Serie Krátos: Por qué las minorías mandan (I)

Cómo y por qué las mayorías nunca han mandado, ni siquiera en democracia.

La teoría política, la antropología y la historia comparada convergen en la misma conclusión: el poder es estructuralmente minoritario. Allí donde hay organización, información estratégica y control de recursos, surge una élite. Esta entrega traza la continuidad de ese patrón desde las sociedades acéfalas hasta la tecnocracia digital.

ENTREGA I — Genealogía del Poder: Por Qué las Minorías Mandan

(Serie Krátos — La historia del poder minoritario y del miedo al poder de la mayoría)

Introducción: de la presentación a la demostración

En la Presentación de la serie Krátos, planteamos una premisa clara, casi obvia cuando se observa la historia sin mitos: el poder efectivo nunca ha sido de la mayoría. Todas las sociedades humanas —sin excepción conocida— han sido gobernadas por minorías organizadas, mientras las mayorías han quedado relegadas a la fuerza de trabajo, la obediencia rutinaria, la legitimación simbólica o la explosión episódica en momentos de ruptura.

Pero aquella entrega era solo el umbral. Fijaba la intuición general y delineaba el recorrido histórico de la serie, sin desarrollar aún el fundamento empírico, antropológico y organizativo que sostiene esa afirmación.

Aquí comienza el trabajo real.

La pregunta que abre esta entrega no es moral ni ideológica. Es analítica, empírica y estructural:

  • ¿Por qué los pocos mandan y los muchos no?
  • ¿Por qué la fuerza del número nunca se convierte en fuerza de mando?
  • ¿Por qué la masa aparece una y otra vez como potencia sin poder?

Para responder, necesitamos situar esta tesis dentro de su marco intelectual natural: la Teoría de las Élites, la tradición que, desde Mosca y Pareto hasta Michels, Mills, Dahl o Poulantzas, ha descrito el poder como un fenómeno inevitablemente minoritario, producto de la organización, la información y el control de recursos.

Con esa brújula conceptual arrancamos esta genealogía del mando minoritario. Lo que sigue es la demostración —histórica, antropológica, organizativa— de por qué la mayoría nunca ha gobernado, ni siquiera en los regímenes que dicen hablar en su nombre.

1. La ley estructural del mando minoritario: Mosca, Pareto, Michels

1.1. Mosca: la clase política como constante histórica

Gaetano Mosca publica en 1896 Elementi di scienza politica, donde formula la intuición más incómoda de la política moderna: en toda sociedad, por democrática que se declare, existe una clase dirigente. Una minoría cohesionada monopoliza cargos, información y capacidad de acción efectiva. La mayoría carece de los mecanismos organizativos necesarios para gobernar.

No se trata de una conspiración ni de un defecto moral. Es una constante estructural: gobernar exige coordinación permanente, información estratégica y control de los aparatos administrativos. La masa no dispone de ninguno de estos recursos de forma estable.

1.2. Pareto: las élites rotan, la estructura no

Vilfredo Pareto radicaliza la tesis: las élites cambian de rostro, pero la élite como tal no desaparece. La historia es una circulación de élites, una sucesión de minorías gobernantes —"zorros" astutos o "leones" autoritarios— que se sustituyen mutuamente sin alterar la arquitectura del mando.

La revolución no democratiza: simplemente sustituye una oligarquía por otra. Lo que cambia es el estilo, el discurso, la base de legitimación. Lo que permanece es la concentración del poder en manos de unos pocos.

1.3. Michels: la organización produce oligarquía

Robert Michels aporta el mecanismo técnico. En Los partidos políticos (1911), estudia la socialdemocracia alemana —el partido de masas más democrático de su época— y descubre que incluso allí, incluso con estatutos participativos y retórica igualitaria, emerge una cúpula profesionalizada que monopoliza la toma de decisiones.

Su conclusión es devastadora: la Ley de Hierro de la Oligarquía no es ideología ni pesimismo. Es logística social.

Toda organización de masas genera una élite técnica porque:

  • La base delega por falta de tiempo, información o competencia.
  • Los dirigentes acumulan experiencia, contactos y control de la agenda.
  • La complejidad organizativa exige especialización, y la especialización concentra poder.

La democracia interna no es imposible, pero requiere un diseño institucional activo contra la oligarquización. Sin ese diseño, la deriva hacia el mando minoritario es automática.

2. La evidencia antropológica: incluso sin Estado, mandan los pocos

La teoría clásica de las élites describe sociedades estatales modernas. Pero la antropología política demuestra que el mando minoritario no es producto del capitalismo ni del Estado-nación: es anterior a ambos.

Incluso en sociedades sin Estado formal, sin escritura, sin mercado, la autoridad se concentra en manos de unos pocos.

2.1. El big man melanesio: poder sin cargo

En las tierras altas de Papúa Nueva Guinea, los grupos locales carecen de jefatura hereditaria. No hay rey, consejo permanente ni burocracia. En apariencia, se trata de sociedades igualitarias.

Pero en la práctica, emerge la figura del big man: un individuo que acumula prestigio organizando intercambios ceremoniales, redistribuyendo cerdos, mediando conflictos. No tiene autoridad formal, pero controla las redes de reciprocidad.

Decide cuándo se celebra una fiesta, con quién se pacta, a quién se excluye.

Marshall Sahlins describe el mecanismo: el big man no hereda su posición, la construye mediante deuda social. Regala generosamente, pero cada regalo genera obligación. Quienes aceptan quedan ligados a él. Con el tiempo, el big man puede movilizar decenas de personas para la guerra, el intercambio o el trabajo colectivo.

¿Es esto democracia? No. Es oligarquía informal: poder concentrado sin título formal, pero poder al fin. La mayoría no decide; sigue.

2.2. Sociedades acéfalas: igualdad como diseño anti-Estado

Existen sociedades que sí logran evitar la concentración de poder: los nuer del Sudán, los tallensi de Ghana, los yanomami del Amazonas. Son las llamadas sociedades acéfalas o "sin cabeza".

Pero Pierre Clastres demostró que estas sociedades no son igualitarias por accidente. Son igualitarias por diseño explícito contra el Estado. Distribuyen la autoridad entre linajes, rituales y sistemas de parentesco para impedir que nadie acumule poder duradero.

El jefe ritual tiene prestigio, pero no puede dar órdenes. El guerrero destacado es vigilado con recelo. La autoridad está fragmentada intencionalmente.

Este diseño funciona, pero solo bajo tres condiciones:

  • Escala pequeña: grupos de 50 a 300 personas donde todos se conocen.
  • Baja complejidad: sin excedente agrícola ni especialización laboral.
  • Ausencia de amenazas externas permanentes: sin necesidad de coordinación militar sostenida.

En cuanto aparece excedente, guerra o administración, el diseño igualitario colapsa. Surge alguien que organiza el almacenamiento, coordina la defensa, negocia con otros grupos. Y ese alguien se convierte en élite.

3. Historia comparada: donde hay aparato, hay élite

Cuando las sociedades desarrollan excedente agrícola, coerción organizada y administración, el poder minoritario cristaliza en instituciones permanentes.

3.1. Mesopotamia: los escribas como clase dirigente

En Sumer, hacia el 3200 a. C., aparece la escritura. No para poesía ni filosofía, sino para contabilidad: registrar tributos, inventarios de templos, raciones de trabajadores.

¿Quién controla la escritura? Los escribas del templo. Ellos saben cuánto grano entra, cuánto sale, quién debe, quién paga. Este conocimiento técnico —inaccesible para la mayoría analfabeta— se convierte en poder administrativo.

El escriba no es solo un funcionario. Es el nexo entre la producción agrícola y el aparato religioso-político. Sin él, el sistema colapsa. Su monopolio del conocimiento escrito lo convierte en élite imprescindible.

Aquí aparece un patrón que se repetirá durante milenios: el que controla el conocimiento estratégico manda, aunque no empuñe armas ni posea tierras.

3.2. Egipto: la centralización burocrática del Nilo

El Antiguo Egipto lleva la concentración del poder a su extremo lógico: un solo gobernante (el faraón) apoyado en una burocracia minúscula que administra un territorio inmenso.

La clave está en la geografía del Nilo: un solo río predecible que permite centralizar el control del riego. Quien controla las compuertas controla la agricultura. Quien controla la agricultura controla la sociedad.

El faraón no gobierna solo. Gobierna mediante una red de visires, nomarcas, sacerdotes y contables. Pero esta red es ínfima: quizás unos pocos miles de personas en un imperio de millones.

La mayoría trabaja la tierra, construye pirámides, paga tributo. Pero no gobierna, ni participa, ni decide. Es masa productiva bajo dirección minoritaria.

3.3. China: la aristocracia letrada

En China, desde la dinastía Shang hasta el imperio tardío, el poder se sostiene sobre una aristocracia del saber: primero guerreros-sacerdotes, luego burócratas-letrados.

El sistema de exámenes imperiales (desde la dinastía Han) crea la ilusión de meritocracia: cualquiera puede presentarse. Pero en la práctica, solo las familias con recursos pueden costear años de estudio de los textos clásicos. La élite se reproduce mediante capital cultural.

El mandarín no hereda un feudo: hereda acceso a la educación que le permite aprobar el examen que le permite entrar en la administración que le permite gobernar. Es una oligarquía meritocrática, pero oligarquía al fin.

3.4. Indo-europeos: asambleas rituales, mando guerrero

En las sociedades indo-europeas (celtas, germanos, griegos arcaicos), existen asambleas de hombres libres. Parece democracia. Pero estas asambleas no legislan: ratifican.

El mando efectivo está en manos de los jefes guerreros y las familias aristocráticas. La asamblea puede aprobar o rechazar propuestas, pero las propuestas vienen siempre de arriba. La mayoría puede vetar, pero no iniciar.

Y cuando hay guerra —que es casi siempre— la asamblea delega en el caudillo militar. La emergencia justifica la concentración de poder, y la emergencia nunca termina del todo.

Patrón transhistórico: En ninguna de estas civilizaciones —ni en ninguna otra documentada— gobierna la mayoría. Siempre hay una minoría organizada que controla excedente, coerción, burocracia o conocimiento estratégico. No hay excepciones.

4. El principio organizativo: la minoría actúa, la mayoría reacciona

La diferencia entre élite y masa no es moral. No es que los pocos sean malvados y los muchos virtuosos. La diferencia es organizativa.

4.1. Incentivos: el problema del polizón

Imagina una aldea de mil campesinos bajo un señor feudal abusivo. Si los mil se coordinan, pueden derrocarlo fácilmente. Pero cada campesino piensa: "Si los otros se rebelan, yo me beneficio sin arriesgarme. Y si nadie se rebela, ¿para qué arriesgo yo solo?"

Este es el problema del polizón (free rider): el beneficio de la acción colectiva se reparte entre todos, pero el coste lo pagan los que actúan. Por tanto, cada individuo tiene incentivo a esperar que otros actúen.

La élite no tiene este problema. El señor feudal y sus diez caballeros saben que si pierden el poder, lo pierden ellos específicamente. El beneficio de mantener el control es concentrado y tangible. Por eso actúan.

Mancur Olson formalizó esto en La lógica de la acción colectiva (1965): los grupos grandes con intereses difusos tienden a la pasividad. Los grupos pequeños con intereses concentrados tienden a la acción.

4.2. Velocidad y coordinación

Una junta de diez personas puede reunirse en una hora, tomar una decisión y ejecutarla al día siguiente. Una asamblea de diez mil necesita semanas para convocarse, días para deliberar y meses para coordinar la implementación.

Mientras la mayoría delibera, la minoría actúa.

Esto no es antidemocrático: es física social. La velocidad de decisión disminuye con el tamaño del grupo. Y en situaciones de urgencia —guerra, crisis económica, amenaza externa— la lentitud es letal.

Por eso, en todas las constituciones democráticas modernas existen mecanismos de emergencia ejecutiva: el presidente puede actuar sin el congreso, el gobierno puede legislar por decreto. La mayoría delega temporalmente en la minoría ejecutiva porque sabe que, en ciertos contextos, la lentitud equivale a parálisis.

El problema es que la emergencia tiende a perpetuarse. Y con ella, la delegación.

4.3. Dependencia material

La mayoría trabaja para vivir. La élite vive del trabajo de la mayoría.

Esta asimetría no es solo económica: es temporal. El campesino, el obrero, el empleado precario no tienen tiempo ni energía para participar en la política. Llegan a casa exhaustos. La participación efectiva exige tiempo libre, formación, acceso a información. Todo eso tiene coste.

La élite, en cambio, tiene tiempo. Gobernar es su trabajo, su función especializada. Mientras la mayoría produce, la élite administra. Y quien administra, manda.

4.4. Conocimiento: el recurso escaso

En Sumeria, el conocimiento estratégico era la escritura. En el Antiguo Régimen, era el latín y el derecho romano. En el siglo XX, era la ingeniería industrial y la gestión empresarial.

Hoy, el conocimiento estratégico son los datos, los algoritmos y la infraestructura digital.

Las plataformas tecnológicas (Google, Meta, Amazon, Microsoft, Tencent) controlan tres cosas:

  • Datos: saben qué hacemos, qué queremos, cómo nos comportamos.
  • Infraestructura: controlan los servidores, las redes, los protocolos.
  • Visibilidad: deciden qué contenido vemos, qué noticias circulan, qué opiniones llegan.

Este control no es público ni regulado democráticamente. Es poder privado concentrado: una oligarquía algorítmica que actúa sin mandato electoral pero con impacto político masivo.

El patrón es el mismo que en Mesopotamia: quien controla el conocimiento inimitable y complejo ejerce poder, aunque no tenga título formal.

5. Los recursos estratégicos del poder minoritario

El poder minoritario se sostiene sobre cuatro monopolios estructurales.

5.1. Economía: el control del excedente

Toda sociedad produce más de lo que consume inmediatamente. Ese excedente puede almacenarse, redistribuirse, invertirse. Pero siempre alguien decide cómo.

En sociedades agrícolas, quien controla la tierra controla el excedente. En sociedades industriales, quien controla el capital controla el excedente. En sociedades digitales, quien controla los datos controla el excedente.

La mayoría produce. La minoría administra lo producido. Y administrar es decidir.

5.2. Coerción: del garrote al algoritmo

Tradicionalmente, el poder se sostenía sobre el monopolio de la violencia legítima (Weber). El Estado podía obligar mediante ejército, policía, cárcel.

Pero en sociedades complejas, la coerción adopta formas más sofisticadas:

a) Hegemonía (Gramsci)
Antonio Gramsci distingue entre dominación (coerción directa) y hegemonía (dirección moral e intelectual). La élite no solo impone: convence. Define el sentido común, establece qué es normal, deseable, posible.

Cuando la mayoría acepta como natural un orden que la subordina, la coerción física se vuelve innecesaria. La hegemonía es coerción interiorizada.

b) Poder disciplinario (Foucault)
Michel Foucault describe cómo, desde el siglo XVIII, el poder muta: ya no se trata de castigar espectacularmente (la ejecución pública), sino de normalizar cotidianamente (la escuela, el hospital, la fábrica, la oficina).

El poder disciplinario no prohíbe: organiza. No reprime: produce sujetos funcionales. Opera mediante arquitectura, horarios, exámenes, evaluaciones. Es un krátos difuso, invisible pero omnipresente.

Hoy, el poder disciplinario se digitaliza: algoritmos de recomendación, sistemas de crédito social, vigilancia por defecto. El control ya no necesita violencia: basta con diseño de interfaces.

5.3. Burocracia: el poder del trámite

Max Weber identificó la burocracia como forma de dominación racional-legal. Pero la burocracia no es neutral: transforma decisiones políticas en normas técnicas obligatorias.

Quien controla la burocracia controla la implementación. Y la implementación es donde las leyes se vuelven realidad o letra muerta.

Un parlamento puede aprobar una reforma, pero si la administración no la ejecuta —por incompetencia, boicot o simple inercia— la reforma no existe. El poder real actúa desde el trámite, no desde la tribuna.

5.4. Conocimiento estratégico: de la escritura al algoritmo

Retomamos el hilo de la sección 4.4. A lo largo de la historia, el recurso decisivo no es la fuerza bruta, sino el conocimiento inimitable:

  • Sumeria: los escribas controlan la contabilidad.
  • Edad Media: el clero controla el latín y los textos sagrados.
  • Revolución Industrial: los ingenieros controlan la producción maquinizada.
  • Siglo XXI: los ingenieros de software controlan la infraestructura digital.

Cada época tiene su conocimiento estratégico. Quien lo monopoliza, gobierna.

Hoy, ese conocimiento está en manos de una oligarquía algorítmica minúscula: unos pocos miles de ingenieros, directivos y financiadores que diseñan los sistemas que estructuran la vida de miles de millones.

No son elegidos. No rinden cuentas. Pero deciden qué información circula, qué comportamientos se premian, qué narrativas se amplifican.

Son la élite del siglo XXI. Y actúan exactamente como las élites de siempre: organizadas, rápidas, con incentivos concentrados y conocimiento estratégico.

6. La masa: potencia sin poder

La mayoría es número, pero no estructura. Es potencia, pero no acto.

6.1. Dispersión: identidades fracturadas

La clase trabajadora del siglo XIX compartía experiencia laboral, barrio, sindicato, cultura política. Hoy, la mayoría está fragmentada: precarios, autónomos, teletrabajadores, migrantes, parados. No comparten espacio físico ni rutinas comunes.

Sin experiencia compartida, no hay identidad colectiva. Sin identidad colectiva, no hay acción sostenida.

6.2. Masa disponible: individuos desconectados

Hannah Arendt describe la masa atomizada: individuos sin vínculos estables, sin organizaciones intermedias, sin redes de solidaridad. Son fácilmente movilizables desde arriba —por un líder carismático, un algoritmo viral, una campaña mediática— pero incapaces de sostener acción colectiva autónoma.

La masa no es estúpida ni pasiva por naturaleza. Está estructuralmente desorganizada.

6.3. Explosión sin continuidad: el 15-M, Occupy, los Chalecos Amarillos

La masa puede estallar. Puede ocupar plazas, bloquear autopistas, derribar gobiernos. Pero estas explosiones son episódicas.

El 15-M llenó la Puerta del Sol durante meses. Occupy Wall Street tomó Zuccotti Park. Los Chalecos Amarillos paralizaron Francia. Pero ninguno logró traducir la potencia de la calle en poder institucional duradero.

¿Por qué? Porque rechazaban la representación, la jerarquía, la organización estable. Querían ser horizontales, asamblearios, espontáneos. Pero la espontaneidad no sostiene poder.

Cuando las plazas se vacían, la élite sigue ahí. Esperando.

6.4. La única excepción: la mayoría organizada como minoría disciplinada

La historia muestra una excepción parcial, pero significativa: cuando la mayoría aprende a actuar como minoría organizada, puede ejercer poder efectivo.

Dos casos lo prueban empíricamente:

a) La Unión Tipográfica Internacional (UIT): el contraejemplo de Michels

En Los partidos políticos, Michels reconoce una excepción a su Ley de Hierro: la UIT, sindicato de impresores estadounidense, logró mitigar la oligarquización durante décadas.

¿Cómo?

  • Descentralización radical: los sindicatos locales mantenían autonomía financiera y política.
  • Rotación de cargos: los dirigentes no podían perpetuarse.
  • Facciones institucionalizadas: corrientes internas vigilaban a la dirección.
  • Alta cualificación de la base: trabajadores con prensa, alfabetización y capacidad de fiscalización real.

La lección: la democracia interna no surge por buena voluntad. Surge por diseño institucional activo contra la concentración de poder.

b) Movimientos populares con autonomía económica

Los únicos movimientos capaces de sostener una agenda mayoritaria frente al Estado son los que mantienen autonomía política y económica.

Ejemplos:

  • El MST brasileño: controla tierras, produce alimentos, gestiona escuelas propias.
  • Las cooperativas de Mondragón: autogestión industrial capaz de sostener crisis sin depender del capital externo.

El patrón es claro: cuando la mayoría controla recursos propios —tierra, medios de producción, financiación autónoma— puede mandar. Cuando depende del presupuesto estatal, de la subvención o del empleo precario, solo puede pedir.

La paradoja final: la mayoría solo manda cuando deja de actuar como masa y empieza a actuar como minoría organizada.

Debe especializarse, jerarquizarse, profesionalizarse. Debe crear élites vigiladas desde dentro.

La horizontalidad pura es impotencia. La estructura es poder.

7. Un contraejemplo que confirma la regla: la Comuna de París (1871)

Antes de cerrar, conviene analizar un caso límite: un momento en que la mayoría intentó gobernar directamente y fracasó de forma trágica pero ilustrativa.

En marzo de 1871, tras la derrota francesa ante Prusia, el pueblo de París se subleva contra el gobierno provisional y proclama la Comuna: un gobierno revolucionario basado en la democracia directa, mandatos revocables, salarios de funcionarios iguales al salario obrero.

Durante 72 días, la mayoría intenta mandar sin élite.

¿Qué ocurre?

  • Parálisis decisional: deliberaciones eternas mientras Versalles reorganiza su ejército.
  • Falta de coordinación militar: batallones autónomos sin estrategia común.
  • No se expropian los bancos: el Banco de Francia queda intacto, financiando la contraofensiva enemiga.

En mayo, el ejército entra en París. La represión es brutal: entre 10.000 y 30.000 comuneros ejecutados.

¿Qué demuestra este fracaso?

Que la buena intención no basta. Que la legitimidad popular no basta. Que incluso una mayoría armada y motivada necesita organización, jerarquía táctica y decisión rápida para sostener el poder.

La Comuna fue un experimento heroico. Pero también una prueba empírica de que la mayoría, sin estructura, no puede gobernar en contextos de conflicto.

Cierre: el poder minoritario es la forma del mando

Lo que esta entrega demuestra es simple, pero incómodo:

  • El poder mayoritario es históricamente inexistente. No hay un solo caso documentado de gobierno efectivo de la mayoría sin mediación de una minoría organizada.
  • La organización, los incentivos y el conocimiento concentran el mando. No por conspiración, sino por lógica estructural.
  • La masa es dispersa, discontinua y dependiente. Puede estallar, pero no sostener.
  • Solo la mayoría organizada como minoría disciplinada puede ejercer poder efectivo.
  • El conocimiento estratégico es el recurso decisivo: ayer escritura, hoy datos y algoritmos.
  • La oligarquía algorítmica es la élite del siglo XXI, y actúa como todas las élites de la historia.

La Presentación fijaba la tesis. Esta entrega la demuestra.

En la próxima, veremos dónde nace el miedo explícito al poder de la mayoría: Grecia, el dêmos, el krátos y la invención de la arquitectura institucional anti-mayoritaria que todavía nos gobierna.

Porque una vez que comprendemos que las minorías siempre han mandado, la pregunta se vuelve más inquietante:

¿por qué las élites tienen tanto miedo a que esto cambie?

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