La inflación como refugio del capital
La inflación ya no es solo una consecuencia del crecimiento o del consumo, sino un reflejo del modo en que el dinero domina a la economía. Tras mostrar su dimensión política y su función disciplinaria, este nuevo texto aborda su mecánica interna: cómo el crédito, los tipos de interés, la liquidez especulativa y los mercados financieros producen inflación incluso en tiempos de crisis, y por qué Europa encarna hoy ese desequilibrio estructural.
Durante décadas se repitió que la inflación era un fenómeno simple: demasiado dinero persiguiendo pocos bienes.
Era el dogma de la economía industrial, donde los precios subían cuando la producción crecía, los salarios aumentaban y el consumo se expandía.
Pero ese modelo murió con la financiarización.
Hoy, la inflación tiene un origen mucho más profundo y menos visible: el funcionamiento mismo del sistema financiero.
Las investigaciones recientes del Banco de Pagos Internacionales (BIS), del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de varios bancos centrales coinciden en un dato esencial:
en las economías avanzadas, entre un 15 % y un 35 % de la inflación total puede atribuirse directamente a variables financieras (crédito, apalancamiento y precios de activos).
Y en los periodos de crisis o especulación —como 2008 o 2021-2023— ese peso puede superar el 50 %, especialmente en energía, vivienda y alimentos.
Es decir, una parte significativa de la inflación moderna no nace de la economía real, sino de la economía del dinero.
Y su peso crece justamente cuando el sistema productivo se debilita.
A partir de aquí, el texto desciende al interior de esa maquinaria: la fábrica del crédito, la paradoja del dinero caro, la liquidez que se derrama sobre los precios y la especulación que convierte el futuro en coste presente.
Es en esos mecanismos donde la inflación deja de ser un accidente y se vuelve una función del poder financiero.
1. El crédito como fábrica de inflación
En la economía contemporánea el dinero ya no es una cantidad fija creada por el Estado, sino una variable endógena: se crea cada vez que un banco concede un préstamo.
En los años de expansión, esa creación de crédito —impulsada por la rentabilidad esperada y no por la producción real— multiplica la liquidez y estimula el consumo.
Si la capacidad productiva no acompaña, los precios suben por exceso de crédito, no por exceso de demanda.
El Banco de Pagos Internacionales usa la llamada brecha crédito-PIB como indicador del riesgo inflacionario.
Cuando el crédito crece más rápido que el PIB real, el sistema financiero acumula presión inflacionaria que tarde o temprano se traslada al conjunto de la economía.
2. El coste del dinero y la paradoja de Gibson
El segundo canal financiero es más sutil: el coste del dinero.
Cuando los bancos centrales suben los tipos de interés para “enfriar” la economía, las empresas con alto endeudamiento pueden trasladar ese aumento de costes financieros a sus precios finales.
El resultado, en determinadas circunstancias, puede ser contraintuitivo: subir los tipos alimenta la inflación de costes.
Este mecanismo —conocido como paradoja de Gibson— está documentado por la literatura poskeynesiana y por estudios recientes del FMI.
Su intensidad depende del grado de endeudamiento empresarial, de la estructura de cada sector y de la capacidad real de trasladar costes al consumidor final.
En economías muy endeudadas y con sectores poco competitivos, se estima que este efecto puede añadir entre un 5 % y un 10 % adicional a la inflación subyacente durante los ciclos restrictivos.
El dinero caro, lejos de enfriar siempre, puede encarecer.
3. La liquidez especulativa: de los mercados financieros al precio de las cosas
Tras la crisis de 2008, los bancos centrales recurrieron a una herramienta extraordinaria: la expansión cuantitativa (quantitative easing).
Consistía en comprar deuda pública y privada para inyectar liquidez.
Esa liquidez no fluyó hacia la economía real, sino hacia los mercados de acciones, bonos y vivienda.
Durante años se acumuló una inflación invisible: la inflación de activos.
Cuando la pandemia de 2020 y los choques energéticos de 2022 liberaron esa masa de dinero atrapada en los mercados, el efecto se trasladó al Índice de Precios al Consumidor.
La inflación de los balances se convirtió en inflación cotidiana.
El exceso de liquidez terminó derramándose sobre la economía real en forma de precios más altos.
4. Especulación y materias primas: la inflación inducida
El ejemplo más claro del componente financiero está en los mercados de materias primas y energía.
En los contratos de futuros del petróleo, el gas o el trigo, la mayor parte del volumen ya no proviene de productores o consumidores, sino de inversores financieros.
Cuando el dinero especulativo entra en masa, los precios futuros suben y los productores pueden retener oferta, esperando mejores márgenes.
El resultado es que el precio real se dispara incluso cuando no hay escasez física inminente.
Estudios del Parlamento Europeo y del FMI estiman que durante los episodios de volatilidad de 2008 y 2022 la especulación financiera explicó entre el 20 % y el 50 % del aumento de los precios de los alimentos y de la energía.
Estos episodios incluyeron también restricciones reales de oferta —sequías, disrupciones logísticas, conflictos geopolíticos—, pero la amplificación financiera magnificó su impacto en los precios finales.
En otras palabras, el trigo o el gas suben no solo porque falten, sino porque alguien apuesta a que subirán, y esa apuesta retroalimenta la escasez.
La inflación como refugio del capital
Estos son los engranajes de la inflación financiarizada.
Pero su fuerza no es constante: crece en los momentos de debilidad, como un reflejo oscuro del sistema.
Cuando la economía real se contrae, la economía financiera florece; y cuanto más la una se hunde, más la otra necesita inflar los precios para sostener su rentabilidad.
Por eso las crisis ya no enfrían la inflación: la alimentan.
En tiempos de crecimiento, el sector productivo absorbe parte de la expansión crediticia y modera el impacto financiero.
Pero en las crisis ocurre lo contrario: el capital busca rentabilidad donde aún la hay, en los mercados financieros.
El crédito no desaparece; cambia de destino.
Ya no financia fábricas ni innovación, sino compra de activos, derivados o deuda especulativa.
Cuanto más se debilita la economía real, más dominante se vuelve la economía financiera.
Y cuanto más domina la esfera financiera, más se desvinculan los precios de los costes reales.
De ahí que en las recesiones se observe un fenómeno nuevo: inflación sin crecimiento, o incluso inflación acompañada de contracción.
La paradoja es que el sistema financiero necesita esa inflación para sobrevivir.
Sin la expectativa de precios crecientes, los activos pierden valor, los balances se hunden y el crédito se seca.
Por eso el peso financiero de la inflación aumenta precisamente cuando la economía entra en crisis: es el precio de sostener una rentabilidad que ya no proviene del trabajo ni de la producción.
Europa es el ejemplo más visible de este fenómeno.
El Banco Central Europeo ha conseguido reducir la inflación general del 10,6 % en 2022 al entorno del 3 % en 2025, pero sin alcanzar su objetivo del 2 %.
La inflación subyacente permanece elevada; los precios de la vivienda y la energía siguen muy por encima del nivel prepandemia; los salarios reales, en cambio, han caído entre un 4 % y un 6 %.
La inflación se modera en las estadísticas, pero persiste en la vida cotidiana.
El crédito productivo se contrae, la inversión industrial se retrasa y el sistema financiero mantiene beneficios récord.
Europa ha reducido la inflación, pero no la ha dominado: la ha desplazado de la economía visible a la financiera.
El factor olvidado: más allá de la narrativa tradicional
Llegados a este punto conviene hacer una pausa.
La inflación sigue siendo un fenómeno multicausal.
Los factores tradicionales —choques de oferta, presión salarial, expectativas adaptativas, políticas fiscales expansivas— continúan operando y explican buena parte de la dinámica de precios.
En condiciones normales, representan entre el 65 % y el 85 % de la inflación total.
Pero el argumento de este texto no pretende negar esa complejidad, sino señalar algo distinto: que existe un factor estructural que la teoría económica dominante tiende a minimizar o directamente ignorar.
Un factor que no sustituye a los demás, pero que en determinadas fases —especialmente en contextos de crisis, alta financiarización y mercados especulativos— se convierte en determinante.
Lo relevante no es solo cuánto pesa lo financiero en promedio, sino cuándo y por qué su peso aumenta.
Y la evidencia sugiere que su influencia crece precisamente cuando la economía real se debilita, cuando los márgenes productivos se estrechan y cuando el capital busca refugio en la especulación.
Y aquí emerge una paradoja cruel: cuanto más pesa el componente financiero de la inflación, más daño hace a la economía real la política monetaria restrictiva.
Si la inflación proviene principalmente de factores tradicionales (demanda excesiva, mercado laboral tenso), subir tipos enfría el consumo y modera los precios sin destruir la estructura productiva.
Pero si la inflación tiene origen financiero —crédito especulativo, inflación de activos, especulación en commodities—, subir tipos no ataca la causa, sino que:
-
encarece el crédito productivo (inversión, innovación, empleo) mientras el crédito especulativo encuentra otras vías;
-
reduce la demanda agregada sin tocar los mecanismos de formación de precios en mercados financiarizados;
-
traslada el ajuste sobre hogares y empresas endeudadas, mientras los tenedores de activos financieros se benefician.
El resultado es que la economía real paga el coste de combatir una inflación que no generó.
Cuanto mayor es el peso financiero, mayor es la ineficacia de la respuesta ortodoxa y mayor el daño colateral sobre producción y empleo.
La política económica en el espejo
Si la inflación tiene una raíz financiera significativa, las herramientas tradicionales dejan de ser suficientes.
Subir los tipos, recortar gasto o contener salarios ataca la economía real, no la causa del problema.
La inflación se combate en la superficie —el consumo, el empleo, la inversión pública— mientras su motor financiero permanece intacto.
El resultado es un doble efecto:
transferencia de rentas, porque el dinero caro beneficia a los acreedores y castiga a los deudores;
y disciplina social, porque el miedo a la inflación justifica políticas de austeridad.
Esto no significa que subir tipos sea siempre inútil o contraproducente.
En contextos de sobrecalentamiento clásico, puede ser efectivo.
Pero en escenarios dominados por dinámicas financieras, el coste recae desproporcionadamente sobre quienes menos responsabilidad tienen en el origen del problema.
La inflación deja de ser un desajuste económico y se convierte en una forma de gobierno: un instrumento de control sobre la economía real desde la esfera financiera.
Conclusión
La inflación contemporánea es el reflejo de una economía donde el dinero se ha vuelto autónomo.
En las fases de bonanza, el componente financiero de la inflación permanece latente; en las crisis, se expande y domina.
Los precios dejan de ser un indicador exclusivo de escasez y se convierten también en un espejo de la especulación.
Este texto no pretende ofrecer la única lectura posible de la inflación moderna.
Otros enfoques —monetaristas, estructuralistas, institucionalistas— aportan dimensiones complementarias.
Pero sí reivindica que cualquier análisis honesto de la inflación actual debe incorporar su dimensión financiera como factor estructural, no como anomalía.
Por eso la inflación moderna no mide solo el calor del crecimiento, sino también la fiebre de las finanzas.
Y cada vez que los precios suben sin que la economía crezca, lo que observamos no es prosperidad, sino el coste social de mantener con vida un sistema que ya solo produce rentabilidad sobre sí mismo.
Bibliografía básica
Banco de Pagos Internacionales (BIS). Informe Económico Anual, Basilea, 2018 y 2021.
Banco de España. El proceso de ajuste económico después de crisis financieras: una perspectiva histórica, 2011.
Fondo Monetario Internacional (FMI). Rising Rates May Trigger Financial Instability, Complicating the Fight Against Inflation, 2025.
Real Instituto Elcano. El dilema entre el combate contra la inflación y la estabilidad financiera, 2024.
BURJC Digital. Consecuencias de la expansión cuantitativa sobre los mercados financieros y la economía real, 2023.
SciELO México. ¿Debe la Fed reaccionar ante la inflación de los activos financieros?, 2018.
Redalyc. Teorías monetarias poskeynesianas: una aproximación de la escuela francesa, 2005.
Parlamento Europeo. No es un juego: la especulación frente a la seguridad alimentaria, 2011.
Bank for International Settlements (BIS). Credit-to-GDP Gap and Countercyclical Capital Buffers, 2014.
Banco Central de Reserva del Perú. Reporte de Inflación: Panorama actual y proyecciones 2025-2026, 2025.
Repositorio Comillas. La inflación: evolución y efectos sobre los activos financieros, 2023.
Comentarios
Publicar un comentario