Dos formas de jugar, dos formas de pensar
Por qué algunos futbolistas necesitan saber qué hacer (y otros no)
En el fútbol actual conviven dos especies de jugadores.
Unos necesitan saber qué hacer: dependen de estructuras, de coordenadas tácticas, de una red de referencias que les permita procesar el juego.
Otros, en cambio, no las necesitan: se mueven por instinto, responden al caos, improvisan.
Ambos pueden ser brillantes, pero no en los mismos contextos.
El fútbol moderno —desde Guardiola hasta Xabi Alonso o De Zerbi— ha producido una generación de futbolistas cognitivos. Jugadores que entienden el campo como un sistema de relaciones espaciales: saben dónde estar, cuándo moverse y cómo relacionarse con el compañero. No improvisan: ejecutan patrones. Han sido educados en un modelo donde el talento no se mide por la inspiración, sino por la capacidad para leer el mapa colectivo.
Frente a ellos sobreviven los intuitivos, herederos del fútbol de la calle y la reacción. Corren, interpretan el momento, sienten el partido más que lo piensan. Son los que prosperan en contextos desordenados, donde la jugada depende de la energía, no de la secuencia. Su virtud es emocional: se activan en el conflicto. Su límite, cuando el juego les pide pensar antes de correr.
El origen del nuevo jugador “cognitivo”
El cambio comenzó en los banquillos.
Pep Guardiola lo ha repetido durante años: su modelo posicional busca que cada jugador sepa en todo momento dónde debe estar y qué hacer en función del compañero.
Para él, la estructura no es una limitación, sino una forma de liberar la mente del futbolista. Una vez automatizado el movimiento, la creatividad se vuelve más natural.
Marcelo Bielsa llevó esa idea al extremo. En sus entrenamientos, según testimonios de sus propios jugadores, cada acción se repite hasta que se convierte en un acto reflejo. Su método busca que el futbolista no “piense en el caos”, sino que ejecute desde la comprensión. Bielsa siempre dice que la libertad se alcanza cuando se domina la forma.
Xabi Alonso, formado bajo Guardiola y hoy entrenador del Real Madrid, ha explicado que su objetivo es “crear un equipo que lleve la iniciativa, que sepa cómo conectar entre sí y generar automatismos”.
En sus equipos, la posición y el pase son herramientas cognitivas: la táctica como lenguaje común.
Incluso Carlo Ancelotti, que representa el polo opuesto, ha reconocido que el exceso de estructura puede matar la creatividad, pero no niega la necesidad de ofrecer un marco mental a los jugadores. Lo que cambia es el grado de libertad dentro de esa estructura.
El fútbol moderno, en resumen, piensa antes de sentir.
Cada jugador es un nodo dentro de una red perfectamente calculada.
El otro fútbol: pensar para defender, sentir para atacar
El Atlético de Madrid de Simeone representa una forma híbrida: pensamiento defensivo y emoción ofensiva.
Su equipo piensa para defender, pero siente para atacar.
Simeone no es ajeno a los automatismos. De hecho, es uno de los entrenadores más meticulosos del fútbol europeo en el trabajo defensivo.
Hereda de la escuela Bielsa la metodología de repetición y control del gesto, aplicada a la fase sin balón.
Como explican varios analistas, el Atlético lleva años “automatizando la toma de decisiones en situaciones defensivas” y trabajando “con todos los conceptos: organización zonal, distancias intra e interlíneas, coberturas, ayudas constantes”.
Esa precisión se traduce en un equipo que, cuando defiende, se comporta como una máquina coreografiada: cada jugador sabe exactamente qué hacer, dónde colocarse y cómo compensar al compañero.
Sin embargo, esa estructura desaparece al recuperar el balón.
En ataque no hay sistema posicional ni automatismos ofensivos.
El plan es claro: “elaborar poco y llegar rápido”, con “pocos pases pero efectivos” y preferentemente “por la banda”.
El juego del Atlético se apoya en tres pilares:
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Transiciones rápidas tras recuperación,
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Juego directo hacia el mediocampo o los costados,
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Improvisación en campo rival.
No existe una secuencia de progresión trabajada como en los modelos posicionales (Guardiola, Xabi Alonso, De Zerbi).
Simeone busca la eficacia del caos: recuperar, avanzar, finalizar.
Por eso, su Atlético combina dos naturalezas opuestas: entrenador cognitivo en defensa, entrenador emocional en ataque.
Y ahí está la raíz de su dualidad:
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Un defensa como Giménez o Godín brilla, porque el sistema le ofrece coordenadas claras.
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Un delantero “cognitivo” como Sorloth o João Félix se pierde, porque el mapa desaparece al cruzar la mitad del campo.
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Mediocampistas de equilibrio como Koke funcionan bien: tienen instrucciones cuando defienden y libertad cuando atacan.
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Mediocampistas ofensivos como De Paul sufren: esperan coordenadas que no existen.
En resumen, el Atlético es un equipo perfectamente entrenado en la mitad equivocada del campo:
piensa para recuperar y siente para construir.
Su fortaleza y su límite son el mismo: la mente se apaga justo cuando el balón aparece.
Sorloth y los jugadores que necesitan saber
Alexander Sorloth encarna esa tensión con precisión.
Su rendimiento en el Villarreal muestra por qué: Marcelino es un técnico de estructura parcial, un punto intermedio entre el orden posicional y la verticalidad pragmática.
En su Villarreal —como antes en el Athletic—, los jugadores se mueven dentro de un marco táctico claro pero con margen para la intuición.
El equipo combina una base estructurada (4-4-2 o 4-2-3-1) con patrones ofensivos reconocibles:
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los carrileros suben siempre por las mismas zonas,
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los centros buscan puntos fijos (segundo palo o frontal),
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los delanteros saben de antemano cuándo atacar cada zona,
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los mediocentros repiten secuencias de apoyo y ruptura.
El resultado es un sistema estructurado pero no rígido: hay automatismos, pero también libertad dentro del patrón.
En ese ecosistema, Sorloth sabía qué hacer y cuándo hacerlo.
No era un improvisador, era un ejecutor de secuencias.
Por eso, allí metió 23 goles: no porque fuera un jugador distinto, sino porque el sistema le daba un mapa mental que en el Atlético no existe.
En Madrid, esas coordenadas desaparecen. El ataque no se prepara: se improvisa.
Sorloth sigue siendo el mismo jugador, pero su entorno dejó de darle referencias.
No le falta calidad: le falta estructura.
No falla él; falla la traducción entre dos lenguajes.
Rafa Alkorta lo explicó al hablar de João Félix: hay jugadores que necesitan saber qué hacer en cada momento, y cuando no tienen referencias claras, se pierden.
No era una crítica al jugador, sino la descripción de un tipo de futbolista que el fútbol moderno ha multiplicado: los que necesitan una lógica de juego, no solo libertad.
João Félix, formado en el fútbol portugués más geométrico, se diluyó en el caos rojiblanco.
De Paul brilla con Argentina —donde Scaloni le da coordenadas precisas— pero se dispersa cuando debe “sentir” el partido.
Baena parece desconectado porque busca asociaciones interiores que el sistema no produce.
Todos comparten un mismo problema: fueron educados para saber, no para intuir.
Dos inteligencias, un mismo campo
Lo interesante es que ninguno de los dos modelos es superior en sí mismo.
El jugador que necesita saber no es menos creativo; el que improvisa no es menos inteligente.
Simplemente, procesan el fútbol de maneras distintas.
Uno busca orden, el otro emoción.
Uno lee el espacio, el otro el momento.
El desafío está en la compatibilidad.
En un mundo donde casi todo el fútbol de élite se ha vuelto estructurado —de Guardiola a Xabi Alonso, de Luis Enrique a Arteta—, los equipos que aún se rigen por la reacción corren el riesgo de quedarse fuera de sintonía.
Y, con ellos, los jugadores que hablan el nuevo idioma del control.
Conclusión
El fútbol moderno ha fabricado jugadores que necesitan saber qué hacer, porque entienden el juego como una secuencia colectiva.
Pero el Atlético de Simeone —como algunos reductos del viejo fútbol— sigue pidiendo que los jugadores lo sientan.
Cuando un futbolista que fue educado para pensar se encuentra en un equipo que le exige sentir, no fracasa su talento: fracasa la traducción.
Simeone es un entrenador cognitivo en defensa, pero emocional en ataque.
Su equipo es un organismo perfecto sin balón y una intuición desordenada con él.
En un fútbol donde casi todos los rivales piensan para atacar, el Atlético sigue pensando solo para resistir.
No hay culpables, solo dos formas de entender el juego.
Una racional, otra emocional.
Una de laboratorio, otra de trinchera.
Y cuando se enfrentan, lo que vemos no es un jugador perdido:
es un futbolista moderno buscando coordenadas en un campo sin mapa.
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