezar a creer que le muestran un algo que respira, que tiene vida propia y que parece un pedazo de realidad encuadrada por la cámara.

Pero Colomo lo consigue.

"La isla bonita" rebosa esa magia que logra transfigurar las imágenes narradas en documento, la ficción en realidad, la mentira en verdad.

Podría ponerme a pensar en el cómo, pero no voy a hacerlo. Prefiero disfrutar viendo cómo el enorme conejo blanco sale de la pequeña y negra chistera.

Porque lo cierto es que sale y lo hace convertido en un pequeño cuento moral que nos muestra la secreta manera en que esa insoportable levedad que, escribía Kundera, nos caracteriza como humanos se vuelve de pronto soportable, una secreta manera que no es tan secreta y que se encuentra en los otros, unos otros que pueden ser un infierno pero también, definitivamente, el paraíso.

Sin duda, y de memoria, la mejor película de Colomo.

Una obra de madurez, casi crepuscular, con el sol del mediterráneo que inspira a los poetas griegos, a sus espaldas.

"Todo busca quemarse", escribe Yorgos Seferis.

Y no hay que tomárselo como algo personal.

Después de todo, está en las reglas de ese juego tan serio que otros llaman vida.

Nada se gana para siempre.

Todo se pierde.

Todo busca arder.

Y mientras todo arde nos queda la belleza del momento.

Brillante.


domingo, abril 24, 2016

Lola Montes

Por encima de todo, "Lola Montes" es una película que rebosa melancolía que se construye sobre una tragedia: la de sobrevivir a la propia vida.

Porque es precisamente éso lo que sucede con la protagonista.

La narración se construye en torno a un espectáculo circense en el que Lola Montes, con la ayuda de un maestro de ceremonias, va desgranando ante los espectadores de dentro y de fuera de la película la escandalosa vida de la bailarina y cortesana.

Sobre esta estructura, su director, Max Ophuls, construye, a su gusto y como en muchas de sus películas, una compleja serie de flashbacks que profundizan en cada uno de esos eventos: su relación con el músico Lizst, la seducción de su primer amante que es también el amante de su madre y la final y culminante relación que mantuvo con Luis I de Baviera que directamente conduce a ese circo, donde la envejecida Lola no tiene otra opción que comerciar con su propia leyenda para seguir viviendo.

Toda la película es el esfuerzo de Lola por perseguir su sueño, un sueño que nunca llega a precisar pero que combina lo material y lo espiritual y que tiene fundamentalmente que ver con el disfrute absoluto de la vida y todo lo que esta puede ofrecer, un disfrute que la lleva a traspasar las líneas de lo razonable y del decoro según los estándares decimonónicos definidos en Europa para una mujer y que convierten a Lola en un personaje que emociona en su loca persecución de algo que siempre se le escapa.

Y no pueden hacer otra cosa que escaparse porque son instantes y están hechos de tiempo y el tiempo siempre termina por pasar.

Así, la melancolía de Lola es la melancolía de la supervivencia, del envejecimiento, de esas ruinas de la inteligencia con las que el poeta Gil de Biedma hablaba de la memoria.

Esa melancolía que siempre trae consigo el pasado cuando deviene a mucho más importante que el propio presente en el que Lola Montes se ofrece al público como un producto que literalmente es devorado cada día por su público.

En este sentido, resulta memorable la escena final en la que dentro de una jaula Lola se ofrece para ser vista y tocada y la cámara se aleja en el sentido contrario que sigue una inmensa cola de público que quiere ver y tocar al animal único, a la excepción que se ha atrevido a ir demasiado lejos y que ha regresado de las sombras del exceso para contarlo por el tiempo que le permita su salud quebrantada.

Ophuls tenía debilidad por esos personajes, casi siempre femeninos, siempre románticos en el sentido literal del tiempo: poderosos yoes que buscan autorrealizarse imponiendo su deseo interior a la realidad exterior, comprometiendo siempre su propia seguridad y cayendo siempre en la tragedia porque la realidad se siempre una ola que solo temporalmente se puede cabalgar desde la pasión.

Como escribió Kerouac en "On the road", las mujeres de Ophuls son esos mad ones de los que hablaba refiriéndose a su amigo Neal Cassidy, Sal Paradise en la novela:

"La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un ¡¡¡Ahh!!!.”

Atrapada en su vida y dentro de su propia leyenda, a Lola no le queda otra opción que la melancolía de interpretar cada noche ese estallido de luz azul ante todos sus demonios y fantasmas del pasado, ante el milagro de su propia historia.

Pues eso....  ¡¡¡Ahh!!!.

Obra maestra.

martes, abril 19, 2016

La fiesta debe continuar.
Por nada del mundo debe detenerse.
Y para ello debes tener claro
que el sufrimiento es cosa de otros,
que es para esos oscuros y desconocidos otros,
por su miserable y mala cabeza,
sobre los que se cierra
esa trampa de la realidad
que tú mismo a veces temes.

Por eso cada día, y contra tu temor,
se te ofrece la oportunidad
de escuchar, si así lo quieres,
tu propia absolución.
Hay razonable explicación
para todo lo que te preocupa.
Y la conclusión es que
cualquier miedo es infundado.
La historia culmina en tí,
en tu deseo sin freno
y, si puedes permitirte
pagar el precio que tiene soñar,
todos los sueños son ciertos.

Por eso cierra los ojos y sigue comprando.
Mira para otro lado.
No desperdicies el tiempo
que tanto te cuesta ganar.
Disfruta las ventajas,
olvida los inconvenientes.
Consume toda esa belleza
que el cuerno de la abundancia
en tarifa plana, vomita a tus pies
en cómodos plazos si así lo quieres.
La felicidad está en las cosas.
Hoy puedes comprarlas
y eso es lo que cuenta.

A diferencia de otros menos afortunados
continuas siendo el mejor postor.
A pulso te has ganado
la tranquilidad de esta noche,
el sentirte a salvo
sintiendote respetable propietario
de un proyecto, de una vida,
al margen de su presunta levedad
(teniendo en cuenta todo aquello
que debes metodicamente ignorar).
Mañana será otro día,
desde cero todo
volverá a empezar.

Volverás a ser calculado,
medido friamente,
racionalmente estimado
y si es necesario serás sacrificado
para que la fiesta perpetua continúe.
Tus meritos adquiridos,
tu fiel pasado de creyente,
nada pesarán en la balanza
contra otros más importantes intereses
para los que eres nada más
que pieza intercambiable en mecanismo.

Quizá la fiesta termine para ti mañana
y pases a ser uno de esos oscuros
y desconocidos otros
en cuyo destino hoy ni siquiera piensas
cómodamente instalado al borde de un abismo
que nunca parece tal hasta que caes.
Quizá mañana descubras que esta fiesta
que crees tuya en absoluto lo es

domingo, abril 17, 2016

Mi loco erasmus

Tiene mucho que ver "Mi loco erasmus" con "Arrebato" de Ivan Zulueta, una de las grandes películas míticas y malditas del cine español.

Tanto Pedro, el protagonista de "Arrebato" como Didac, que protagoniza "Mi loco erasmus" encarnan la posibilidad del exceso que acompaña a todo proceso creativo.

Ambos acaban yendo demasiado lejos.

Siempre recuerdo una frase del genial Ingmar Bergman al respecto de lo que significa un proceso creativo. Bergman habla con gran talento de arrojar una lanza hacia la oscuridad y luego ir a buscarla.

El creador se adentra en esa oscuridad apenas sostenido por la intuición de una trayectoria y esa oscuridad puede no ser un entorno amable. Puede albergar demonios y monstruos. Puede ser un bosque en el que puede terminar perdido.

Y es obvio que Didac termina perdido y lo hace en la aparente superficialidad que ofrece un documental sobre la vida de los erasmus que visitan Barcelona, en teoría, para estudiar.

Pero esa superficialidad no es tal.

Porque para el solitario Didac, dueño de una vida casi marginal, todos esos jóvenes cuya vida y experiencias quiere grabar significan algo, un completo opuesto, una inexplicable carencia que sólo puede ser procesada desde la obsesión.

La obsesión por devorar lo que no se posee y así, de alguna manera simbólica, tenerlo. Serlo.

De todo modo, "Mi loco erasmus" ventila el tema del poder subyugador, completamente vampirico, de las imágenes. Un tema esencial para entender los mecanismos de socialización, dominación y control de nuestras sociedades de consumo.

Las imágenes crean mundos para ser deseados, ambicionados; mundos que existen única y exclusivamente en el ojo del que mira, pero que permiten un anclaje en una realidad que ofrece los mecanismos de emulación, la posibilidad siempre patente (aunque imposible) de ser todo aquello que constantemente se desea (de manera confesable o no)

Todo funciona desde lo aspiracional en este mundo.

Y tarde o temprano las imágenes terminan consumiendo a aquel que inocentemente quiere consumirlas.

¿Existen los erasmus jóvenes, guapos y borrachos que Didac busca?

Con toda seguridad, sí.

Dentro de esa oscuridad interior en la que se ha internado en busca de la lanza que ha arrojado.

Esperando pacientes para devorarle.

Brillante... y con guasa.



sábado, abril 16, 2016

The salvation hunters

La ventana de éxito y creatividad que Josef von Sternberg tuvo en el mundo del cine es de apenas 7 años, desde 1928 hasta 1935.

Son fundamentales en ese éxito dos actores de origen alemán: el fenomenal Eemil Jennings, primero, y luego la estupenda Marlene Dietrich, a cuyo destino el director de origen alemán está indeleblemente asociado, siendo el encargado de desarrollar el despliegue iconográfico y cinematográfico del mito en sus inicios.
.
Posteriormente, y tras la separación profesional (y seguramente personal) de la diva alemana, el destino de Sternberg se desvanece en una carrera errática, en absoluto alimentada por el éxito; convirtiéndose casi en uno de esos hombres débiles que los personajes de Dietrich destrozaban en casi todas las películas que él mismo dirigió.

Pero esa es otra historia...

Antes de la Dietrich, Sternberg tuvo una fulgurante aparición como director con "The salvation hunters", filmada en 1925, y que tuvo un gran éxito de crítica, no tanto de público, por su carácter entre filosófico y experimental.

En apenas una hora de duración, Sternberg nos cuenta el proceso de empoderamiento que un hombre, una mujer y un niño experimentan.

Los tres viven literalmente entre el barro, alrededor de una draga que incansablemente extrae lodo de un puerto sin identificar.

Los tres se conocen y deciden buscar mejores oportunidades en la ciudad, que se presenta como una jungla peligrosa y llena de peligros que intentarán superar recuperando la ilusión por si mismos y su destino, una autoestima que para Sternberg solo puede encontrarse en el amor por sí mismos y por los demás... pero todo interpretado desde lo romántico y familiar, porque los tres protagonistas terminan pareciendo más una familia espontáneamente surgida que otra cosa.

Nada de contenido social y sentimientos basados en la solidaridad.

El ser humano sólo tiene a sí mismo y en el amor de los demás, en tenerlo de una manera romántica, extrae la energía suficiente como para definir una posición firme en la vida.

El hombre necesita el amor de una mujer para ser, esta se lo da y nada puede salir mal.

No conecto demasiado con este mensaje tan burgués y conservador, pero, y desde luego, el talento inigualable de Sternberg para producir imágenes ya está ahí especialmente en la primera parte, en la draga.

Con eso me quedo.

Y añado que si efectivamente Sternberg pensaba así, comprendo que lo tuviese crudo con la Dietrich en la vida real.

Las cosas no son tan sencillas.




viernes, abril 15, 2016

Los últimos días en Marte

No hay mucho que decir sobre "Los últimos días en Marte", pero, y por contradictorio que pueda parecer, ese poco que se puede decir no es malo.

"Los últimos días en Marte" es una de esas películas en las que uno sabe más o menos lo que va a pasar, pero está hecha con las suficientes ganas, quizá cariño, como para que no importe demasiado porque, y como escribía el gran poeta griego Cavafis, lo importante es el camino.

La historia que se nos cuenta se sitúa en la intersección de tres espacios simbólicos definidos por la amenaza biológica microscópica ("La amenaza de Andrómeda"), el body count extraterrestre ("Alien") y el apocalipsis zombie ("The walking dead").

Y esta combinación ya le parece al que escribe una magnífica idea.

La película se sitúa en las últimas horas de misión de una expedición cientifica al planeta rojo. Uno de los científicos descubrirá una forma de vida que tendrá letales efectos sobre los miembros de la expedición.

Poco a poco la historia se convertirá en una cuenta atrás para escapar a la amenaza que es por cierto bastante chunga.

El resultado es eficiente y eficaz.

"Los últimos días en Marte" es una de esas películas que uno acaba volviendo a ver en las horas tontas del fin de semana porque nunca dejará de ser fácil de ver.,, si te gusta la ciencia-ficción por supuesto.

Y esto en sí no deja de tener su mérito.

Buena serie B en estado puro.

Aceptable.


Pinta espejos la lluvia sobre el asfalto
y en ellos, sobre su detenida certeza,
el imposible silencio se remansa
mientras los oficinistas desesperados se apresuran,
intentan evitarlos como en rayuela,
buscando a toda costa no tropezar
con el esquivo fantasma de su propia verdad.

domingo, abril 10, 2016

Posibilidad de pacto

Mientras las cosas fueron bien en Europa fue posible vivir bajo la idea de esa fantasía tecnocrática del fin de la historia.

El desmoronamiento del bloque socialista generó un vencedor único y con él llegó la absoluta imposibilidad de las diferencias irreconciliables en la gestión de las sociedades.

El dinero y la acumulación infinita eran el único dios y el neoliberalismo su profeta.

En ese contexto era posible dar pábulo a la fantasía de la mera gestión tecnocrática, casi administrativa, de las sociedades mientras el capitalismo funcionaba por sí sólo, casi como una máquina de movimiento perpetuo, que se regulaba a sí misma y sobre cuyo funcionamiento no era necesario intervenir.

El político devino a gestor, mero administrador de una opulencia que en lo que a los países occidentales se refería existía de manera tangible, materializada incluso para los no demasiado afortunados en un estado del bienestar de mayor o menor envergadura.

Otra cosa era lo que pasaba en el resto del mundo, fuera de la ciudadela, donde era imposible mantener la ilusión de una sociedad unida en lo esencial y en donde las desigualdades en lo fundamental eran el pan nuestro de cada día.

Sociedades desiguales que pertenecían a un mundo subdesarrollado y dependiente cuyas contradicciones servían para alimentar el equilibrio del mundo en el interior de la ciudadela.

Pero la utopía loca del capitalismo, con su fantasía delirante del crecimiento infinito, de la acumulación incesante, no tiene amigos y sus propias contradicciones han socavado los muros de esa ciudadela.

Su crisis de rentabilidad en la economía real y la necesaria e inevitable financierización y virtualización de la economía para mantener porcentajes razonables de beneficios han cambiado las reglas de juego.

La ciudadela se ha hecho líquida, virtual y ya por el hecho de ser europeo u occidental no se tienen privilegios.

Ahora los elegidos son transversales al mundo y las sociedades europeas se encuentran en un proceso de transformación hacia desigualdad que las acerca a las sociedades subdesarrolladas en bastantes aspectos: trabajadores pobres, procesos de marginación estructurales...

Sólo los restos de un espléndido pasado nos salva a los occidentales de no parecernos mucho más a esos otros mundos que creíamos tan alejados de nosotros.

Y uno de esos restos es la política, su discurso cada vez más retórico de derechos y libertades, su planteamiento tecnocrático de la gestión de los asuntos de una sociedad de cuyo seno el conflicto había sido expulsado.

Por eso el discurso de que nada es lo suficientemente importante como para rechazar un pacto de gobernabilidad existe.

Por eso son posibles discursos que consideran posible el pacto entre formaciones políticas que sostienen planteamientos económicos contradictorios.

Antes daba igual.

Los bárbaros no habian franquado los muros de lo ciudadela.

Pero ahora ya están aquí y hay políticas que garantizan de manera directa o indirecta un mundo de trabajadores pobres o bolsas estructurales de inclusión por considerarlas inevitables, parte de una realidad incuestionable que todos los días se nos ofrece como el cuerpo y la sangre de cristo para comulgar.

Y no es posible pactar si las consecuencias son esas, tan serias y relevantes para aquellos que corren el mayor riesgo de sufrir esas consecuencias que se venden como colaterales e inevitables a la fiesta perpetua del consumo.

El conflicto está aquí y es consecuencia de la progresiva constitución de dos visiones de la realidad que son contradictorias: la que fabrica débiles y les condena por serlo y la que cree que el fuerte es fuerte no precisamente por pensar en sí mismo sino por cargar con esos débiles todo el camino.

Si la economía como sostiene Piketty regresa a posicionamientos de principios del pasado siglo XX es lógico que la política lo haga con ella generando una division irreconciliable entre los que utilizan y tiran y los que son utilizados y tirados.

Es lógico que tengamos política en serio, de verdad.

Por eso no es tan fácil pactar.

La conciencia de la diferencia irreconciliable existe, emerge y cada vez es más consistente.

Los bárbaros están aquí, entre nosotros... eso sí, bien lavados y afeitados, vistiendo trajes de mil euros y diciendo todo el rato que nada puede cambiarse mientras acumulan casas, coches y piscinas, una para cada día de la semana, una para cada hora del día.

Cada vez es más evidente que esa ilusión tecnocrática de un mundo sin diferencias irreconciliables es siempre a costa de alguien.

Antes, fue posible ceder, vender el alma al diablo a cambio de unas migajas de opulencia, pero ahora, que es más que evidente para los potenciales humillados y ofendidos la imposibilidad de obtener algo a cambio, lo normal es que empiece a ser imposible ponerse de acuerdo sobre ciertos aspectos.

La fuerza de trabajo que se intercambia, que se trae y se lleva, no es una abstracción: procede de seres humanos que quieren ser tratados como tales.

Y es cuestión de tiempo que esos seres humanos se planteen la viabilidad de una sociedad de la que forman parte y que a cambio solo les ofrece la tristeza de una realidad que no se puede cambiar.

Desgraciadamente, las mentiras todavía se siguen imponiendo a la realidad, pero llegará un tiempo en el que la radical y terrible mentira que encierra la loca utopía del capitalismo sea imposible de ocultar.

Estamos solo en el principio del final.

Por eso no pactar puede ser inevitable.

Puede ser incluso necesario como parte de un proceso en el que ya es imposible la mentira total que lo oculta todo.